Resulta que un buen día, allá por el 2004, un grupo de libertarios que se habían conocido por foros de internet decidieron, organizadamente, mudarse hacia este pueblito dentro de la provincia de New Hampshire con la intención de liberarlo de lo que, consideraban, era la opresión del Estado. La idea era sencilla: copar la parada, reducir al mínimo todas las regulaciones e impuestos y dejar que el mercado resolviera todos los problemas de la comunidad (¿te suena?).
Pues bien, embarcados en esta utopía anarcocapitalista (llamada “Free Town Project”) terminaron llegando alrededor de unos 200 nuevos habitantes -principalmente varones blancos, solteros, amantes de las armas de fuego- que, al principio, fueron recibidos con cierto entusiasmo. Digamos que la elección de Grafton no fue casual. Entre otras cosas, muchos de sus habitantes practicaban la desobediencia fiscal, negándose a pagar impuestos, y contaban con el apoyo de un profeta local: el bombero voluntario John Babiarz, quien años antes se había postulado a gobernador y fue uno de los grandes incentivadores de la movida.
La cuestión es que, si bien la cantidad de libertarios que llegó fue menor a la esperada, alcanzó para que rápidamente pudieran empezar a tener voz y voto en el gobierno local. Participando activamente de las asambleas, los nuevos vecinos lograron reducir en un 30% el presupuesto en base a recortes a los servicios y obras públicas. El municipio dejó de asfaltar las calles. Se apagaron las luces de la calle para reducir los gastos en electricidad. La policía se redujo a un sólo efectivo (y un patrullero que no arrancaba). Se derogaron regulaciones en materia ambiental al tiempo que se recortó el servicio de recolección de basura. Hubo propuestas, inclusive, de cerrar la biblioteca pública o desvincularse del sistema educativo provincial (voucher alert), que finalmente no prosperaron.
Acá empieza el quilombo
Ahora bien, ¿qué podía pasar con un montón de varones armados, sin reglas de convivencia mínimas, tirando la basura en cualquier lado, sin inversión en infraestructura y ningún tipo de regulación edilicia?
Con la derogación de regulaciones y la reducción de impuestos -en promedio de sólo 70 centavos respecto a otras localidades cercanas-, los habitantes de Grafton empezaron a ver cómo las cosas literalmente se iban cayendo a pedazos: los peligros de derrumbe de los puentes se volvieron más frecuentes debido a la falta de mantenimiento, las calles se tornaron intransitable por los baches, y la desregulación de la zonificación para viviendas trajo consigo campamentos de los nuevos llegados que se convertieron en basurales. La disolución de la Junta Edilicia repercutió en construcciones sin estándares de seguridad, lo que aumentó el riesgo de incendios.
“A mí nadie me va a venir a decir qué tengo qué hacer”
En su libro “A Libertarian Walks into a Bear” (2021), el periodista Hongoltz-Hetling cuenta que en el año 2010 por poco se desata un monumental incendio cuando uno de los recién llegados se negó a apagar un fuego no autorizado que había encendido para cocinar. La secuencia terminó escalando a tal punto que llegó al sitio John Babiarz, el bombero voluntario local y ex candidato a gobernador libertario, a pedir que desistieran debido al riesgo que implicaba. “El peligro de incendio es muy bajo y mi deseo de comer hot-dogs es muy alto”, respondió el asador libertario. Babiaraz pasó los próximos años acusado de izquierdista, estatista y corrupto.
La creciente inseguridad también comenzó a afectar la calidad de vida en el pueblo. Para 2010, el número de disputas entre los vecinos se había duplicado. Los registros anuales de delincuentes sexuales crecieron en un 175%. En 2006, arrestaron a tres hombres vinculados a un laboratorio de metanfetaminas en el pueblo. En 2011, se registró el primer doble homicidio en la historia reciente de Grafton y en 2013 la policía abatió a otro hombre tras un robo a mano armada. La conflictividad en el pueblo se disparaba, en una comunidad cada vez más armada.
