El domingo 28 de junio fue un día cargado de emociones encontradas. Por un lado, aquí en Argentina, una vez más ejercimos nuestro derecho democrático a la libre elección de candidatos para la renovación de bancas de nuestro congreso, institución neurálgica de todo sistema democrático de gobierno.
Por otro, ese mismo día desayunamos con la desagradable noticia de que en Honduras dieron “un golpe de estadoˮ, sí, sí, un golpe de estado, con el secuestro del presidente Zelaya, elegido por la voluntad del pueblo, que luego fue trasladado forzadamente a Costa Rica.
Esta operación, condenada desde su origen, estuvo digitada por un grupo de la oligarquía, empresarios y las iglesias católica y evangélica hondureñas, y ejecutada por las fuerzas armadas, el brazo funcional y operativo de salvaguarda de todos sus intereses, que curiosamente fundamentaron su accionar alegando la defensa de la democracia.
Y a ellos ¿quién los eligió? ¿Ganaron una elección? En democracia, si no ante una consulta popular para una eventual reforma constitucional en caso de no coincidencia, ¿el mecanismo democrático es la destitución del Presidente elegido por la mayoría popular?
Hoy, en este mundo globalizado, en el que los medios de comunicación se constituyen como el cuarto poder, también fueron victimas de la represión y censura golpista. Periodistas de la cadena Telesur denunciaron la detención de sus compañeros de trabajo por las fuerzas armadas hondureñas, que se vieron obligadas a liberarlos por la presión de la comunidad mediática internacional.
En Argentina, llama poderosamente la atención la falta de solidaridad corporativa a la hora de la difusión de semejante noticia. Ah cierto, Telesur no les paga el sueldo, y la verdad que lo único que preocupa en los almuerzos televisivos es la epidemia de gripe porcina. “Claro, claroˮ¦ˮ (sic Gabriela Michetti).
Esta actitud golpista, que se desprende claramente de alguna célula perdida del consenso de Washington, no resiste análisis y debe ser repudiada con el castigo y la condena de todos los actores culpables de este atropello demente. Condenamos y repudiamos este golpe a la Democracia, y no podemos dejar de hacer memoria y recordar que en nuestro país algunos pocos intentaron instalar “su verdadˮ, a los golpes, para que esto no suceda ni se replique en ningún lugar de Latinoamérica nunca más.