Política

Dónde va la gente cuando llueve

por La Cámpora
12 ago 2011
Francisco Solano López falleció este viernes y a las pocas horas una tormenta de hierro azotó Buenos Aires. Su memoria no nos permite ahora un regodeo frugal por la prosopopeya: cualquiera que haya disfrutado de su obra, sabe que en sus trazos los cielos nunca lloraban. Solano López fue un artista más obsesionado con la verdad que con la metáfora simple: como el homónimo mariscal paraguayo del que descendí­a, Solano López fue un guerrero del dibujo y para él los marcianos eran marcianos y la devastación una visión de lo que la realidad también podí­a llegar a ser. Y en esa sutileza se explica la importancia que tuvo su trabajo en la cultura argentina contemporánea: menos que una historieta de ciencia ficción, El Eternauta, su obra más famosa, fue el cristal donde se dibujaron los sueños y pesadillas de una nación arrasada por sus sí­mbolos. Como dibujante, Solano López quedará en la historia como una de las plumas más notables de la Argentina. No sólo por El Eternauta, esa historieta escrita por Héctor Oesterheld que fue un éxito rotundo a fines de los cincuenta y que regresarí­a justo en 1976 -previo ingreso de Oesterheld a Montoneros-, para encabezar la resistencia humana ante un invasor que no habí­a bajado del cielo sino que llevaba ya varias décadas viviendo entre nosotros. Allí­ están también Ministerio y Evaristo, dos extraordinarias pruebas del talento de Solano López para trazar las lí­neas faciales del poder y la voluntad. Desde sus inicios, en 1953, Solano López prestó su virtuosismo a las más importantes publicaciones de Argentina y el mundo (Rayo Rojo, Misterix, Hora Cero, Skorpio y Nippur Magnum) y dibujó como nadie las fantasí­as de guionistas de la talla de Roger Plá, Guillermo Saccomano y el propio Oesterheld, entre otros. Condenada a ser un género “menorˮ, llegará el momento de señalar que la historieta ya dio sobradas muestras de su capacidad para entregar nuevas obras al histórico y fundacional panteón de la “literatura nacionalˮ. Nunca sabremos si es demasiado tarde o demasiado temprano para arriesgar una hipótesis. Pero al menos en lo que respecta a su capacidad de insuflar de sí­mbolos y mitos la compleja construcción de lo “polí­ticoˮ, El Eternauta ya comparte anaquel con las grandes obras de la narración argentina. Y si El Eternauta es el Cantar del Mí­o Cid de una generación que ingresó a la adultez bajo el cielo negro del apocalipsis, es a Solano López a quien debemos la suerte de haberla representado. A los 83 años, tras un ACV y un accidente doméstico que el pasado 7 de agosto lo condenó a un coma irreversible, Solano López falleció este viernes a las 4:15 de la madrugada en el Hospital Italiano. Horas después, comenzó la tormenta. Por unos minutos el cielo de Buenos Aires se pareció demasiado a sus dibujos: negro, cargado de nubes, como esos firmamentos árticos donde el dí­a no existe. Nunca sabremos dónde va la gente cuando muere. Pero si Solano López alcanzó a observar esa imagen, suponemos que se habrá quedado tranquilo: él ya la habí­a dibujado mucho antes.