La tasa de desocupación creció al 9,3 en el segundo trimestre del año, según datos oficiales difundidos el martes 23 de agosto. Las cifras más altas de desempleo corresponden a Gran Rosario (11,7); Mar del Plata (11,6); Gran Córdoba (11,5); conurbano bonaerense (11,2); Río Cuarto (10,5).
Este es el primer indicador sobre desocupación del actual gobierno, ya que el último dato oficial correspondía al tercer trimestre de 2015, cuando se ubicó en el 5,9 por ciento de la población económicamente activa. A esta cifra se agrega el dato brindado en mayo pasado por Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA), según el cual unas 11 millones de personas en la Argentina tienen problemas de empleo, el 57% del total de los trabajadores.
El lector incauto pensará cómo puede ser que un gobierno anhele que la desocupación crezca, pero es así. El modelo de país de los CEOs funciona con un índice de desempleo de cerca del 18 por ciento, tal como dijo el titular del Banco de la Nación Argentina, Carlos Melconian, cuando aún en campaña electoral, brindó una charla ante empresarios junto a otros halcones neoliberales como Miguel Broda y el extremista económico José Luis Espert.
Esa cifra de dos dígitos de porcentaje de población sin trabajo es como un número Pi, una constante, para la fórmula mágica del modelo de Cambiemos. Es que con ese ejército de desocupados expectante el empleador disciplina a quien mantiene aún su puesto de trabajo, mediante la ley de oferta y demanda. Los mercados omnipresentes. Eso permitirá negociar salarios a la baja (o ni negociar) lo que, según esta fórmula, también se traducirá en una merma de la inflación.
Los augurios no son buenos para la clase trabajadora: "Con tasas altas en Estados Unidos, desaceleración en China y sin mercado interno, no habrá crecimiento este año", estima el economista Agustín Dˮ™Attellis, para quien "el modelo de Mauricio Macri cierra con salarios bajos".
Por eso el empresariado presiona por sueldos más bajos en pos de la diosa competitividad. Uno de sus voceros más mediáticos, el CEO de Fiat Argentina y fiscal de mesa del Pro, Cristiano Rattazzi, en cuanto micrófono tiene a mano expresa la necesidad de bajar los sueldos para bajar los costos, tal como el mismo Macri reclamaba en 2001.
Además las inversiones no llegan. De la lluvia de dólares no hubo ni una llovizna de centavos. Y esto, según los think tanks de la restauración conservadora, es por las pretensiones salariales de los argentinos, a quienes les hicieron creer que podían tener ingresos acordes. Como si tener salarios dignos fuera el eje de un círculo vicioso por el cual se generan todos los problemas económicos del país.
Ante esto, los grupos concentrados reclaman más pasos para profundizar el proyecto restaurador conservador: Flexibilización laboral, quita de impuestos y una Justicia más permeable al empresariado y menos afín a los trabajadores.
En ese sentido, desde el Instituto de Estudios Económicos sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL) de la Fundación Mediterránea (principal consultora en los ´90) expresan que “el actual contexto del mercado de trabajo requiere tanto de una mejora en la macroeconomía como de una agenda activa de reformas institucionales, de política laboral e impositiva que mejoren la competitividad de la economía. Así, podrían comenzar a revertirse tendencias estructurales que obstruyen la productividadˮ.
Deuda externa, FMI y riesgo país: Regresos con gloria
Al igual que los consejos de la cavallista Fundación Mediterránea en estos meses aciagos de la Revolución de la Alegría se produjeron otros retornos gloriosos. En primer término, y luego de recibir el país con menor deuda de la historia gracias a un proceso de desendeudamiento exitoso, Macri & Co. volvieron a generar pasivo.
Desde que asumió, la Alianza Cambiemos superó los 50 mil millones de dólares de pasivo, entre la deuda emitida en moneda estadounidense y la que emitió en pesos. Además, debido al déficit que el mismo gobierno engrosó quitando retenciones al agro y la minería, tuvieron que meter mano al Fondo de Garantía Sustentable (FGS) de la Anses para afrontarlo.
