“Soy fanática, daría mi vida por Perón y por el pueblo... fanáticas quiero que sean las mujeres de mi pueblo. Así, fanáticos quiero que sean los trabajadores y los descamisados. El fanatismo es la única fuerza que Dios les dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazónˮ. Eva Perón.
Un día como hoy, pero hace 57 años el país despedía a la líder espiritual de los trabajadores y del movimiento peronista. Fue una fría tarde de 26 de julio de 1952, cuando los argentinos oyeron el comunicado de la Secretaría de Información: "Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente...".
Eva María Perón, nuestra Evita, es por lejos la argentina más famosa y una de las mujeres más célebres en el mundo entero. Amada con pasión por quienes hacen de la solidaridad una razón de vida y odiada con no menos fuerza por los egoístas voraces que se niegan a compartir la riqueza social.
La vida de Evita es corta y muy intensa. Vive, al igual que Jesús, 33 años. Su vida política obviamente es más corta y mucho más intensa; desde 1943, donde participa en la conformación del gremio que luego presidirá: la Asociación Radial Argentina; hasta su “paso a la inmortalidadˮ apenas 9 años después. Menos de una década en donde Evita parece vivir cuatro o cinco vidas en una.
Fundadora junto a Juan Domingo Perón del Movimiento Nacional Peronista, su militancia coincide con los años más felices del pueblo argentino. Su figura crece y adquiere relevancia en una triple dimensión: como mujer y luchadora por los derechos políticos de las mujeres, obteniendo el voto femenino en el año 1951; como defensora de los derechos de los trabajadores, establece un contacto directo con la columna vertebral del movimiento, constituyéndose en un verdadero “puente entre Perón y la clase obreraˮ al decir de Armando Cabo; y al frente de la Fundación Eva Perón, desarrolla la tarea que caló más hondo en el pueblo: trocar el significado de “beneficenciaˮ por el del amor y la solidaridad. Son cosas distintas; no es “dar lo que sobraˮ si no compartir lo que tenemos.
Evita se quedaba hasta altas horas, todos los días, atendiendo personalmente pedidos y contestando cartas. Dando siempre una respuesta y una palabra de aliento, mientras la Argentina salía del infierno de la “Década Infameˮ. Eva Perón era como el hada buena del cuento, era la personificación de ese Estado Protector que viene a defender a los humildes enfrentando la voracidad insaciable de los poderosos. Sin tener ella hijos, era como la madre de todos los niños, la que los acaricia, besa, arropa y cuenta un cuento antes de dormir. Así consumió su vida cuando un cáncer se ensañó con su frágil y menudo cuerpo.
Su enorme figura política era y es inseparable de la de Juan Perón, pese a los intentos de quienes plantean que “en la dupla conductora del peronismo, Eva era la verdadera revolucionariaˮ. Ese es el último y tramposo refugio del gorilismo. En La Razón de mi vida, Evita se considera un gorrión en una bandada de gorriones que lo siguen a Perón “el cóndor gigante que vuela alto y seguro entre las cumbres y cerca de Dios. Si no fuese por él que descendió hasta mí y me enseñó a volar de otra manera, yo no hubiese sabido nunca lo que es un cóndor, ni hubiese podido contemplar jamás la maravillosa y magnífica inmensidad de mi pueblo. Por eso ni mi vida ni mi corazón me pertenecen y nada de todo lo que soy o tengo es mío. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que pienso y todo lo que siento es de Perón. Pero yo no me olvido ni me olvidaré nunca que fui gorrión ni de que sigo siéndolo. Si vuelo más alto es por él. Si ando entre las cumbres, es por él. Si a veces toco casi el cielo con mis alas, es por él. Si veo claramente lo que es mi pueblo y lo quiero y siento su cariño acariciando mi nombre, es solamente por él. Por eso le dedico a él, íntegramente, este canto que, como el de los gorriones, no tiene ninguna belleza, pero esa humilde y sincero, y tiene todo el amor de mi corazónˮ. Más claro, imposible.
Paralelamente a la Evita de los hechos, está la Evita de los discursos y la de los escritos (Mi mensaje, La razón de mi vida, entre otras notas.) Allí se puede rastrear el ideario de Eva Perón que no es otro que el del conductor del peronismo. Es imprescindible saber cómo define ella al peronismo y porqué adhiere a esta noble causa popular. En una columna del diario Democracia dice Evita: “El peronismo no se aprende ni se proclama, se comprende y se siente".
Por eso es convicción y es fe. Es convicción porque nace y se nutre en el análisis de los hechos, en la razón de sus causas y de sus consecuencias. Tiene el empuje y la dinámica de la historia en marcha.
Es la conciencia hecha justicia que reclama la humanidad de nuestros días. Es trabajo, es sacrificio y es amor, amor al prójimo. Es la fe popular hecha partido en torno a una causa de esperanza que faltaba en la Patria y que hoy proclama el pueblo en mil voces distintas en procura de una libertad efectiva nunca alcanzada, a pesar del dolor y del esfuerzo de este glorioso pueblo de descamisados.
