Política

Evita

por La Cámpora
26 feb 2009
Nació un 7 de mayo de 1919, posiblemente en un campo llamado "La Unión", cerquita de Los Toldos, o quizás en Juní­n, Provincia de Buenos Aires. Su padre, Juan Duarte, fue un terrateniente conservador implicado en las maniobras fraudulentas por las que se estafaron tierras a las comunidades mapuches de la zona. Su mamá se llamaba Juana Ibarguren y era hija de la puestera del campo de Juan Duarte. Juan tení­a dos familias, una "legí­tima" y otra "ilegí­tima". Eva fue la quinta de cinco hermanos de la familia ilegí­tima de Juan Duarte, quien no reconoció a ninguno de ellos. Su condición de "hija adulterina" -tal la clasificación difamatoria que se les diera a los hijos no reconocidos en esos años- marcó a fuego la personalidad de Evita. Muerto Juan Duarte, la familia queda absolutamente desprotegida y debe mudarse primero a los Toldos, posteriormente a Juní­n, donde Evita asistió a la escuela, actuó en su primera obra de teatro y enfrentó su temprana adolescencia en condiciones económicas muy pobres. Un tres de enero de 1935 esa piba de tan solo unos 15 años se baja de un tren en la ciudad de Buenos Aires, sin un mango y sin la más mí­nima idea del rol que tendrí­a en la historia de nuestro paí­s. Como miles de argentinos que en esa época migraban desde el interior a la capital, ella fue en busca de nuevas oportunidades. Para los porteños más acomodados, estos eran inmigrantes distintos a los usuales inmigrantes europeos. Eran inmigrantes de adentro, los famosos "cabecitas negras" que luego pasarí­an a formar un rol predominante en la fase industrializadota de nuestro paí­s y en el movimiento social que darí­a sustento al peronismo. Evita pasó sus primeros años laburando en compañí­as teatrales y apenas sobreviviendo en condiciones económicas muy austeras. Poco a poco fue haciéndose conocida en el ambiente y consiguió algunos roles como segunda actriz o como modelo en la tapa de varias revistas de espectáculos. De esta época se la recuerda, según testimonios, como una chica débil, tí­mida, muy flaca, alegre y buena compañera. Pero su suerte vino de la mano de la radio, donde comenzó a realizar algunos radioteatros, en especial uno llamado "Grandes Mujeres de la Historia", que tuvo mucha repercusión. Hacia 1942 Eva pudo abandonar finalmente las pensiones, luego de muchos años de trabajo, y se mudo por primera vez a un departamento en la calle Posadas, que años mas tarde compartirí­a por un tiempo con Juan Domingo Perón. Un año más tarde comienza su actividad polí­tica cuando funda el primer sindicato de trabajadores de la radio, que luego presidió. Conoce a Perón en 1944, cuando fue condecorada en un acto organizado por la Secretarí­a de Trabajo y por ser una de las actrices que más fondos habí­a recaudado para las victimas del terremoto ocurrido en la Provincia de San Juan. Hasta acá Eva probablemente pensaba que ella habí­a vivido una vida de mucho trabajo y sacrificio. Estaba equivocada. Cuando Perón entra en su vida esta se revoluciona completamente. Evita juega un papel preponderante en los sucesos del 17 de octubre de 1945, haciendo de nexo entre el conductor y los trabajadores que irí­an a buscarlo a la plaza. También milita exhaustivamente en la campaña presidencial que lleva a Perón a la presidencia. Sólo tres dí­as después Eva pronuncia su primer discurso polí­tico, que ya marcarí­a, aunque levemente, su tendencia transgresora y revolucionaria. En plena Argentina Infame, con tan solo 27 años, Evita grita a los cuatro vientos ante un paí­s expectante: «La mujer argentina ha superado el perí­odo de las tutorí­as civiles. La mujer debe afirmar su acción, la mujer debe votar. La