Lucía tenía 16 años. Los años que mi hija tuvo la suerte de poder cumplir. La edad que deseo puedan atravesar mis dos nietas: Helena, y quien está en camino.
Digo suerte, y me encantaría no tener que decirlo. Desearía creer que la suerte es algo que se deja a las rifas o a algún que otro sorteo. Pero hoy ser mujer y sobrevivir a determinadas circunstancias se transforma en un caso de suerte.
El domingo pasado hubo un encuentro multitudinario de mujeres, el más grande de los últimos años. ¿Tendrá que ver con la situación que atravesamos como país? No lo sé. Lo que sé, es que pude ver las calles rosarinas repletas de mujeres con cantos y consignas, hasta que llegó la represión.
Mientras las mujeres eran reprimidas en las calles de la provincia de Santa Fé por luchar por una sociedad más igualitaria, a Lucía la violaban y la mataban.
Mientras los medios de comunicación argumentaban y ponían en duda la manera de protestar de las mujeres, Lucía daba su último aliento.
Es difícil que no duela el cuerpo, cuando hay silencio por parte de las corporaciones y de demasiados sectores políticos frente a las políticas que vacían a nuestro pueblo, y de golpe, nosotras, por nuestra condición de género somos el eje a atacar.
Las calles son nuestro lugar, el de reclamo, pero sobre todo el de la construcción.
Cuando nos enfrentamos con políticas silenciadoras, políticas de desmantelamiento, de ajuste, y de represión sabemos que proteger los espacios del campo popular se transforma en la primera urgencia.
Conozco el precio de ser mujer. Ese que hace fácil el insulto, natural la agresión y confunde la mente de quienes no nos toleran, por nuestras voces, por nuestras formas.
Conozco a los que nos quieren en las casas, calladas, esperando cautelosas sus decisiones.
Mi corazón estará en la marcha de cada una de las mujeres que se movilicen este miércoles. Junto a cada compañera. Sea cual sea su color partidario, que nos reivindicó en la política, en los sectores sociales, y en cada grito que reclamó por nuestra igualdad política y social.
Por esas mujeres, como Milagro Sala, que se animaron a darle nombre y derechos a esos que eran conocidos como los nadies.
Por esas mujeres, como Hebe, Taty o Estela que frente a los fusiles empuñados por el Estado en la dictadura, gritaban la aparición con vida de sus hijos desaparecidos.
Quiero como todas ustedes compañeras, a las mujeres de mi Patria, vivas.
Nos quiero en los espacios políticos y sociales, nos quiero en la ciencia, en la cultura y en cada espacio que promueva a nuestra sociedad hacia un lugar más justo e igualitario, nos quiero en la justicia y en los hospitales. En las escuelas y en las calles.
Nos quiero en todos lados. Nos quiero a todas.
Ni una menos.
Cristina.