Cuando hace una semana se realizó en Rosario un nuevo Encuentro Nacional de las Mujeres, cuyo objetivo fue el de debatir e intercambiar ideas para construir colectivamente alternativas que garanticen el respeto y acceso de las mujeres a sus derechos en una sociedad sumamente desigual, algunos prefirieron concentrarse en la forma de ejercer la protesta que en el contenido y la gravedad de los temas abordados en la ciudad santafesina. Si el foco estuviera puesto en el fondo, la noticia que al día siguiente conmocionó al país hubiera sido analizada y contextualizada de otra manera.
El domingo 9 de octubre Lucía, una chica de 16 años, fue asesinada por empalamiento anal luego de ser violada y torturada. La brutalidad del crimen sumada a la corta edad de la víctima provoca un sentimiento mayor de impotencia, angustia y bronca. Pero no es un hecho aislado. Es, en todo caso, una expresión más extrema y macabra de un problema que existe y se agrava en el país: la violencia de género. Violencia que se manifiesta en distintos órdenes como cuando una mujer no es considerada apta para un determinado empleo, cobra menos que un hombre por igual tarea, es juzgada peyorativamente por su indumentaria o vida sexual, es atosigada en la vía pública, o es violada y asesinada. El denominador común es el mismo: le pasa por ser mujer.
Penoso es también que muchos protagonistas de la vida civil naturalicen tamaña aberración y apelen a otros argumentos para repudiar, o peor aún, justificar esta discriminación que varias veces termina en la muerte. A raíz del caso del hombre que intentó apuñalar a dos jóvenes en una plaza de La Boca, en un canal de televisión se puso el énfasis en que las víctimas eran muy buenas estudiantes y no merecían ese ataque. Las víctimas son personas y por tanto no merecen ser agredidas. No importa si sacan todos dieces o reprueban exámenes. Con gran precisión Ileana Arduino escribe en la Revista Anfibia, hablando sobre Lucía, que “le dijo a su papá que iba a un lugar pero se fue de su casa en una camioneta con dos hombres, nos cuentan. ¿Cuál es el hilo conductor entre subirse a una camioneta en la puerta de su casa y morir desvanecida en un centro médico? Su propia responsabilidad, su culpaˮ.
Un caso emblemático de transformar a la víctima en victimario lo dio el diario Clarín a partir del femicidio de Melina Romero. En una nota publicada el 13 de septiembre de 2014, tituló: “una fanática de los boliches, que abandonó la secundariaˮ. Melina fue la responsable de su homicidio porque le gustaba ir a bailar y porque no terminó la escuela.
El derecho a la vida y a la libertad no es materia opinable, no pueden verse cercenados. Las mujeres tienen derecho a vivir, y tienen derecho a ser libres, lo que significa ejercer su sexualidad como quieran, vestirse como quieran, hacer lo que ellas quieran con su tiempo, caminar por la calle o viajar en transporte público sin ser asediadas por ser mujeres. La vida y la libertad no dependen de si tenés tatuajes o piercings, de cuántas relaciones sexuales mantuviste, de si estudiás o no, de si te dormís temprano o vas al boliche.
Este estado de las cosas es insostenible. Hay que romper con el carácter patriarcal de la sociedad y los estereotipos machistas. Los medios de comunicación tienen en este sendero un rol fundamental que desafortunadamente, salvo honrosas excepciones, vienen desarrollando con una evidente irresponsabilidad.