Política

De aquellos lápices a estas netbooks

por La Cámpora
16 sep 2012
Ellos tení­an una enorme ilusión alimentada por un paí­s que parecí­a de una vez por todas empezar a encaminarse, retomar la senda de la justicia social interrumpida por casi dos décadas de prohibiciones, de proscripciones, de una democracia que cada dos por tres se quebraba a sangre y fuego, para dar paso a una nueva y larga noche donde la Constitución se suplantaba por la Ley Marcial. Se criaron con los relatos de aquella epopeya que hizo poner de pie a cientos de miles de obreros y obreras, que por primera vez los hizo sentir sujetos de derecho a una vida digna, a un trabajo, a un salario, a una vivienda, a unas vacaciones, a una escuela, a un doctor. Ellos se imaginaban cómo serí­a esa Argentina. Y tení­an la fuerte esperanza de que en esos tempranos ˮ™70, pudiera volver a construirse aquel paraí­so de los relatos de sus mayores. No tuvieron tiempo, no alcanzaron a tomar envión para iniciar el vuelo, que les arrancaron de cuajo las alas, a balazos, a golpe de picana, a fuerza de torturas. Una generación se ahogó en las oscuras aguas de la noche más larga y más sangrienta de la historia argentina, a las que fue arrojada. Nosotros también tenemos una enorme ilusión, que despertó aquél 25 de mayo de 2003, cuando ese flaco desgarbado que vení­a de Rí­o Gallegos dijo que no iba a abandonar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Estábamos volviendo, como habí­amos anhelado durante tantos años, después de pasar también nuestra infancia con los relatos de una epopeya que parecí­a ya tan lejana como imposible de recrear. Conocimos la democracia ininterrumpida, pero nunca entendimos para qué nos podí­a servir. Porque la democracia parecí­a solo servir para que los polí­ticos hicieran sus negocios, se alternaran en el poder y garantizaran el “siga sigaˮ a las grandes corporaciones económicas que se habí­an adueñado del paí­s. Encima veí­amos que la democracia no creaba trabajo, ni generaba un reparto equitativo de la riqueza, y tampoco otorgaba dignidad, ni vacaciones, ni salarios, ni escuelas ni hospitales. Pero cuando Néstor vino a proponernos un sueño, nos sentimos como aquellos jóvenes que pedí­an por el boleto estudiantil. Y en poco tiempo conseguimos mucho más. Porque no nos cortaron las alas ni nos bajaron del cielo a cañonazos. Y entendimos que habí­a que unirse y organizarse para no perder esta nueva oportunidad. En ese derrotero de conformación del Movimiento Nacional y Popular es que los jóvenes nos juntamos para darle fuerza al proyecto, para unirnos en la historia con aquellos que se quedaron en el camino a mediados de los ˮ™70 y completar la tarea de una Argentina más digna, más equitativa, más justa, más inclusiva, como la que ellos soñaron. Porque a pesar de que a los jóvenes siempre los persiguieron, nunca se fueron, ellos están en nosotros. Hace dos años le pedimos a Néstor que viniera a hablarnos al Luna Park. Una descompensación que habí­a sufrido unos dí­as antes le impidió hablarnos, pero no quiso dejar de estar a nuestro lado. Nos habló Cristina en su nombre. Pero el asentí­a cada palabra de la compañera Presidenta como si fueran propias. Los jóvenes de los lápices hací­an polí­tica, militaban por un paí­s distinto y pedí­an por el boleto. Los jóvenes del bicentenario, con las netbooks en la mano vamos por más, por tener una mayor participación, no sólo uniéndonos y organizándonos, sino pidiendo espacio para decidir. Con el voto, como corresponde a un proceso democrático que se precie de abierto y participativo, como el que Néstor y Cristina nos consolidaron.