Opinión

Bienvenidos al Club del Progre

por La Cámpora
24 may 2012
Demetrio Iramain Periodista y poeta. El progresismo se la pasó durante años diciendo qué estaba mal y qué estaba bien, y cuando un gobierno se decidió a encarar los desafí­os por ellos mismos sugeridos, se quedó afuera por decisión propia, contándole las costillas al gobernante que decidió tal abordaje. A ninguno de quienes impugnan la misión comercial a Angola so pretexto de la situación polí­tica y socioeconómica de esa nación africana, se le ocurrirí­a reclamarle al gobierno argentino que suspenda las relaciones con Obama hasta tanto los Estados Unidos cierre su cárcel en Guantánamo. Los gobiernos de Venezuela y Estados Unidos se detestan mutuamente, pero la compra- venta de petróleo no se altera. Con el trato que Occidente brinda al medieval sistema polí­tico que rige en Arabia Saudita, igual. El comercio internacional no es, por cierto, una congregación de buenas conciencias. “Angola es menos impor tante que Chinaˮ, quieren corrernos luego, no ya por izquierda o derecha, sino apelando al más tosco sentido común. Pero cuando un Premio Nobel destaca el plan económico argentino tampoco dicen nada. Su lujo es vulgaridad. La payasada protagonizada por un capocómico en Luanda es la demostración más cabal de que aquellos periodistas reunidos en una marcha de protesta convocada en un canal privado de televisión (y no en una plaza pública), no quieren preguntarles nada especialmente a los funcionarios del gobierno, sino, apenas, hostigarlos. Desviar el eje de las polí­ticas oficiales, desvirtuándolas. Tratar de ponerlos en ridí­culo, y poco más. Después se quejan de Alicia Castro. Tanto se detuvieron en la anécdota del cotillón con la leyenda “Clarí­n mienteˮ, que hubo uno que llegó al extremo de decir, con tono paternal: “ ¿Sabrán esos niños para qué sirve una media?ˮ El lenguaje no traiciona. Desde luego, el gobierno no fue a misionar por los Derechos Humanos de los angoleños, sino a ofrecer bienes argentinos y abrirle nuevos mercados a la producción nacional. Es una medida de estricta racionalidad económica, que complementa el esfuerzo por dinamizar la estructura productiva, sumarle valor agregado e industrializarla. El paso siguiente al proceso abierto con la sustitución de importaciones. Simple: más trabajo argentino, mejor salario, y aumento del consumo. A ver, esos periodistas que “quieren preguntarˮ son los mismos que sembraron dudas sobre la legalidad del resultado de las elecciones presidenciales. Son los mismos que en abril de 2010 fueron a llorarle al Congreso de la Nación ˮ“que les abrió las puertas entornadas por el Grupo Aˮ“, para pedirle que sea censurado un acto de las Madres en Plaza de Mayo. Son los mismos que anunciaron con voz oscura y grave la proximidad de un crimen polí­tico en la Argentina. Son los mismos que durante una conferencia de prensa del ministro Randazzo interrumpieron a gritos y patadas sobre las puertas vidriadas de la Casa de Gobierno. Son los mismos que ˮ“WikiLeaks medianteˮ“ nos enteramos de que figuraban en las listas de influyentes comunicadores amigos de la embajada estadounidense. Viendo quiénes son esos periodistas, ¿no tiene derecho, acaso, el gobierno de la democracia a definir con autonomí­a y decisión su polí­tica para con los medios que lo destratan hasta el lí­mite de la provocación? Cierta mirada progresista de la polí­tica no pasa más allá de lo testimonial. Se pierde por el agujerito de lo ideológicamente puro e ideal. Se siente más cómoda en la permanente oposición, que en la construcción de otro destino claramente superador del presente actual. Su única razón de ser es buscarles el error de forma a los gobiernos, y no la errata de contenido a los poderosos. Apenas un ejercicio profesional. De tan “crí­ticosˮ que parecen, resultan neutrales a lo que verdaderamente se discute en la base material. Son simples utilitarios. Porque una cosa es el poder formal del Estado y otra muy distinta el poder fáctico de las corporaciones. Los gobiernos se eligen cada cuatro años, y renuevan bianualmente su representación parlamentaria, pero los grupos económicos se eligen a sí­ mismos y lo hacen todos los dí­as. Para ellos el derecho a la reelección es permanente, y su mandato, indefinido. No necesitan reformar la Constitución, con el capitalismo les alcanza. Hasta el fallo de la Corte del martes, ante cualquier contingencia recurrí­an al “fuero cautelarˮ. ¿A qué cartuchera apelarán ahora? El kirchnerismo rompió con esa imposibilidad autoimpuesta del progresismo. Antepuso el destino común por sobre su propio ombligo. No hizo caso a su ego y hasta tensionó su indiscutible identidad peronista. El progresismo se la pasó durante años diciendo qué estaba mal y qué estaba bien, y cuando un gobierno se decidió a encarar los desafí­os por ellos mismos sugeridos, se quedó afuera por decisión propia, contándole las costillas al gobernante que decidió tal abordaje. Es una lástima; la pregunta es por qué. ¿Por la polí­tica oficial en Derechos Humanos, acaso? Reveladora de sus formas, al kirchnerismo no le bastó con promover la prisión de los genocidas; allí­ también dijo “vamos por todoˮ y sumó un nuevo prólogo al libro Nunca Más (aquel de la Teorí­a de los Dos Demonios), aunque sin quitar el texto original, para que quedara plasmado, en las siguientes ediciones y antes las futuras generaciones de argentinos, el cambio de concepción que guí­a al Estado desde 2003. Fue demasiado para los histriónicos y selectos socios del Club del Progre. Mal que les pese a muchos, el kirchnerismo sobrepasó los lí­mites recomendados por los fundamentalistas de la imposibilidad. Néstor primero y Cristina después obraron con firmeza ante poderosos enemigos, no durante los años en que ocuparon cargos de menor importancia institucional, sino al arribar a la investidura más significativa de la democracia. Tras el traspié electoral de 2009 no se sentaron a negociar su retirada con los poderes invisibles, que mantuvieron a la democracia “en libertad ambulatoriaˮ; fue justamente allí­ cuando profundizaron su visión inclusiva de paí­s. Fueron al revés de todo lo conocido y aconsejable por ese inútil manual del posibilismo que siguieron al pie de la letra sus actuales adversos por centroizquierda de centroderecha. No fueron idealistas y socializantes cuando jóvenes, y tecnócratas y talibanes del mercado al momento de asumir, grandes y maduros de edad, la más alta función del Estado. ¿Qué ejemplo ilustra mejor el presente y el desafí­o inmediato de los argentinos; cuál gesto polí­tico y comunicacional es más edificante socialmente: el de los diputados de La Cámpora, en jeans y camiseta, entre el barro del temporal, ayudando a los vecinos de Ituzaingó, o el de Lanata negándose a dejar de fumar en cámara hasta tanto “dejen de robarˮ? ¿Cuál concepto debe prevalecer en nuestra democracia: “Al paí­s lo reconstruimos entre todosˮ o “que nada cambie si no cambia todo, al mismo tiempo y como a mí­ me gustaˮ? El fascismo nunca se llevó bien con la contradicción. Los recursos de la reacción son múltiples. La derecha es versátil y puede disimular en superficie lo que yace en su fondo. Por algo mantiene el poder real desde hace décadas, genocidio incluido. Tiene suerte: el progresismo cubre las espaldas del oscurantismo conservador. En Tiempo Argentino