Política

El legado de Hernández Arregui

El pasado irresuelto es siempre la llave del futuro

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Hace cincuenta años moría en Mar del Plata uno de los grandes intelectuales del pensamiento político de nuestro país. La huella de su obra adquiere una fundamental vigencia en el debate nacional actual sobre la formación de la conciencia nacional.

por Gastón Fabian *
22 sep 2024

Hace medio siglo, el prolífico escritor, analista político, periodista, historiador y referente intelectual Juan José Hernández Arregui, moría de un infarto en Mar del Plata, mientras, perseguido por la Triple A, se preparaba para partir al exilio junto a su compañera Odilia Giraudo. Apenas dos meses y medio habían transcurrido desde la muerte del presidente Juan Domingo Perón y unos cuatro de la de Arturo Jauretche. Una generación que supo aportar al país sus mejores luces e ideas terminaba su vida en las vísperas de una larga y oscura noche, con sus libros quemados y sus nombres proscriptos.


Pero quien consigue pensar la singularidad de una época adquiere el pasaporte para vincularse con todas las demás, incluso si sus conceptos han perdido vigencia. Y Hernández Arregui, sin lugar a dudas, aprovechó un momento de grandes convulsiones políticas para lanzar su mirada de águila hacia el pasado, porque el pasado irresuelto es siempre la llave del futuro


En tiempos de urgencias múltiples, de ansiedades que corren detrás de algoritmos inefables, construir una narrativa totalizadora, capaz de sintetizar de dónde venimos y hacia dónde vamos, es uno de los desafíos centrales de la reflexión política. Quienes hoy auguran un florecimiento repentino de los nacionalismos, para contrarrestar la hegemonía globalizadora del capital, quizá deberían revisitar los libros de Arregui, Eduardo Luís Duhalde, Rodolfo Ortega Peña, Rodolfo Puiggrós o Raúl Scalabrini Ortiz para no vendernos como novedosa una ideología que nada inquieta a los dueños del poder en la medida en que no reconoce al pueblo como una fuerza revolucionaria. Si el nacionalismo es una aburrida perorata sobre las supuestas virtudes de una esencia fija e inmutable, llegaremos a confundir a Perón con la vicepresidenta Victoria Villarruel y al país con un desfile folklórico de arengas militares sin sustancia.


Arregui se definía como un “hombre de izquierda con conciencia nacional”, por lo tanto reivindicaba el peronismo como el movimiento que había logrado las transformaciones más profundas en nuestra patria. No se posicionaba ni regía su pensamiento desde intuiciones celestiales o dogmas prefigurados, sino que era un espíritu fundamentalmente analítico, que poseía una vasta cultura histórica, filosófica y literaria, que ponía a prueba en sus investigaciones, en sus polémicas y en su ejercicio docente. En Arregui, el “ser nacional” o la “conciencia nacional” no surgen de la nada, ni son fruto de un despertar súbito y acalorado. Por el contrario, se forman, avanzan y retroceden en un recorrido dialéctico motorizado por la lucha.

Si el nacionalismo es una aburrida perorata sobre las supuestas virtudes de una esencia fija e inmutable, llegaremos a confundir a Perón con Villarruel y al país con un desfile folklórico de arengas militares sin sustancia.

Un episodio del presente puede condensar y rememorar grandes fricciones del siglo XIX, un hábito asimilado puede hallar arraigo en alguna circunstancia del período colonial, pero todas estas conexiones tardan en sedimentarse y es tarea del historiador rastrear sus huellas perdidas para poder comprender los frágiles y a la vez persistentes cimientos en los que se apoya nuestra actualidad; así como identificar lo que pudo ser pero no fue, porque acabó derrotado, aunque siga latiendo, esperando su redención. Arregui, igual que varios otros, descubrió que el país se había constituido con ideas ajenas, que no le servían, que lo arrojaban al fracaso y a la intemperie. Ergo, que no se podía modificar su matriz económica sin derribar sus mitos ni desmantelar su sistema de ideas y proponer otros que le fueran más fieles. De ahí que su primer gran libro se titulara Imperialismo y cultura.


Ahora bien, ¿en qué momento la historia cobra semejante trascendencia? Pues: cuando estamos proscriptos, cuando el enemigo declara nuestra nulidad política, nuestra inexistencia. El peronismo, ni bien derrocado, fue calificado de error y simulacro. Tuvo que imponerse una nueva camada de revisionistas (porque la primera, la que vino después de la caída de Yrigoyen y la crisis de la Argentina oligárquica del Centenario, anhelaba un orden que ya no podía volver), tan documentados como militantes, para que el relato oficial de los que trazaban la línea Mayo-Caseros y ventilaban la imagen de la Segunda Tiranía se resquebrajara por todas partes. Se trataba de demostrar que el peronismo tenía razón de ser y que, por mucho que lo prohibieran, era un hecho político ineludible de la realidad nacional, con raíces profundas y contundentes. 

Hubo un tiempo en que, en la Argentina, hacer política coincidía increíblemente con discutir la historia. Podrá parecer lejano, ante la instantaneidad de las redes y los delirios presidenciales modelados con la arcilla de la inteligencia artificial, pero lo cierto es que el presidente Javier Milei justifica sus sueños anarcocapitalistas con referencias a Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca, como todavía hacían Jorge Luís Borges, Pedro Eugenio Aramburu y Agustín Lanusse cuando no existía la televisión a color y mucho menos internet. De manera que recuperar el pensamiento de nuestros grandes faros intelectuales es una invitación a reconsiderar nuestro pasado con las preocupaciones y las premuras de hoy. No hay nación emancipada sin conciencia histórica y entonces podemos repetir con Perón, en su carta a Arregui para felicitarlo por el libro La formación de la conciencia nacional, que “es reconfortante, para los que luchamos por la liberación nacional, ver que todavía quedan intelectuales capaces de sostener con valor y altura una causa tan justa y trascendental como la que usted ha defendido en su obra. El país necesita hombres como usted, decididos a defender lo que es nuestro y no lo que nos imponen desde afuera”.



* Militante de La Cámpora.