Política

JUANA AZURDUY, MUJER REVOLUCIONARIA

por La Cámpora
15 jul 2015
La soberaní­a nacional se disputa desde una multiplicidad de niveles. Los ataques económicos sufridos por Grecia son una muestra de la opresión que el anarco capitalismo financiero ejerce para someter a los paí­ses. El pueblo argentino conoce las consecuencias de una economí­a volcada a la especulación, como sucedió en 2001. En los niveles sutiles, pero no menos significativos, podemos encontrar los senderos de la batalla cultural y las figuras simbólicas. El 1 ° de junio de 2013, mediante un comunicado de la Secretaria General de la Presidencia, se resolvió remover la estatua de Cristóbal Colón, situada en el jardí­n de la Casa Rosada y donada por la colectividad italiana en Buenos Aires. La presidenta  Cristina Fernández de Kirchner expresó los motivos: Queremos trasladar ese monumento y queremos poner ahí­ a Juana Azurduy, a esa heroí­na de la Independencia. Creemos que la Casa Rosada, que es la casa de todos los argentinos, tiene que estar representada por los que lucharon y dieron su vida por la Independencia". Tras el anuncio hubo fuertes controversias desde los   sectores congruentes con la figura de Cristóbal Colón a través de la historia. El emplazamiento de la estatua en honor a Azurduy, heroí­na del Alto Perú, se enmarca en la reconfiguración cultural de la sociedad y los valores de libertad ante los opresores de cada época. La figura del almirante genovés ya no mirará hacia el Rí­o de la Plata desde la Casa Rosada (se trasladó a Costanera Norte), y quien quiera llegar a Buenos Aires desde el rí­o sabrá que una Juana Azurduy de 23 toneladas de bronce, de historia, valores y convicciones, le dará la bienvenida. La coyuntura actual refleja que estamos resignificando la figura de la mujer en la Argentina. Se comenzó a deconstruir su posición histórica dentro de la sociedad y se generaron, por decisión polí­tica, las condiciones para que la mujer se empodere y lleve adelante las transformaciones polí­ticas y sociales que se requieren. En este sentido, Cristina Fernández de Kirchner y su par de Bolivia, Evo Morales, inaugurarán el monumento a la revolucionaria boliviana, a 235 años de su nacimiento. “En la Casa Rosada tienen que estar representados quienes lucharon por la Independencia de los paí­ses de la regiónˮ, reflexionó en su momento Cristina. Esta reivindicación histórica no es un hecho aislado y fortuito, sino que también puede englobarse dentro de las polí­ticas de igualdad de género que fomenta el Proyecto Nacional y Popular, con el objetivo de reconfigurar la historia patriarcal construida por la historiografí­a liberal. En 2010, en la Casa de la Libertad en Sucre, la Presidenta le entregó a Evo la espada de Generala del Ejército argentino y se estableció conmemorar el 12 de julio como el  "Dí­a de la Confraternidad Argentina-Boliviana". Un año antes, Cristina habí­a ascendido post-mortem a Juana Azurduy, del grado de  Teniente coronel  a  General  del  Ejército Argentino. “Su lucha es un llamado a los pueblos a derrotar en la actualidad al colonialismo interno y externoˮ, interpretó Evo Morales.   JUANA AZURDUY, UNA HISTORIA Fruto de la unión de un padre noble y una madre chola, Juana nació en Chuquisaca un 12 de julio de un año emblemático para América: 1780. Se trató del año de la rebelión indí­gena más importante, comandada por Tupac Amaru II. Su vida fue configurada por los valores de humildad, conciencia polí­tica y lucha. Humildad para ser una entre tantos; conciencia polí­tica para comprender los pasos estratégicos y determinantes para la liberación de las tierras sojuzgadas por la corona española; y lucha para nuclear las fuerzas de miles de mujeres en una sola espada. Despojada de todas las comodidades que le daba su clase social heredada, decidió volcarse a las guerras por la libertad y la igualdad. Se crió cabalgando libremente entre campesinos que trabajaban en los campos de su padre. Sin encandilarse por los beneficios sociales, compartió con su gente el honor y sacrificio de la tarea campesina. De niña aprendió la lengua aymara y quechua, y se identificó con el amor a la tierra y a la cultura india; a su vez, fue fuertemente atravesada por las injusticias sociales que sufrí­an los oprimidos por el sistema colonial. Huérfana de joven, pasó a manos de sus tí­os -Petrona Azurduy y Francisco Dí­az Valle-, quienes estaban más ocupados en la herencia que en la crianza de las niñas. Su condición de mujer la sentenció a la educación eclesiástica