Seguramente, luego del histórico reconocimiento a Cuba en la Cumbre de las Américas de ayer, Eduardo Galeano haya podido pensar con derecho propio que había algo de "misión cumplida". Pocos escritores han representado la voz de los pueblos latinoamericanos frente al silencio al que habían sido sometido durante décadas por Estados Unidos y las grandes potencias. Apenas un día después de la Cumbre donde un conjunto de presidentes compañeros le hablaron de igual a igual a la principal potencia mundial, le exigieron respeto y le marcaron un límite a las aspiraciones imperiales norteamericanas, nos despertamos con la noticia de la muerte de Eduardo Galeano, el escritor de la Patria Grande.
Desde su obra insigne, “Las venas abiertas de América Latinaˮ, Galeano trazó un camino periodístico-literario en el que desnudó el sistema imperial de despojo sobre los pueblos hermanos del continente desde la llegada de Colón a la actualidad. Ese sendero, además, hizo patente la similitud de las historias particulares de cada país latinoamericano: éramos una gran patria grande a la que lograron dividir para doblegar mejor. Por suerte esa realidad ha empezado a revertirse. Hoy los pueblos reconocen la necesidad de unirse y lo demuestran protagonizando los cambios y acompañando a los presidentes que llevan adelante esos idearios Sanmartinistas y Bolivarianos.
En uno de sus hermosos y breves relatos, Galeano decía que el mundo era un “mar de fueguitosˮ, que algunas personas apenas ardían y otras en cambio encandilaban con tanto brillo que desplegaban. Con su vida y su obra, su amor y compromiso por esta tierra, el escritor de la Patria Grande originó una fogata incandescente tan vasta que ni siquiera la muerte podrá apagar. Los compañeros lo despedimos con la certeza de que lo volveremos a encontrar todos los días en cada lectura de sus libros, ensayos y poemas que seguirán siendo fuente de inspiración y compromiso por muchísimos años más.