Política

La libertad fusilada - Parte II

La Argentina contra el paredón

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Despejada la neblina de la simulación liberal, queda en evidencia el verdadero carácter de la Fusiladora: un programa de entrega nacional a cualquier precio, incapaz de ofrecer a la Nación un proyecto siquiera sostenible. Los “libertadores” apuntan al Pueblo argentino, atrapado entre sus armas cargadas de mentiras y el paredón imperialista. Detrás del paredón está la realidad: la verdadera libertad, lista para ser reclamada toda vez que nos atrevemos a pensar más allá de la dependencia, en una Patria libre, justa y soberana.

por Manuel Magrone *
4 nov 2025

El 16 de septiembre de 1955, los vendepatria impusieron su programa, aplicando una auténtica doctrina antinacional que aún vive y mata. Valiéndose de un dispositivo de violencias múltiples, trastocó la realidad en un entramado de mentiras fundadas en la apropiación de la idea de “libertad” para convertirla en prerrogativa de vender el país. Señalar las mentiras nos permite despejar eso que Perón llamó “la neblina de la simulación” y descubrir la cruda realidad: la Argentina, sus bienes comunes y su Pueblo, aprisionados entre las armas de la Fusiladora y un paredón imperialista construido con ladrillos de dependencia y mortero de posibilismo.

El programa entreguista que ejecutaron los “libertadores” no sólo provocó inmediatas transferencias de ingresos y recursos al capital foráneo y sus sirvientes oligárquicos y entreguistas; también construyeron las condiciones materiales y subjetivas de una dependencia que aún persiste y llevó a tres resultados que seguimos combatiendo: el sometimiento de la Patria por medio de la deuda, la descomposición territorial de la Nación y el sufrimiento crónico del Pueblo.

Esto es: desandar el camino forjado por la Argentina bajo la conducción de Perón, plasmado en su texto constitucional de 1949. No casualmente, poco antes de que Perón publicara “Los Vendepatria”, Scalabrini Ortiz redactó un crudo diagnóstico sobre la implementación del programa económico de la Fusiladora. Allí (revista “Qué pasó en 7 días”, Nº 117, 12 de febrero de 1957) decía: 

Valiéndose de un dispositivo de violencias múltiples, trastocó la realidad en un entramado de mentiras fundadas en la apropiación de la idea de “libertad” para convertirla en prerrogativa de vender el país.

“Desapareció de pronto, inesperadamente, el artículo 40 de la Constitución Argentina, a cuyo amparo nada de lo que se proyecta podía llevarse a cabo, porque reservaba al Estado argentino la propiedad inalienable de los servicios públicos, del comercio exterior y del subsuelo nacional. La única reforma constitucional que se impuso con la intervención y la anuencia genuina del pueblo argentino fue derogada de un sablazo (...) Nadie lo mentaba siquiera, pero el artículo 40 era la valla insalvable para la cesión legal al extranjero de los servicios públicos que constituyen la llave maestra de la economía nacional.”

Se refiere al Artículo 40 de la Constitución de 1949 cuya lectura trae recuerdos del futuro y comienza diciendo que “La organización de la riqueza y su explotación, tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social”. La atenta vigilancia de Scalabrini Ortiz identificó el corazón del programa de los libertadores de ayer con la misma precisión con que los libertadores de hoy diseñaron e hicieron aprobar el infame RIGI así como el alud desregulaciones de la Ley Bases y de esa reforma constitucional de hecho llamada DNU 70/23 que espera a una Cámara de mejores Diputados para ser derogada.

Detrás de las mentiras, de las crisis inventadas, de los problemas magnificados y las acusaciones infundadas, la doctrina antinacional revela su único y auténtico carácter objetivo: una metodología violenta para la implementación de un programa de entrega de la Patria. Derribada la barrera constitucional, los “libertadores” se aplicaron rigurosamente a la tarea, evidenciando sus objetivos de fondo en cada una de sus medidas:

