Unos meses antes, el presidente Luis Sáenz Peña se veía obligado a renunciar tras una dimisión masiva de sus ministros, luego de haber sorteado de modo bastante incompetente una nueva revolución radical. La primera, en 1890, forzó la salida anticipada de Miguel Juárez Celman, en medio de una grave crisis financiera que expuso tempranamente las vulnerabilidades de un modelo agro-exportador neocolonial, que hoy Milei reivindica con furor.
La tarea de modernización del Estado que indudablemente sucedió en esas décadas, haciendo especial hincapié en la educación y la obra pública (dos ítems que los “libertarios” olvidan), estuvo repleta de convulsiones y sucedió de manera desigual, postergando los derechos de una amplia mayoría de nuestro pueblo.
En 1904, el mismo año en el que el pequeño “Pocho” fue enviado a la Ciudad de Buenos Aires para comenzar sus estudios, Juan Bialet Massé publicaba un informe monumental sobre el estado de las clases obreras a lo largo y a lo ancho del país, que le había sido encomendado por el entonces Ministro del Interior, Joaquín V. González. Cristina lo mencionó hace algunas semanas, para desmentir el mito de una Argentina pujante y desarrollada que habría entrado en decadencia con la sanción de la Ley Sáenz Peña en 1912.
La investigación de Bialet Massé fue el primer llamado de atención de la parte más lúcida de la oligarquía gobernante, que ya no solo tenía que enfrentar levantamientos cívico-militares sino también huelgas cada vez más numerosas. Roca advirtió que no se podía gobernar a base de intervenciones federales, estado de sitio y deportaciones de inmigrantes, así que propuso un modesto sendero reformista que iría ganando profundidad gracias a la lucha de los sectores populares por sus derechos.
Como observa el informe, “no se curan las llagas ocultándolas o velándolas a la vista del cirujano, por un pudor mal entendido: es preciso, por el contrario, presentarlas en toda su desnudez, en su verdad, manifestando sus antecedentes con toda sinceridad, para aplicarles el remedio conveniente.” ¿Cuáles eran las llagas? El “estado triste, angustioso y apremiante de las clases obreras en el interior”, su falta de acceso a la educación y a la salud, la poca dignidad del trabajo, la urgente necesidad de justicia que Lucio V. Mansilla había proclamado en 1870 y que Perón, tres cuartos de siglo más tarde, volvería una realidad efectiva para la gran masa del pueblo. Porque el esplendor y la prosperidad de un país no se miden por lo que entra y sale de sus puertos, sino por los niveles de desarrollo humano de su gente.
La conclusión del informe enunciaba que, sin la reglamentación del trabajo por el Estado, sin leyes que pusieran límites a los abusos patronales y a los privilegios de los capitalistas extranjeros, sin un fomento de la industria criolla, sin progreso científico-tecnológico y sin un abaratamiento de la alimentación de los argentinos y argentinas, no había país posible.