Sin un liderazgo que sea capaz de no sólo interpretar sino de darle cauce a esa interpretación para cristalizar en una serie de transformaciones materiales concretas, el pueblo pierde su esencia que es la de ser sujeto histórico y queda merced a la fragmentación, sin orientación ni dirección política. No es que deje de existir sino que su existencia pierde potencia y es relegado a vivir en los márgenes del poder.
Asimismo, el o la líder sin el mandato y la legitimidad de su pueblo se convierte en una cáscara vacía rebozante de declamaciones y buenas intenciones pero carente de un destino y sobre todo sin la fuerza, el amor y el empuje que da aquel pueblo como motor para hacer posibles las realizaciones que explican en última instancia la razón de su liderazgo.
Claro que los dos puntos no son iguales, no son pares. Jamás hay que confundir esto. La única constante de nuestra historia, lo que persiste ya sea en subsuelo sublevado, disperso en los cuatro puntos cardinales como los hijos de Fierro en los largos períodos de derrota o en las plazas, la fábricas, las escuelas y en los gobiernos que se parecen a ellos, es el pueblo.
"¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo!", escribe con genialidad y sobre todo con una honestidad brutal Sarmiento al inicio del Facundo, desnudando la impotencia de saber que lo de abajo, la masa, existe y existirá amén de cualquier esfuerzo sea con las letras o con las armas. Eso es lo que enloquece a la anti-Patria, que pueden prohibir, proscribir o incluso matar a medio pueblo que 10, 20 o 30 años después siempre emerge y florece con nuevos bríos para volver a ser sujeto de su propia historia.
No ocurre igual con los líderes del Movimiento Nacional que, de 80 años a esta parte, son los líderes del peronismo, el movimiento político más grande de nuestro continente. Éstos o éstas no son una constante, no es que están ahí sin más perviviendo sino que se construyen y se sostienen en tanto hayan logrado amalgamar y darle carnadura al pueblo, básicamente mientras puedan darle orientación y conducción política, llevar esa dirección al camino de las realizaciones materiales y espirituales y esencialmente ganarse y sostenerse en el amor incondicional de su pueblo hacia ellos o ellas que es en definitiva lo que cierra y explica la dialéctica de la lealtad.
Pero como sabemos, la historia no suele ser muy dadivosa a la hora de abrir espacios en ella para la emergencia de liderazgos populares capaces de constituir la síntesis del verdadero sujeto histórico que como se sabe es el pueblo. En ese sentido, y tomando los mismos 80 años desde nuestro presente hacia atrás, no hay discusión alguna en torno a cuáles fueron aquellos liderazgos que lograron reunir esas condiciones y atributos: Perón, Evita, Néstor y - qué duda cabe - Cristina. Punto y aparte.
“Nuestra lealtad es con el Pueblo”
Entonces, esta frase que pareciera querer repetirse como un mantra en estos días no es más que una enunciación tautológica; es decir que repite lo mismo que enuncia sin aportar ninguna información, contiene la verdad del peronismo en sí misma (independientemente de la cantidad de
oportunidades y personas que se han apartado de ella). Pero esta misma verdad carecería completamente de sustancia si se la escinde de su funcionamiento "orgánico" que no es otro que el que se desprende de la dialéctica pasional de la lealtad peronista; ese comportamiento simbiótico entre ese Pueblo que, en determinados momentos de la historia, descubre y edifica los liderazgos capaces de sintetizar su fuerza, sus sueños, sus luchas y su potencia para asirse de la historia y en quienes por ende deposita una lealtad que los trasciende y esos o esas líderes que son sostenidos en ese lugar por su pueblo precisamente porque son leales sólo y por su Pueblo, refrendando ni más ni menos que con su vida lo que el pueblo espera de ellos y por lo que le son leales siempre.
Lo que se produce ahí en definitiva es un traspaso de soberanía del Pueblo a sus líderes, fue eso y no otra cosa lo que ocurrió aquel apoteósico 17 de octubre de 1945; el Pueblo de la Patria depositó su soberanía en las manos del Coronel Perón.
De este modo nos quedan dos cosas por hacer: la primera es cerrar la interpretación de la frase “nuestra lealtad es con el Pueblo” en el marco de la dialéctica peronista de la lealtad para no dejar la frase suelta en la redundancia de la verdad que enuncia y poder concluir que efectivamente es así y por eso mismo somos leales con aquella en quien nuestro pueblo depositó su lealtad y que felizmente tienen nombre y apellido, Cristina Fernández de Kirchner.
Lo segundo, finalmente, es ni más ni menos que celebrar lo obvio; Cristina, la última de los cuatro liderazgos que el pueblo peronista y el movimiento nacional parieron, está viva, con una lucidez esclarecedora, con la voluntad intacta de seguir montando el caballo de la historia y - lo más importante - con el amor y el sentimiento del pueblo de a pie junto a ella. Por esto - y por todo lo que significa - es que aclamamos a Cristina como la Presidenta del Partido Justicialista de la República Argentina.