Política

A 13 años de aquel 27

Desde el afiche, un Kirchner con su mirada estrábica nos mira y nos promete un paí­s en serio. La letra K de su apellido se mezcla hasta ser una sola cosa co el mapa nacional. Nadie lo sabe aún, pero un polí­tico argentino, patagónico para más datos, está a punto de cambiar la historia de la democracia moderna argentina.
por La Cámpora
27 abr 2016
Desde el afiche, un Kirchner con su mirada estrábica nos mira y nos promete un paí­s en serio. La letra K de su apellido se mezcla hasta ser una sola cosa co el mapa nacional. Nadie lo sabe aún, pero un polí­tico argentino, patagónico para más datos, está a punto de cambiar la historia de la democracia moderna argentina. Es 2003 y todaví­a se ve de cerca el humo de la crisis. El sistema polí­tico argentino no salí­a de una parálisis que a todas luces parecí­a terminal. El gobierno de salvación nacional de Eduardo Duhalde, pactado en una de esas tórridas noches de furia de diciembre de 2001, agonizaba. Tras la matanza de Avellaneda de junio de 2002 la única opción que le habí­a quedado en el mazo era adelantar la elecciones. Era domingo, era abril, era 27. Como marca de la situación de extrema excepcionalidad que se viví­a, el Partido Justicialista habí­a decidido suspender las elecciones internas y habí­a, además, autorizado a todos los precandidatos a utilizar los sí­mbolos partidarios en sus listas, que eran tres. Por un lado, el menemismo en sus últimos estertores; por otro, el inefable Adolfo Rodrí­guez Saá, y en tercer lugar, Néstor Carlos Kirchner, un personaje hasta ese momento poco conocido por la polí­tica nacional, gobernador de la provincia de Santa Cruz, que tení­a algo que casi ningún polí­tico en el paí­s podí­a mostrar: una buena gestión de gobierno. El patagónico, al que todaví­a nadie llamaba pingí¼ino, apalancado en el peronismo bonaerense, intentaba llegar a la presidencia de la nación. En un escenario de tanta dispersión, era segura la segunda vuelta electoral. En los dí­a previos una gigantesca operación del establishment y los medios masivos se habí­a desplegado para que Ricardo López Murphy, su candidato, se metiera en el ballotage. La idea era clara, habí­a que dejar la elección entre Menem y el Buldog, no sea cosa se se colara un convidado de piedra y rompiera la fiesta. Así­ las cosas, el 27 de abril de hace 13 años se realizaron la elecciones. El resultado es conocido: Menem ganó con el 24% y segundo quedó Kirchner con el 22. Tal como se establecí­a en la reforma constitucional de 1994, si la fórmula más votada no alcanzaba el 45% de los votos (o el 40% con una diferencia de diez puntos sobre el segundo) debí­a realizarse una segunda vuelta entre las dos fórmulas más votadas. Lo que sigue es más conocido aún: Menem no quiso enfrentarse a una derrota que iba a ser catastrófica para su ya magullado e incierto futuro polí­tico y Néstor Kirchner fue proclamado presidente. Nadie lo sabí­a ese domingo de otoño, pero el ciclo de gobierno más importante de la segunda mitad del siglo XX estaba por comenzar. Un ciclo reparador de la catástrofe social que el neoliberalismo habí­a dejado tras su crisis final, de avance en la consolidación de derechos, de desarrollo de polí­ticas orientadas al bienestar de las mayorí­as populares, de regreso de la militancia polí­tica en la construcción de un proyecto transformador. A 13 años de aquel triunfo que fue un giro histórico en la polí­tica argentina, recordar a Néstor solo es posible si eso se transforma en potencia de futuro. Porque Kirchner es el provenir, son los derechos que aun faltan, son las conquistas que hoy están amenzadas, es la potencia que siempre hará falta para seguir construyendo la patria de felicidad popular con la que todos soñamos.
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