En la lucha todos tenemos un puesto y esta es una lucha abierta por el ser o no ser de la Argentina.
Luchamos por la independencia y la soberanía de la Patria, por la dignidad de nuestros hijos y de nuestros padres, por el honor de una bandera y por la felicidad de un pueblo escarnecido y sacrificado en aras de una avaricia y un egoísmo que no nos ha traído sino dolores y luchas estériles y destructivas.
Si el pueblo fuera feliz y la Patria grande, ser peronista seria un derecho; en nuestros días, ser peronista es un deber. Por eso soy peronista.
Soy peronista, entonces por conciencia nacional, por procedencia popular, por convicción personal y por apasionada solidaridad y gratitud a mi pueblo, vivificado y actuante otra vez por el renacimiento de sus valores espirituales y la capacidad realizadora de su jefe: el General Perón. Mi dignidad de argentina y mi conciencia de ciudadana se sublevo ante una Patria vendida, vilipendiada, mendicante ante los mercaderes del templo de las soberanías y entregada año tras año, gobierno tras gobierno, a los apetitos foráneos del capitalismo sin Patria y sin bandera.
Mi solidaridad con el pueblo, cuya callada epopeya he sentido en mi carne y he sufrido en mi sensibilidad, reafirma mi peronismo. Porque he vivido los problemas del movimiento, su difícil gestación, su desenvolvimiento y la victoria final de la revolución y porque he pulsado el amor apasionado que el General Perón alienta por su pueblo y por sus vanguardias descamisadas, es que me he convertido en humilde de esta causa del pueblo, un soldado con una fe inquebrantable en el éxito y con un deseo irrefrenable de quemar mi vida para alumbrar el camino de la liberación popular.
Soy peronista porque veo al General Perón levantarse al amanecer y agotar su salud en interminables jornadas para proveer al bienestar de su pueblo; soy peronista porque gradúo con su fatiga la felicidad de su espíritu por llevar alegría y dignidad a los trabajadores argentinos; soy peronista porque me ha sido concedida la felicidad de compartir sus luchas, de sufrir sus dolores, de vivir sus alegrías y de alimentar sus esperanzas, en un futuro mejor para todos los que trabajan y para todos los desvalidos, de quienes nadie se acordó hasta que el llamo al pueblo a la realidad de nuestra Patria. Soy peronista, en fin, por convicción y por sentimiento, por confianza en la bondad y en los esfuerzos de los descamisados, en esta lucha por la total independencia económica de la Patria, por nuestra completa liberación y por nuestra absoluta y limpia soberanía.
Este peronismo mío se ha retemplado en la lucha, se alimenta de ella y se afirma en la fe. Tiene la fuerza incontenible de las causas justas. Se ha forjado en la dignificación del trabajo, en la humanización del capital, en la protección al desvalido, en la prodigiosa multiplicación de escuelas y hospitales, en la potencialidad de la fabricas levantadas por la Revolución, en las mejoras al obrero del campo. Este peronismo mío se ha forjado y se afirma en este mismo lenguaje, que uso para definirlo, que es lenguaje de pueblo y que choca y desagrada a los que usan el lenguaje de la mentira coligada. En este mismo lenguaje, como lo hago ahora, seguiré hablando de los descamisados de mi Patria desde las columnas de “Democraciaˮ.
Aunque algo extensa, la cita es obligada, por su claridad y por su vigencia. Compartimos totalmente y hacemos nuestras estas definiciones de Evita. Cualquier semejanza con la realidad actual no es para nada una mera coincidencia. El peronismo en más de 60 años de existencia no logró definitivamente los cambios que propone para esta patria. Que estamos más cerca ahora que hace unos años, es cierto. Que necesita nuestro movimiento despojarse de los tibios y oportunistas que por momentos hacen estéril nuestra militancia, también es cierto. Que para lograr vivir en una patria grande justa, libre y soberana necesitamos unirnos y organizarnos junto a las demás fuerzas políticas, que, sin ser peronistas, son compañeros del mismo proyecto y sueñan lo mismo que nosotros, es indiscutible.
Militando con la fuerza de Evita y con la de todos los compañeros que nos precedieron en esta noble gesta, lo conseguiremos; caiga quien caiga y cueste lo que cueste. “Siendo cada día un poco mejores, lograremos, entre todos, construir una patria mejorˮ, como dice nuestra presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en el camino de nuestros próceres, “con fuerza, con convicción, con coraje, por la Patria, por la Argentina, por nosotros mismosˮ. Así podremos cumplir con aquellas palabras proféticas de nuestra compañera Evita: “Un día volveré y seré millonesˮ y “aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes levantarán mi nombre y lo llevaran como bandera a la victoriaˮ.