mujer, resorte moral de su hogar, debe ocupar el sitio en el complejo engranaje social del pueblo. Lo pide una necesidad nueva de organizarse en grupos más extendidos y remozados. Lo exige, en suma, la transformación del concepto de mujer, que ha ido aumentando sacrificadamente el número de sus deberes sin pedir el mí­nimo de sus derechos. » Inmediatamente un fenómeno inédito comienza a rondar su figura, un fenómeno que se intensificarí­a dí­a a dí­a. Nace hacia ella un amor incondicional por parte de los más postergados de nuestro paí­s, mientras que de los más acomodados brota un odio irracional y desmesurado. Evita no tiene problema en tomar partido, elige sin hesitar por los suyos. Ni siquiera las "señoras gordas" de Recoleta, aquellas de las que hablaba Jauretche y que tendrí­an derecho a votar gracias a ella, la querrí­an ni un poquito. Por el contrario, siempre serí­a vista como la princesa plebeya que habí­a usurpado un lugar que históricamente correspondió a las de su clase. El accionar polí­tico y social de Evita, su protagonismo, decisión y acción a partir de ese momento, es imposible de comprimir en esta breve reseña. Sólo a modo de ejemplo: fue la ejecutora de gran parte de la labor social del peronismo a través de la Fundación Eva Perón, construcción de hospitales, escuelas, colonias, clubes, residencias estudiantiles, etc; llevó la relación polí­tica con los sindicatos; creó el Partido Peronista Femenino, por medio del cual fueron elegidas por primera vez 23 diputadas nacionales, 6 senadoras nacionales y un total de 109 mujeres en cargos electivos provinciales; escribió de puño y letra la ley de igualdad jurí­dica entre los cónyuges en materia de derechos civiles y patria potestad; redactó el Decálogo de Derechos de la Ancianidad, que fueran luego incorporados a la Constitución del 49; etc. Todo ello en un breve perí­odo de 6 años. Posteriormente, hacia 1951 la CGT impulsarí­a su candidatura a la Vicepresidencia, actuando bajo la convicción de que su presencia en ese cargo fortalecerí­a la presencia de los trabajadores en el poder. En agosto se realiza el Cabildo Abierto del Justicialismo, acto en el cual se lanzarí­a la candidatura Justicialista. En ese acto, uno de los momentos más emotivos de su vida pública, este diálogo se registra entre ella y los trabajadores: Evita: (hablando a la multitud y a Perón) Hoy, mi general, en este Cabildo Abierto del Justicialismo, el pueblo preguntó que querí­a saber de que se trata. Aquí­ ya sabe de qué se trata y quiere que el general Perón siga dirigiendo los destinos de la Patria. Pueblo: ¡Con Evita! ¡Con Evita! Evita: Yo haré siempre lo que el pueblo quiera. Pero yo les digo que así­ como hace cinco años he dicho que preferí­a ser Evita, antes que la mujer del presidente, si ese Evita era dicho para aliviar algún dolor de mi Patria, ahora digo que sigo prefiriendo ser Evita. La Patria está salvada porque la gobierna el general Perón. Pueblo: ¡Que conteste! ¡Que conteste! Espejo (CGT): Señora, el pueblo le pide que acepte su puesto. Evita: Yo le pido a la Confederación General del Trabajo y a ustedes, por el cariño que nos profesamos mutuamente, para una decisión tan trascendental en la vida de esta humilde mujer, que me den por lo menos cuatro dí­as. Pueblo: ¡No, no, vamos al paro! ¡Vamos a la huelga general! Evita: Compañeros, compañeros...yo no renuncio a mi puesto de lucha. Yo renuncio a los honores. (llorando) Yo haré, finalmente, lo que decida el pueblo. (aplausos y vivas) ¿Ustedes saben que si el puesto de vicepresidenta fuera un cargo y si yo hubiera sido una solución no habrí­a contestado ya que sí­? Pueblo: ¡Contestación! ¡Contestación! Evita: Compañeros, por