Por Máximo Kirchner
*Publicada en la Revista Ni un Paso Atrás en mayo de 2017
Nací en febrero del ‘77. Al igual que las Madres, van 40 años. La figura de ellas trasciende mi mirada y no necesita de mis palabras, pero de todas maneras, sé que nunca está de más decirlas.
30 mil hijos. 30 mil tíos. 30 mil hermanos. 30 mil madres y padres. 30 mil kiosqueros. 30 mil abogados. 30 mil carpinteros. 30 mil presidentes. 30 mil intendentes. 30 mil periodistas. 30 mil argentinos. 30 mil compañeros.
Ellas podrían ser mis abuelas. Son mis abuelas. Mis dos abuelos murieron jóvenes como Néstor. Y allí las madres, también mis abuelas. Mujeres.
Cuando las veo es imposible no sentir alegría. Cuando ellos las ven, sienten odio. Cuando ellas miran, otros cierran los ojos. Cuando siento que no podemos, ellas avanzan. Cuando ellas avanzan, ellos, la cría del Proceso, no pueden.
Su vitalidad, la manera de reír. Su forma de abrazar. Las cosas que te dicen. La picardía encendida en sus ojos. Esa voluntad irrefrenable de transformación. Libres de querer caerle en gracia al poder. Bella libertad. Ellas se transformaron para transformar.
El año pasado quisieron que hable en la Marcha de la Resistencia. Hebe en nombre de todas lo propuso. Dije que no. Hebe insistió y sus argumentos me parecieron simples. Por lo tanto dije que sí.
Luego, muchos me aconsejaron no hacerlo. Incluso la tapa de un diario y gran parte mainstream mediático situaba aquella marcha como un peligro para la democracia. Rara paradoja mediática: las Madres de Plaza de Mayo un peligro para la democracia. Ellos, siempre, los patovicas.
Antes de salir para la marcha, conversaba con una persona mientras compartíamos unos mates. Una conversación de esas que uno nunca puede darse el lujo de no tener. Diluviaba en la ciudad y allí, en la plaza, las Madres y miles de compañeros caminando para que otros caminen. Luego nos fuimos a la sede de las Madres. Y estuvimos un rato largo. Estaban felices. Seguras. Y viendo cuál sería la próxima acción. Una vitalidad conducente. Contagiosa.
No me gusta dar consejos. Pero aquí va uno. Que nadie pierda la oportunidad de conocerlas. De visitarlas. De escucharlas. De abrazarlas. De observar sus ojos. Allí está todo. En sus ojos. Y si después de verlas no te dan ganas, y el miedo te gobierna, no entendiste nada.
La taza
Fui con un compañero hasta la casa de Hebe. Pasamos un domingo a la tarde, con aroma a tilos. Un lugar simple y único. Cálido. Tuve que fumar afuera, y cuando estaba afuera me miraba por la ventana haciendo caras. Compartimos una mermelada casera. Charlamos. Puteamos. Nos reímos. Antes de irme, me regaló una taza que usaban sus hijos. Está en mi mesa de luz.
Gracias Hebe. Gracias Madres. Gracias Mujeres.