  • La desregulación del comercio interior/exterior, sacrificando el interés nacional en función de la ganancia privada en el mercado de exportación; para ello, a instancias del ministro César Bunge, liquidó el IAPI de modo tal que la Argentina dejara de contar con la posibilidad de negociar en masa y obtener mejores precios a cambio de que una torta considerablemente más pequeña fuera descuartizada por un pequeño grupo de empresas particulares encabezadas por el propio Bunge. En el camino se eliminó la capacidad estatal de velar por los precios de mercado interno, tanto para industrias como para consumidores. Espíritu similar se aprecia en la liquidación de los Institutos Nacionales de la Yerba Mate y del vino así como de los regímenes algodonero, azucarero y de la olivicultura perpetradas mediante el DNU 70/2023, en búsqueda de la aniquilación de la capacidad de la Nación de darse a sí misma, por medio del Estado, alguna armonía en los términos de los intercambios. En cuanto a Bunge, sus herederos acaban de perpetrar un clásico “nos cagaron, entré yo solo” al apoderarse del 60% de los 7.000 millones de dólares libres de retenciones que las cerealeras acordaron con el gobierno de Milei en mutuo beneficio y detrimento de la Argentina.
  • El desguace de la capacidad estatal de producir bienes y servicios estratégicos para el desarrollo económico y social de la Nación. Para ello fue habilitada la desnacionalización y privatización de empresas públicas, destacando la figura de las “sociedades mixtas”; en palabras de Scalabrini, “el guante blanco de la rapacidad extranjera, la estructura más perfeccionada del imperialismo británico”. Así desnacionalizaron los servicios de telecomunicaciones, las usinas y fábricas del Ministerio de Aeronáutica y ya para 1957 se pergeñaban planes similares para ferrocarriles, generación y distribución de electricidad. En la misma línea, se definió la paralización de las obras y trabajos de exploración, explotación y transporte de combustibles así como de generación hidroeléctrica; seguimos hablando de 1955-1957 aunque bien podríamos referirnos a 2023-2025 en horas en las que se pretende avanzar con la desnacionalización de la generación de energía nucleoeléctrica, de la provisión de agua y servicios sanitarios y hasta de los ferrocarriles, bajo la figura de sociedades mixtas al amparo de la Ley de Bases y de la desnaturalización de las sociedades del estado, nuevamente, por DNU 70/2023. No se trata únicamente de una cuestión de orden simbólico, de orgullo nacional, sino de condiciones económicas para el desarrollo: la nacionalización de empresas de servicios representaba en 1955, a valores actuales, unos 3.000 millones de dólares anuales que, de otro modo, habrían figurado en rojo en los balances nacionales por giros a las casas matrices.
  • La reprimarización, a pérdida, de la Argentina en la economía mundial, dinamitando los diversos acuerdos bilaterales de comercio que protegían a la Nación de la competencia de los excedentes de EEUU y Canadá y permitían asegurar un flujo estable de ventas y abastecimiento de bienes de capital para horror de la metrópolis de entonces que los consideraba ruinosos para sus británicos intereses; en su lugar, se promovió con fé librecambista el acuerdo de comercio en bloque con países europeos, la mayoría de los cuales representaban balanza positiva para la Argentina en 1955 y la reprimarización de la posición argentina en los mercados internacionales. Con este reposicionamiento, la Argentina interrumpió su camino de acercamiento a la posibilidad de financiar su desarrollo por sí misma y comenzó su acercamiento a la dependencia del capital extranjero. Profesando la misma fé, los “libertadores” de hoy abjuran del Mercosur, reniegan de los BRICS y lloran por la UE mientras se alinean con EEUU al punto de llegar a importar chatarra usada sin perjuicio de exponerse al mismo tiempo a la colocación de excedentes asiáticos siempre que signifique algún negocio para algún amigo, todo ello en perjuicio premeditado de la industria nacional; al mismo tiempo, la Iglesia Colonial de las Santas Inversiones sanciona como pecado cualquier intención de desarrollo soberano y ofrece hoy el RIGI como nuevo altar para el sacrificio argentino.

Fueron sentadas, de este modo, las bases para una estructura de transferencia permanente de capital nacional hacia el extranjero, perfeccionada con la desnacionalización progresiva de las empresas de servicios y eternizada en un bucle financiero de dependencia transnacional. El más grave resultado ha sido la construcción de condiciones objetivas -dificultades financieras crónicas- y subjetivas -la reproducción de una concepción fatalista sobre la dependencia del capital internacional- contrarias a la Justicia Social, la Soberanía y la Libertad. La doctrina antinacional, en sus sucesivas aplicaciones, ha tenido menos éxito en borrar de la memoria del pasado los años felices de Perón y Evita que en censurar de los proyectos futuros su antítesis de fondo: las tres banderas, la auténtica alternativa a los resultados concretos de la política entreguista se convirtió en una quimera, utópica para algunos, distópica para otros. 

Lo único irreal es el paredón

Los “libertadores” dieron rienda suelta a la toma de deuda externa, ahora justificada por una necesidad autoinducida de financiamiento. Comenzaba lo que el General Perón definió oportunamente como “bien alfombrado camino [que] conduce al reingreso a una situación de endeudamiento, similar a la que soportó el país durante más de un siglo, durante el cual el trabajo y la riqueza argentinos sólo sirvieron para elaborar más capital extranjero”. Habitués de esa alfombra roja siguen siendo un FMI que cada año trae la misma novedad sobre lo distintos que son sus nuevos gerentes; el desfile de acreedores con condiciones de financiamiento cada vez peores que serán aceptadas bajo la idea de que “este aprieta pero no ahorca”; jefes circunstanciales de potencias extranjeras que nunca dudan en recibir a nuestros emisarios menesterosos, ponerles la mano en la rodilla, el tweet en la carpeta y la manzana en la boca. Desde entonces, en mayor o menor medida, las distintas facciones de la burguesía se entretienen en el coliseo de la compraventa de moneda extranjera mientras se produce el fusilamiento de la libertad de decidir sobre nuestra economía. 