el cariño que nos une, les pido por favor que no me hagan hacer lo que no quiero hacer. Se los pido a ustedes como amiga, como compañera. Les pido que se desconcentren. (La multitud no se retira) Compañeros... ¿Cuándo Evita los ha defraudado? ¿Cuándo Evita no ha hecho lo que ustedes desean? Yo les pido una cosa, esperen hasta mañana. Espejo (CGT): La compañera Evita nos pide dos horas de espera. Nos vamos a quedar aquí­. No nos movemos hasta que nos de la respuesta favorable. Evita: Esto me toma de sorpresa. Jamás en mi corazón de humilde mujer argentina pensé que podí­a aceptar este puesto... Denme tiempo para anunciar mi decisión al paí­s en cadena. (Finaliza el acto) Nueve dí­as después Eva pronuncia lo que serí­a llamado en la mitologí­a peronista como el "Renunciamiento Histórico". Declina su candidatura, en parte por las fricciones que ocasionaba su presencia en varios sectores del movimiento, en parte por la gravedad de su enfermedad. En 1952 su salud se agrava profundamente. Vota al peronismo desde su lecho. El 26 de julio falleció. La CGT decreta un paro de tres dí­as. La velan en su sede central. Dos millones de personas desfilan durante dí­as ante su cuerpo. Mientras tanto, en el pasaje Guise del barrio de Recoleta, algún descerebrado escribí­a la infame y cobarde pintada que festejaba con un "Viva el Cáncer" la existencia de la terrible enfermedad, e inauguraba una demostración de ensañamiento sin precedentes que no terminarí­a hasta 1976. Tanto la odiaban que el cuerpo de Eva serí­a secuestrado por la Revolución Libertadora, y serí­a vejado, manoseado, expatriado y sometido a toda clase de perversidades. Su valor simbólico era demasiado alto para que quede accesible a sus seguidores en su mausoleo de la CGT. Al respecto, Rodolfo Walsh escribirí­a este increí­ble cuento que se adentra en los pormenores del caso. Sus restos fueron finalmente escondidos en Milán, con la connivencia de la Iglesia Católica y hasta del mismo Papa Pí­o XII, quien la habí­a conocido cara a cara durante su gira Europea. La Tendencia, durante los 70, habrí­a intentado recuperar el cuerpo de Evita para el pueblo. Fue así­ que hacia 1969 la organización Montoneros secuestra a Aramburu para intercambiarlo. El plan falló en sus objetivos y Perón recién volverí­a a tener posesión de los restos de su mujer en 1971. El legado de Evita ha sido inspirador para muchas generaciones. En especial para la juventud: durante los 70 su imagen fue levantada por todo el espectro juvenil que ingresaba intempestivamente a la militancia polí­tica. Ni siquiera aquellos que no han simpatizado con el peronismo han reconocido su legado como militante y luchadora social. Entre toda su herencia, tal vez la más importante es que su dedicación a una causa se constituye como el estándar más alto de militancia: una mujer que entregó todo en una carrera desenfrenada por revolucionar. Si el Diego es el máximo estándar futbolí­stico, Evita es a la militancia lo que el Diego al Fútbol. Tal fue su fuerza y su absoluta entrega por la causa nacional, que muchos se han preguntado que hubiera sido de los años noventa si ella hubiera podido entrar caminando, ya viejita, a algún Congreso del PJ para "exponer" su "punto de vista" al respecto de lo que el "movimiento" y los "compañeros" estaban haciendo con el paí­s. Pues quienes más han notado su vida y sufrido su ausencia fueron sin duda los descamisados: tal el nombre cariñoso que ella usaba para referirse a los desposeí­dos, marginados, excluidos y explotados de nuestro paí­s. Y es así­ que tal vez sea el desafí­o de esta nueva argentina y de nuestra generación el volver a poner las cosas en el lugar en que las puso ella.