Imaginemos que el gobierno nacional aplica un plan económico de corte neoliberal que condena a la exclusión a millones de argentinos.
Imaginemos que miles de ésos que no tienen trabajo ni vivienda ni salud ni educación empiezan están organizados en diversas agrupaciones.
Imaginemos que esas organizaciones, donde se nuclean miles de desocupados, reclaman por comida y trabajo para que los pibes no se mueran de frío y de hambre en un junio que llega helado.
Imaginemos que además de comedores y merenderos y grupos de autoconstrucción hacen marchas, queman gomas, cortan rutas y puentes para hacer visible la urgencia del reclamo.
Imaginemos que como cada vez que en los grupos económicos concentrados se apoderan del aparato del Estado, el modelo que imponen conlleva la represión y la violencia para disciplinar a los quejosos.
Imaginemos que hay miles y miles que reclaman, sacan afuera la bronca, se organizan con los dientes apretados para bancar la que se venga. Y que la que viene trae palazos, balas y muertos.
Imaginemos que toda esa realidad se concentra en un solo punto. El Puente Pueyrredón. La estación Avellaneda. Y que es un 26 de junio como hoy. Entonces eso que creíamos imaginación son recuerdos del año 2002. Y sabemos que terminó en masacre y con Darío y Maxi muertos por luchar, por poner el cuerpo, por pedir pan y trabajo.
Y sabemos que la policía y el Estado quisieron encubrir a los responsables por eso en las primeras horas de la masacre la versión oficial intentó imponer la idea que los manifestantes se mataron entre ellos. Pero la verdad se abrió camino a fuerza de fotos y periodistas que el gobierno no pudo controlar.
Sabemos que tuvieron que adelantar las elecciones generales. Y que llegaron nuevos tiempos y nuevos vientos desde el sur de la mano de Néstor y Cristina.
Sabemos que la justicia en nuestro país aún tiene muchas deudas que saldar, entre ellas, dar todas las respuestas que siguen reclamando los familiares.
Y sabemos que vivimos tiempos en que volvemos a convivir con la violencia, con la represión ordenada desde el Estado para, otra vez, controlar e impedir la protesta social, en el marco de un proyecto económico cuyo fin es, como lo era en aquel entonces, aumentar las tasas de ganancia, a costa de los que menos tienen.
Ahora imaginemos un país mejor, donde todo eso no sea el paisaje cotidiano. Más justo, más solidario, más democrático. Sin miedo a salir a la calle, a pensar distinto. Ahora organicémonos mejor que nunca y hagámoslo realidad.