El ingreso del capital transnacional de la mano de la liquidación del andamiaje estatal que permitía el desarrollo integrado de una auténtica “economía nacional” produjo transformaciones productivas que, por supuesto, no se desarrollarían equitativamente en el conjunto del territorio. Un potente indicador sobre las asimetrías provocadas por el programa de la Fusiladora es el hecho de que a partir de esta época comienza a hablarse, cada vez más sistemáticamente, de “economías regionales”. Si bien el concepto suele ser utilizado para denunciar el desarrollo asimétrico y planificar acciones de reparación que restauren el federalismo contante y sonante, las decisiones políticas que los “libertadores” han tomado invocando el “federalismo” tienen más que ver con amputar su propia capacidad de controlar al capital extranjero en toda la extensión del territorio nacional que con federalizar el desarrollo, full RIGI style. El caso paradigmático del Decreto 10.991/56, que liberaba las importaciones y restricciones cambiarias al sur del paralelo 42°, ilustra la vocación de cercenar territorialmente a la Nación invocando los altos fines del respeto al “federalismo”.

La institucionalización de las diferencias económicas entre regiones de nuestro país promovida directamente desde el usurpado gobierno nacional sólo puede comprenderse dentro de un programa que tiene por objetivo convertirlas en estructurales y constituye un paso necesario -aunque, afortunadamente y por ahora, no suficiente- para la disgregación territorial de la Nación. Desde entonces, con mayor o menor honestidad, las élites locales de las distintas regiones asisten desde la tribuna del posibilismo al fusilamiento de la libertad de decidir sobre nuestro territorio.

Si desde el punto de vista nacional la diferenciación territorial puede problematizarse como desarrollo asimétrico con riesgo de disgregación, desde el punto de vista del capital extranjero fue bienvenida como carta blanca para volcar sus “inversiones” a la extracción pura y dura de los bienes comunes que representaran algún negocio, sin la menor consideración por su cuidado, renovación ni distribución real y sostenible de beneficios entre argentinas y argentinos. Su resultado ha sido, en ese entonces y ahora, la precarización de la vida del Pueblo, forzado a luchar por la subsistencia ante una violencia clasista que históricamente ha rechazado.

Como señalaba Perón sobre Aramburu, los personeros de la doctrina antinacional, sin interrupciones desde 1955, “pontifican sobre el sacrificio que el Pueblo debe hacer para producir más si anhela una cierta felicidad futura, pero olvida que él ha sido siempre feliz sin haber hecho nada que no sea malgastar los dineros del Pueblo y que les está hablando a hombres que, desde niños, han sufrido las penurias de un trabajo mal remunerado, miserable y sufriente”. Hoy se excitan mintiendo que han sacado a 12 millones de personas de la pobreza cuando todos sabemos que le han empeorado la vida a muchísimos más en una Argentina en la que el 50% de la población a duras penas logra juntar 400 mil pesos mensuales y el 80% apenas araña 750 mil. Sin embargo, los pueblos y en especial las y los argentinos no solemos asistir desde la tribuna ni mirar para otro lado ante el fusilamiento de la libertad de decidir sobre nuestras vidas.

La historia y la poesía nos enseñan que esa vida de nuestro Pueblo, precarizada y persistente, es la realidad de este lado del paredón. Del otro lado del paredón también está la realidad. Lo único irreal es el paredón, la dependencia que nos han inculcado, el posibilismo en el que nos hacen revolcar. Es real el saqueo de nuestros bienes; es real la colonización de los sectores estratégicos y vitales de nuestra economía; es real el sufrimiento argentino entre las armas de los “libertadores” y el paredón. Pero esas armas se cargan con mentiras y el paredón es irreal. Hay una verdadera libertad del otro lado del paredón, esperando que recordemos el orgullo de poner nuestro trabajo al servicio de nuestras necesidades, de producir capital para financiar producciones socialmente valiosas para nuestra comunidad, de vivir sin especular. Es real que hicimos una Patria libre, justa y soberana y es real que podemos volver a hacerla. Es real la traición de los vendepatria y es real la Lealtad. Es real que a 1945 le siguió, una vez, 1955. Y es real que al 16 de septiembre le sigue, siempre, el 17 de octubre.