Existen pocos ejemplos en la historia en los que soldados de a pie logran contrarrestar y doblegar ofensivas marítimas; ni hablar si se trata de defenderse ante grandes potencias imperialistas. Nuestra Argentina tiene el mérito de haber repelido, con astucia y coraje, no una sino dos invasiones de ese tipo. El 12 de agosto de 1806, el joven cadete Martín Miguel de Güemes abordó y capturó, con una carga de caballería, la fragata inglesa “Justine”. Nada pudieron hacer sus 26 cañones contra las lanzas y boleadoras de nuestros gauchos, que luego defenderían con honor y gloria el Norte argentino de las incursiones de los españoles, haciendo posible el plan libertador de José de San Martín. El bautismo de fuego de “los infernales” fue poner en ridículo el invicto de una flota que menos de un año antes había derrotado a Napoleón en Trafalgar.
180 años de la Vuelta de Obligado
La soberanía no se vende
Del oro francés a los dólares de Trump, la lucha por la soberanía sigue siendo la misma. Se cumplen 180 años de la batalla de Vuelta de Obligado, que gracias a José María Rosa y el feriado decretado por Cristina conmemoramos como el Día de la Soberanía Nacional.
El otro episodio mítico sucedió hace 180 años, en la recordada batalla de Vuelta de Obligado, que -gracias al gran historiador José María Rosa y a la decisión de la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner de decretar el feriado nacional- conmemoramos como el Día de la Soberanía Nacional. También ahí la inferioridad militar fue suplantada por el corazón patriótico y la inteligencia práctica de un pueblo que no quería ser dominado por extranjeros voraces que venían a imponer tratados de libre navegación y comercio que solo a ellos beneficiaban.
El bautismo de fuego de “los infernales” fue poner en ridículo el invicto de una flota que menos de un año antes había derrotado a Napoleón en Trafalgar.
Ya no peleaban en nuestras filas Güemes o San Martín, pero su amor por el suelo argentino estaba bien resguardado por el partido federal que dirigía Juan Manuel de Rosas. Quizá se haya perdido algo de registro de que Rosas era entonces uno de los principales cucos de Europa. En los parlamentos y cancillerías de Francia y Gran Bretaña su nombre era una palabra maldita, que no se pronunciaba sin un dejo de terror o secreta admiración.
Las hostilidades contra la Confederación Argentina empezaron a ser manifiestas en 1838, cuando Francia -que se había lanzado a la delirante empresa de crear un imperio americano, pero ponía excusas de cafetín para justificar sus represalias- decidió bloquear el Río de la Plata y apoyar las pretensiones de los unitarios que se encontraban exiliados en Montevideo. La asfixia económica que provocó esa medida volvió a encender la mecha de la guerra civil, que para los franceses y sus acólitos era la contienda entre la civilización y la barbarie. Así se refería uno de sus periódicos a nuestro pueblo, el 1 de julio de 1838:
“Creemos, para entrar en el asunto, que después de algunos años de gobierno estable y regular, conducido por espíritus ilustrados y voluntades enérgicas, la civilización penetraría hasta apoderarse de los salvajes habitantes de las llanuras de Buenos Aires, esos gauchos que viven a caballo y sin camisa, hijos degenerados de los héroes de la conquista española, que casi no tienen ya de cristianos sino el nombre, y de hombres, la forma únicamente”.
Corrompidos por el oro francés, muchos unitarios extremaron la cruzada contra Rosas y ventilaron en su propaganda que era una causa sagrada matar al “tirano”. Para tal fin, no dudaron en aliarse con una potencia extranjera y declararle la guerra a su propio país. Una década después de resolver el fusilamiento de Manuel Dorrego, decía Juan Lavalle, en una carta, que “en dos o tres meses las ideas pueden variar mucho en circunstancias como éstas, pero si se realizan las ideas de hoy, es decir, si llega el caso de llevar la guerra a nuestra patria los pabellones francés y oriental, entonces haremos nuestro deber”. Habían pasado cinco años y medio de la usurpación británica de las Malvinas cuando Francia tomó por la fuerza la isla Martín García, cosa que volvería a suceder años más tarde. Conmovido por esa imagen, en 1850 Domingo Faustino Sarmiento fantaseó con que Martín García constituía la mejor opción para ser capital de la República, siempre que la custodiaran buques foráneos. En su lógica, era imposible que a la misma llegaran los gauchos a galope. La capital debía ser inaccesible al pueblo.
Pero las masas federales resistieron con hidalguía la ofensiva de “los incendiarios de Luis Felipe”, como los llamaba la prensa rosista. Para decepción de los unitarios, el desembarco francés en la provincia de Buenos Aires jamás sucedió y las tropas de Lavalle fueron categóricamente derrotadas, luego de suscitar la fallida revuelta de los estancieros del sur. Todo en un contexto donde los ingresos del tesoro habían caído por cinco, en el que escaseaban los bienes, en el que el gobierno debía recurrir a colectas para poder pagar los sueldos. A pesar de semejantes adversidades, el liderazgo de Rosas no se quebró y la solidaridad popular no cedió frente a los embates de los piratas. La Argentina era digna y no se vendía. Hacia finales de 1840, tras un acuerdo diplomático, el bloqueo se levantó.
