“Todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizadoˮ, solía decir Jauretche para explicar el mecanismo engañoso con el que la historia oficial utilizaba la zoncera civilización o barbarie para definir los destinos del país según los intereses de sus escribas.
A doscientos años del primer gesto nacional, a través del ejercicio de la memoria, sería interesante reflexionar sobre las ideas en pugna, y qué proyecto de Nación elegimos para el mañana.
A lo largo de sus dos siglos de vida, Argentina transitó por modelos antagónicos de país. Unos que priorizaban el ejemplo europeo para conformar la sociedad, y otros que privilegiaban lo autóctono para fundar una identidad propia, incorporando los aportes positivos de otras culturas. Hoy en día cuando se discuten las formas más que el contenido de las políticas, cuando se intenta desideologizar el debate y se habla de confrontación o crispación en lugar del rol protagónico del Estado, se revive la zoncera madre que guió los festejos de 1910. Don Arturo fue contundente al respecto: “Civilizar consistió en desnacionalizar“.
La Argentina del centenario tenía la intención de mostrarse como un país modelo, el granero del mundo, aquella tierra que prometía progreso y cumplía al pie de la letra el libreto comercial europeo. Sin embargo, la realidad puertas adentro era otra.
El gobierno de la oligarquía que se perpetuaba en el poder a través del fraude imponía un modelo de control social que aislaba y reprimía duramente la protesta popular. En un marco de pobreza y hacinamiento, el sector mayoritario de la población padecía la persecución estatal a través de la ley de Residencia (1902)-que expulsaba a aquellos inmigrantes que se manifestaran en contra del régimen- y la de Defensa Social, destinada a aumentar la represión. Por si no bastara, en 1910 regía el Estado de Sitio para que nada empañara la tan preciada fiesta.
Las celebraciones de entonces se caracterizaron por su carácter elitista, marginando todo tipo de participación popular, con el objetivo de mostrar el proyecto de país oligárquico. Se invitó a la infanta Isabel de Borbón, y el fastuoso desfile patrio circuló por los lugares más elegantes y de estilo europeo (Avenida de Mayo-Florida- Retiro- Avenida Libertador-La Rural), acotándose al circuito de desplazamiento de los sectores acomodados. En la periferia, aislados y bajo amenaza del hierro de la ley, quedaron las expresiones populares y las colectividades, que debieron resignarse a la filantropía de la clase dirigente y a las dádivas que entregaban en las parroquias. Todo para evitar que el pueblo se mezclara con los “invitados de lujoˮ.
Jauretche nos advertía: “La idea no fue desarrollar América según América, incorporando elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado (ˮ¦) se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo lo indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa y no según Américaˮ. El régimen pretendía mostrarle a Europa el lado pulcro, ordenado, la parte “civilizadaˮ de la sociedad, y ocultar así una realidad de exclusión, violencia y discriminación que reflejaba la verdadera situación del pueblo.
A doscientos años la situación es diametralmente opuesta.
El pueblo está en la calle y es el principal protagonista de los festejos por el bicentenario. La celebración es abierta para todos, e intenta dar cuenta de las distintas expresiones culturales con las que se formó nuestra patria: pueblos originarios, criollos, inmigrantes europeos y latinoamericanos. Hoy, el país se enorgullece de su diversidad y construye una Nación que no mira hacia Europa como espejo, sino que toma como eje la identidad latinoamericana y la integración de los pueblos.
En 2010 el inmigrante no es visto como una enfermedad social como a principios del siglo pasado sucedía con la visión sanitarista propia de la elite dirigente, sino que gracias a una ley de migraciones recientemente sancionada son reconocidos sus derechos plenos como ciudadanos.
No hay trabas para acercarse a los festejos que son públicos e inclusivos, ni legislación que prohíba las manifestaciones de la sociedad, porque desde 2003 el país no conoce la represión de la protesta social.
En el Bicentenario, el país da cuenta de una transformación digna de destacar, y recupera los postulados emancipadores de 1810, luego de que los tergiversaran ciertos grupos de poder concentrados que se creyeron dueños del destino de la patria.
A cien años de una celebración que miraba hacia afuera, ocultando la verdadera esencia de su pueblo y los problemas que lo aquejaban, con un modelo económico que enriquecía a unos pocos y excluía al grueso de la sociedad; el Gobierno Nacional conduce un proyecto de país marcado por la igualdad de oportunidades, la libertad, la diversidad cultural, la distribución más equitativa de la riqueza y la integración con la patria grande latinoamericana.