Opinión

Coco y corazón

por La Cámpora
16 ago 2021
*Por Andrés "Cuervo" Larroque Conocí a Coco Blaustein a mediados de los 90. Me tocaba ser presidente del Centro de Estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires y por primera ver se organizaba un homenaje a las y los estudiantes desaparecidos de la institución. Coco fue uno de los oradores de aquel acto conmovedor, bastante ajeno a los tiempos que transcurrían. Era la época de Cazadores de Utopías, una obra maestra plagada de emoción que nos traía un debate en carne viva, de heridas que aún permanecían abiertas en el país de los Dos Demonios y la impunidad. Ese debate nos atravesaba como generación: nacíamos a la política como hijos de un genocidio, en un contexto mundial adverso para los pueblos que hacía lejana toda esperanza y compleja la decodificación de un tiempo ajeno a la historia. Ahí estaba Coco, alentando la discusión, convocando a la Memoria, ¿quién puede saber las miles de charlas que se habrán hecho alrededor de Cazadores? Con la emoción a flor de piel, siempre terminaban en llantos, abrazos, también reproches y perplejidad frente un presente que disolvía el pasado como arena. La convocatoria no fue en vano. Como las botellas al mar de Leopoldo Marechal, testimonio a testimonio se recomponía la Memoria de un Pueblo que no se resignaba a no ser. Alguien tenía que recoger esas botellas y sin duda fue Néstor Kirchner. El titán patagónico que vino poner blanco sobre negro y a poner justicia a esos esfuerzos abnegados, como los de Coco que se sumaban a tantos patriotas anónimos que esperaban la señal para volver a la historia. Con Coco nos reencontramos, en otro contexto. Corría 2008, a casi un lustro de la llegada de los gobiernos redentores de Néstor y Cristina. Los enemigos de siempre volvían a asomar para colgarse de ese país que con todo esfuerzo pugnaba por salir del infierno. Estallaba el multidimensional conflicto con las patronales agrarias, caía para siempre la careta de Clarín y emergía la batalla por el sentido de las cosas. Y allí estaba Coco, con su creatividad infinita puesta al servicio de la comprensión. Una discusión que nos encontraba ajenos, producto de las mutaciones económicas que obligaban al militante a saber más. Su nueva obra trajo luz y, en un contexto totalmente distinto, volvió a ser pieza ineludible de incontables charlas debate. Pero más allá del artista o del pensador, estaba el compañero y el amigo, y ahí se hacía más grande aún... Un tipo que deja una huella profunda, una mente brillante al servicio del Pueblo pero fundamentalmente un tipazo con un corazón enorme.
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