Una primavera política que se produjo en otoño y duró 49 días. Por Jorge Bernetti
¿Por qué su rememoración produce tanta intensidad? Porque representa las esperanzas y la propuesta que millones de argentinos depositaban en el regreso de Perón al país.
Fue una primavera política, pero que se produjo en otoño. Y duró 49 días en lugar de tres meses. Cuarenta y nueve días que conmovieron a la Argentina, parafraseando a John Reed. Pero a diferencia de la revolución cuya crónica ejemplar escribió en 1917 el periodista estadounidense, aquella primavera argentina no abrió paso a una victoria pero constituyó un acontecimiento de una contundencia histórica que está presente movilizadoramente casi 40 años después.
Héctor Cámpora tardó más tiempo en esperar que transcurriera el tiempo entre su victoria ˮ“el 11 de marzo de 1973ˮ“ y su asunción al gobierno el 25 de mayo, que en ejercer su breve momento de gobierno.
¿Por qué hoy su memoración posee tan alta densidad? Porque representa de manera potente las esperanzas y las propuestas de cambio que millones de argentinos depositaban en el regreso del peronismo al poder luego de la proscripción política de 18 años y la represión paralela a aquella indudable exclusión antidemocrática. La victoria de Cámpora y Vicente Solano Lima en los comicios de marzo constituyó, también, una demoledora confirmación de la potencia electoral del movimiento nacional. Y la ratificación de que una política de transformación puede construirse en marcos democráticos y con el apoyo de fuerzas propias y aliadas que disipan el temor al eventual distanciamiento popular por la dimensión del cambio que proponen.
Las jornadas de mayo al 13 de julio, el día en que Cámpora renunció a la presidencia en aquel año inolvidable, movilizaron las demandas de millones de argentinos y, como en cercanos años del presente, pusieron en la calle, en las empresas, reparticiones públicas, empresas privadas, universidades y colegios, la presencia de masas que buscaban hacer realidad las propuestas programáticas del Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI) y los sueños de la Resistencia.
La decisión democrática y transformadora de entonces puede, desde el gobierno, ejemplificarse cuando el joven ministro del Interior, Esteban Righi, proclamó en el patio de la sede del Departamento Central de la Policía Federal aquel histórico concepto: “El pueblo es hoy el gran protagonista.ˮ Y exhortaba ˮ“infructuosamenteˮ“ a los azules para que entendieran que era necesario construir un orden diverso, un orden donde la represión quedaba marginada y la fuerza pública debiera constituirse en un auxiliar de la voluntad soberana.
Aquella voluntad y aquella inteligencia habían arrancado de las cárceles dictatoriales a los presos políticos que lucharon por el retorno de Perón a la Argentina y al gobierno, y rescatado los derechos del soberano.
El furor de los militantes del odio contra la memoria de Cámpora es directamente proporcional a los intereses afectados por la política kirchnerista del presente, y también a la impotencia de aquellos por evitar la identificación de las nuevas generaciones que ingresan hoy en la política popular con el presidente que honró a la democracia y brindó una insólita lealtad a su jefe y a su movimiento político. Como repudiaron a Cámpora era evidente que de igual manera temieran a “Laˮ Cámpora. La emergencia de esta es también expresión del fuerte retroceso ˮ“pero no rendiciónˮ“ de los sectores del privilegio y de la certificación del crecimiento de las fuerzas del cambio.
Como la primavera terminó en abrupto invierno resulta una tarea de historiadores comprender las complejas contradicciones del pasado. Y constituye una responsabilidad política del presente que las diversas generaciones, clases, sectores sociales y círculos intelectuales populares construyan un hoy y un futuro diversos, al fin, de aquel pasado que sigue guiando multitudes y proyectos, aun a pesar de su abrupto cierre. La Argentina contemporánea tiene el alto objetivo de una primavera perpetua, es decir, un cambio con audacia inteligente y pluralismo frentista con sentido democrático, popular y transformador.
En: Tiempo Argentino