Sin embargo, las presiones no cesaron y las bases de una nueva intervención se fueron anunciando en la guerra civil que por entonces se libraba en la Banda Oriental. Con su romanticismo característico, los europeos idealizaron la defensa de Montevideo y la representaron como “la Nueva Troya”. Quien era un héroe progresista en Italia, como Giuseppe Garibaldi, en la lucha contra Rosas y el presidente uruguayo derrocado por los unitarios, Manuel Oribe, se transformó en el saqueador de Colonia, Salto y Gualeguaychú. Y los economistas que predicaban el libre comercio, llamaban a abrir los ríos sudamericanos a cañonazos.
Los que no pudieron meter sus narices en el conflicto fueron los portavoces e intérpretes de la doctrina Monroe. Estados Unidos no era por aquellos tiempos suficientemente poderoso para competir contra los despojos imperialistas de Francia e Inglaterra en la otra punta del continente, aunque sí para robarle a México las dos terceras partes de su territorio. De la independencia del Uruguay se encargaron sus hermanos mayores, que ante la persistencia de Rosas por evitar que allí se conformara una factoría satélite, decidieron reanudar el bloqueo, esta vez con la colaboración activa de los ingleses.
Y es en este momento que la admirable resistencia del pueblo argentino se transforma en epopeya. Para impedir que los buques enemigos asaltaran Corrientes, Rosas estableció una fuerza, bajo las órdenes del general Lucio Norberto Mansilla, en lo que hoy es la localidad de Obligado, partido de San Pedro, donde el cauce fluvial se angosta. No había manera de hacerle frente en una batalla directa a la escuadra conjunta de las dos potencias militares más importantes del mundo, así que el ingenio criollo resolvió el 20 de noviembre de 1845 interceptar con unas cadenas el paso de las naves por el río Paraná. En el fuego cruzado resultaron más las bajas del lado patriota que del invasor, pero el avance no fue para ellos sino una victoria pírrica, que no tendría retorno.
Hostigados desde las riberas, sin punto donde asegurar el desembarco, pasaron varios meses de desgaste y escaramuzas, hasta que el 4 de junio de 1846 Mansilla los vuelve a emboscar en el Quebracho, a 35 kilómetros al norte de la actual ciudad de Rosario, dejando a la aventura imperialista al borde del colapso y acelerando el desenlace de la intervención. Para colmo, con gran audacia, Rosas logró convertir la debilidad de la deuda externa en una fortaleza, y utilizó el empréstito con la Baring Brothers, contraído por Bernardino Rivadavia en 1824, como un mecanismo de presión para que los ingleses abandonaran a Francia y la obligaran a firmar la paz.
San Martín que, al enterarse del bloqueo, había manifestado no poder concebir “que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española”, decidió legarle a Rosas el sable que lo acompañó durante la guerra de la Independencia, en agradecimiento por sus servicios a la patria.
Rosas logró convertir la debilidad de la deuda externa en una fortaleza, y utilizó el empréstito con la Baring Brothers como un mecanismo de presión para que los ingleses abandonaran a Francia y la obligaran a firmar la paz.
La consumación diplomática del acuerdo finalmente ocurrió el 24 de noviembre de 1849 con Inglaterra y el 31 de agosto de 1850 con Francia, después de varios idas y vueltas en los que había quedado claro que el gobierno de la Confederación Argentina no se dejaría amedrentar con facilidad. Fue necesaria la traición de Urquiza y la participación militar del Imperio del Brasil para que Rosas fuera derrocado y la “libre navegación de los ríos” convertida en un principio constitucional. De hecho, puede decirse que, en el mal trago que se llevaron los europeos de 1845, en adelante también descubrieron la figura de Urquiza y, en sus gestos de autonomía frente a Rosas, la posibilidad de una transición “federal” hacia el liberalismo y la incorporación de la Argentina al mercado mundial británico. Para romper al campo federal ya no servían los unitarios. Había que romperlo desde adentro. Apenas ocho meses separan el ordenamiento del frente internacional del denominado “pronunciamiento” de Urquiza, que termina con la derrota de Rosas en Caseros y su inmediata y definitiva proscripción.
180 años después, Inglaterra sigue ocupando ilegalmente nuestras islas Malvinas y es Estados Unidos la superpotencia (decadente) que pretende poner nuestra soberanía de rodillas. Como no querían otra Vuelta de Obligado, otro Braden o Perón y otro NO al ALCA; como tuvieron que mirar con estupefacción cómo nos sacamos de encima al FMI, construimos la UNASUR y le hicimos frente a los fondos buitre, los agentes del imperio se ocuparon los últimos diez años de difamar, perseguir, proscribir y encarcelar a Cristina, que para la defensa de la soberanía cumple el mismo papel que Rosas cumplió entonces. A los unitarios ya no los financia el oro francés sino los infinitos dólares de Donald Trump, y ya no necesitan de los cañonazos para imponer el libre comercio, porque con la artillería mediática, la mafia judicial y el cipayismo de Javier Milei les alcanza.
Pero ni aun así conseguirán destruir la moral y la voluntad de lucha de este pueblo, que podrá tener avances y retrocesos, caídas y resurrecciones, sin poner en venta jamás su dignidad y su soberanía. En los peores momentos de nuestra historia, fuerzas que parecen dormidas despiertan y el subsuelo de la patria se subleva para transformar las cadenas con las que nos quieren esclavizar en el símbolo más perfecto de la resistencia. A la carga.