para convertirse en monja. Pero ese no era su espacio. Tras fuertes discusiones con sus compañeras y directoras de noviciado, fue despedida del Monasterio de Santa Teresa por conductas inapropiadas a los 17 años. La opresión colonial y las ideas republicanas de Rousseau que circulaban por Chuquisaca marcaron su vida, la cual estuvo llena de sacrificio y entrega a la independencia de los pueblos, abriéndose paso allí­ donde las mujeres no cabí­an. A caballo, con lanza en mano, ganó la gloria de quien muestra el valor en el campo de batalla. Casada con Manuel Padilla, unidos por un amor revolucionario, fueron participes de lo que se llamó el “Primer Grito Libertario de Américaˮ, también conocido como el levantamiento de Chuquisaca, ocurrido el 25 de mayo de 1809, y liderado por Bernardo de Monteagudo. Levantamiento que duró poco, pero que no fue derrotado por completo. Padilla y Azurduy eran los caudillos del batallón “Los Lealesˮ, cuerpo que fue creado a partir del reclutamiento realizado por ellos mismos. La derrota de las tropas patrióticas en aquel momento no detuvo las aspiraciones en las luchas revolucionarias. La resistencia aún estaba motivada por un valor más fuerte: la libertad. Luego de la caí­da, Azurduy retiró a sus tropas hacia el sur de Chuquisaca, mientras el Ejercito del Norte estaba al mando de Juan José Castelli y Manuel Belgrano. A las órdenes de ellos peleó inagotablemente en las batallas del norte, siendo participe del heroico í‰xodo Jujeño. Meses después, junto con Padilla y 6.000 guerrilleros indios y mestizos, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Allí­ fue herida de bala y Padilla, al tratar de rescatarla, fue asesinado por los realistas. A pesar de las derrotas en batalla, su bravura y destreza no la hicieron retroceder un paso en su ambición revolucionaria. Luego de pelear a las órdenes de Belgrano, hizo honor a su reputación y sembró el terror entre los soldados españoles en el cerro de Potosí­. En inferioridad numérica, venció a las tropas enemigas, mató con sus propias manos al jefe del ejército español y arrebató la bandera del Virrey. Este acto de heroí­smo le adjudicó el rango de Teniente Coronel y la entrega de manos de Belgrano de su propio sable, en reconocimiento a su valor. Tiempo después abandonó el Alto Perú y se unió al ejército del General Gí¼emes, con quien peleó en el norte de las Provincias Unidas del Rio de la Plata. La muerte de Gí¼emes y el triunfo de Sucre en la batalla de Ayacucho en el Alto Perú determinaron la derrota del ejército español. Los realistas le tení­an miedo y quienes la vieron en combate aseguraron que era una amazona temeraria, valiente, indomable y salvaje. Los indios la llamaban “Pachamamaˮ. Ya de grande, con el Alto Perú liberado y declarado como la República de Bolivia, vivió con su única hija viva (sus otros cuatro niños murieron en pleno combate, producto de enfermedades), aquella que nació en el campo de batalla. Simón Bolí­var, al ver la situación de pobreza en que viví­a, la ascendió al grado de Coronel y le otorgó una pensión en honor a su lucha. El Libertador mostró su humildad:“Este paí­s no deberí­a llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libreˮ. En 1857, el gobierno conservador de Bolivia se la retira y queda en la mismí­sima pobreza. Aquella heroí­na de la libertad a la cual todo le sacaron quedaba entregada al olvido y a la miseria como tantos otros héroes de la patria. A sus 81 años, murió sola y olvidada. Su cuerpo fue arrojado a una fosa común. Recién un siglo después sus restos fueron exhumados y llevados a La Casa de la Libertad, en Sucre. Su condición de mujer hizo que los libros oficiales la dejaran en la sombra de la historia de la Patria Grande. En la actualidad, la reconstrucción de la identidad latinoamericana le devuelve el lugar de mujer revolucionaria. En Bolivia, la provincia Azurduy de Padilla lleva su nombre, así­ como el aeropuerto de Sucre. También existe un bono Juana Azurduy de Padilla de ayuda económica para mujeres embarazadas, niños y niñas menores de dos años. El 6 de agosto de  2011, la Asamblea Plurinacional en la Casa de la Libertad, le otorgó el grado póstumo de “Mariscala del Estado Plurinacional de Boliviaˮ y el presidente Evo Morales posesionó los grados y el sable de Mariscala al pie de sus restos. Todos actos de reparación histórica.  Documento del PJ Mujer y Frente de Mujeres e Igualdad de Género de La Cámpora, publicada en la revista Amerindios.
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