“Odiosos, Babosos, ya no queremos osos”
El remate de esta historia llega por el lado más surrealista. Como dijimos, Grafton es un pueblito rural rodeado de bosques, lagos y fauna diversa. En ese sentido, la llegada de los libertarios no solo cambió la vida de la comunidad, sino que también alteró el medio ambiente, trayendo al pueblo unos invitados inesperados: los osos.
Estos animales comenzaron a frecuentar cada vez más el pueblo, atraídos por las pilas de basura. Antes el municipio invertía en contenedores de basura especiales para que la fauna silvestre no pudiera acceder, pero los nuevos residentes decidieron que esto era abusivo y dejaron de pagar por estos contenedores a prueba de animales. Esto, sumado a la falta de recursos para recoger adecuadamente los desechos, provocó que los osos visitaran el pueblo de manera cada vez más habitual. Para 2018, la población de osos en Grafton había aumentado en más de un 50%.
En respuesta, los libertarios intentaron dos cosas. Algunos, buscaron espantarlos con fuegos artificiales o directamente a los tiros. Otros, por su parte, empezaron directamente a alimentarlos. Esto hizo que los osos empezaran a entrar a las casas, acostumbrados a comer comida humana, ultraprocesada e hipercalórica, a la que se fueron volviendo adictos. Estos cambios en su dieta provocaron que los osos incluso modificaran sus hábitos, dejando de hibernar y tornándose cada vez más agresivos.
En 2012 la situación alcanzó un punto crítico: se produjo el primer ataque de un oso a una vecina, causándole heridas serias. Fue el primer incidente de este tipo en más de 150 años en esa zona, pero no el último. En los años siguientes, ocurrieron otros dos ataques más.
A medida que los problemas crecían, la comunidad en Grafton empezó a fracturarse. Mientras que algunos seguían firmes en sus ideas anarcocapitalistas, otros comenzaron a cuestionar si la ausencia total del Estado era realmente sostenible o deseable. Para 2016, el experimento había fracasado y muchos de los libertarios que se instalaron en Grafton se las tomaron.
De la utopía a la distopía
¿Cómo pudo este grupo de recién llegados tomar el control de un pueblo y desmantelarlo sin que nadie interviniera? Lo cierto es que, en los hechos, los libertarios actuaron dentro del Estado de Derecho, por lo que no existía motivo para la intervención del gobierno provincial o nacional. Grafton fue, en parte, "el resultado de un proceso democrático justo, donde los residentes con mentalidad comunitaria no se organizaron tan eficazmente como los libertarios", según Hongoltz-Hetling.
La incomodidad del paralelismo de nuestro país con el derrotero de un pequeño pueblito yanki nos llena de preguntas. Lo que hasta hace poco parecía ridículo, sacado de un capítulo de los Simpsons, se nos impone en un contexto nacional e internacional de radicalización de la ultraderecha y reverdecimiento de estos discursos individualistas. De fondo, este odio contra el Estado que los libertarios llevan como bandera pareciera esconder algo más profundo. Hay un odio, casi infantil, contra una de las esencias más humanas: la vida en sociedad. Dependemos de los otros, siempre. Quizá lo más novedoso, en este sentido, es la aparición de nuevos sujetos “colectivos” que, paradójicamente, se organizan para enfrentarse unos contra otros.
¿Qué tenemos para oponer a estas corrientes teóricas capaces de sostener una idea de libertad al punto de ser devorados por su propio individualismo? En su libro “Comunología” (2021), el compañero Nicolás Vilela nos ayuda a transitar esta pregunta. Más que nunca, frente a la aparición de esa idea de inmunizarse y combatir al otro, es necesario adoptar el punto de vista del contagio y recomponer la comunidad de lo común. Y ese agente del contagio comunitario tiene un nombre: militancia.
* Militante de La Cámpora.