En tres ocasiones hicieron uso de “la plata de los jubiladosˮ por un total de 1.243 millones de dólares. Si a esto le añadimos la creciente desocupación formamos un combo explosivo en detrimento del futuro del sistema de previsión social argentino. Sacan plata de los aportes a la vez que hay menos trabajadores aportantes.
Y eso no es todo. Según los mismos datos oficiales del Indec macrista, tan solo en los primeros tres meses de este año la deuda aumentó en 16.195 millones de dólares, y eso sin tener en cuenta el descomunal desembolso por la negociación con los fondos buitre, que es superior a ese monto del primer trimestre, ni la deuda contraída por las provincias. En paralelo, se produjo una fuga de capitales récord de unos 4.052 millones de dólares, la más grande desde la crisis financiera internacional desde 2009.
Junto con la deuda vuelve otra estrella: El Fondo Monetario Internacional con sus auditorías y recetas. En septiembre, luego de que Adolfo Prat-Gay brindara pleitesía en Estados Unidos al inicio de su gestión, una comisión del organismo financiero llegará al país para volver a auditar sus finanzas. Esto brindará aún más basamento discursivo al relato macrista basado en no poner palos en la rueda y hacer un esfuerzo.
Ya es sabido lo que recetará el FMI luego de examinar el cuerpo de la Argentina, aun con gérmenes de igualdad e inclusión. A tono con las declaraciones que, tibiamente todavía, deslizan del gobierno, el Fondo comenzará a instalar la idea de que en el futuro mediato hay que elevar la edad jubilatoria, teniendo como fundamento lo expresado en párrafos anteriores: Más desocupados, menos aportantes, más deuda con el FGS, menos dinero para jubilar y pagar aumentos jubilatorios.
Y hay más retornos. Llega nuevamente el símbolo numérico de la crisis de 2001, el riesgo país. El EMBI (Emerging Markets Bonds Index o Indicador de Bonos de Mercados Emergentes) es elaborado por JP Morgan y expone la diferencia de tasa que pagan los bonos denominados en dólares de países no desarrollados y los del Tesoro de Estados Unidos, por lo que marca el riesgo que entraña un país para las inversiones extranjeras. Parece que la lluvia de dólares se aleja cada vez más.
En sus últimas mediciones la Argentina volvió a tener la medalla de oro, liderando la tabla con 992 de riesgo y 16 puntos básicos. Este último es la sobretasa a pagar por encima de los Bonos estadounidenses. Como dato no menor nuestro país es el único que supera esa tasa. Por eso las inversiones no llegan. El vecino Brasil tiene 183 de riesgo y -7 en puntos básicos, o sea, es más rentable que los Bonos del Tesoro de EE.UU. Otro ejemplo significativo es Ucrania, país que afronta un conflicto bélico y tiene 823 y -30.
Puja entre modelos y el relato M
Todos estos datos duros brindan basamento a las políticas de ajuste extremo que están imponiendo desde el gobierno. Y el principal objetivo es el trabajador, su fuente de trabajo y sus ingresos. La principal excusa es que las inversiones no llegan porque, según el relato de los CEOs, la Argentina es un país oneroso, ya que los salarios de los trabajadores están muy altos y eso ahuyenta a los inversores.
Este postulado no es inocente. Es la principal diferencia entre un modelo de país inclusivo, equitativo y democrático y un modelo que excluye y hace números en un excel dejando a la gente afuera de la planilla. Desde 2003 a 2015 hubo inversiones. Muchísimas, cuantiosas. Y fueron en educación, salud, producción, inclusión. Para el neoliberalismo y su relato eso es gasto. Para el modelo nacional y popular no existe el gasto público, es inversión pública. Se invierte en la población para que esté sana, educada y activa, y así produzca y consuma.