Estábamos en el 2011. No éramos pocos los que, rondando los dieciséis o diecisiete años, veíamos con curiosidad la cadena nacional y buscábamos maneras de conocer esa verdad que no salía en la tele. Hacía un buen tiempo que la escuela se había convertido en un ring del debate político en todo el país: estábamos los que no creíamos en la editorial de Clarín y que cuestionábamos la línea con la nos daban historia, y los que se aferraban al pie de la letra a lo que les dictaban. Llegamos a un punto tal que la profesora de historia ingresaba al aula y, antes de dar comienzo a la clase en la que debía darnos la historia de los setenta, anticipaba: “Antes de que ciertas personas la cuenten mal, yo les voy a decir la verdad: los subversivos eran asesinos”. Siempre me acuerdo de mi papá y de muchos otros que también lo decían, que contaba que su preceptor en el Colegio Nacional se llamaba Carlos Zamudio, y contaba cuánto se destacaba por su trato con los y las estudiantes, y cómo un día desapareció sin que nadie diga nada y también cómo se enteraron después que fue fusilado en Margarita Belén, en una especie de secreto a voces.
Nos acostumbraron a no conocer nuestra historia, a creer que las cosas importantes del país pasaron en el puerto de Buenos Aires. Nos relataron, día tras día escolar, cada detalle del vestido de Merceditas y nada nos contaron que, frente a la Plaza Central de Resistencia, torturaban y asesinaban con un bandoneonista al frente para tapar el horror. Se olvidaron de contarnos que en nuestra escuelas hubo estudiantes y docentes víctimas del terrorismo de Estado. El pacto de silencio duró lo que duró la impunidad: 35 años.
Fue recién en mayo del 2011 cuando, en un fallo histórico, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Resistencia condenó a prisión perpetua a los ocho militares imputados por la masacre de Margarita Belén gracias a las políticas de memoria, verdad y justicia de Néstor y Cristina. Un hecho brutal que se comprobó planificado, ejecutado y posteriormente narrado por el gobierno de facto como un enfrentamiento armado y sus autores fueron las fuerzas armadas y la policía del Chaco.
El 12 de diciembre de 1976 sacaron a los compañeros y compañeras de sus celdas bajo la excusa de un traslado que no fue, fueron torturados y luego fusilados a la vera de la ruta en Margarita Belén durante la madrugada del 13. Fueron compañeros y compañeras militantes en su mayoría de la Juventud Peronista de la región, hombres y mujeres que no sólo soñaban con un país mejor, sino que militaban para hacerlo realidad. El testimonio de sus vidas es nuestra bandera a la victoria para que nosotros y nosotras, y las generaciones que vienen, encontremos siempre en la memoria un refugio donde recordar y un norte hacia donde ir.
Ayer, en esas tristes casualidades de la historia, perdimos a Dafne Zamudio, hija de Carlitos que partió a causa de una enfermedad. Militante de HIJOS, secretaria general de la Asociación de Trabajadores del Estado de Chaco y una militante inclaudicable de la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. Dafne, con su voz combativa e irreverente, y su coherencia de vida, nos deja su ejemplo para seguir luchando.
Hoy, a 48 años de la masacre, el gobierno nacional negacionista y su aliado Leandro Zdero como gobernador en el Chaco (uno de los alumnos favoritos de Patricia Bullrich) cumplen la misión de desfinanciar los espacios de memoria y despedir a sus trabajadores, borrar contenidos curriculares sobre memoria y DDHH de las escuelas, reprimir la protesta social y espiar y perseguir ilegalmente a la oposición. Lo que no saben es que, en la tierra de la masacre de Margarita Belén, de las aguerridas Ligas Agrarias y de la resistencia indígena de Napalpí, la memoria late, más viva que nunca, para alimentar los sueños de un pueblo que necesita un nuevo horizonte, que mira por espejo retrovisor ese Chaco que sólo supo ser digno con el peronismo.
No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos y seguimos gritando; 30mil compañeros detenidos y desaparecidos presentes, ahora y siempre.
Los recordamos en las palabras de Néstor “El Flaco” Sala, pronunciadas antes de ser trasladado y asesinado:
“Es mentira que es un traslado. Y si lo es, es un traslado a la muerte. Pero quiero que sepan que moriré de pie, peleando como pueda, a los mordiscones si estoy atado. Todos los que hoy nos sacan de la cárcel, los que están aquí adentro y los que esperan afuera son culpables ante la historia, culpables de la miseria del pueblo y culpables de nuestras muertes. Sólo quiero pedirles que cuenten de esta matanza a mis hijos cuando ellos tengan edad de entender qué pasó en la Argentina de estos años y a mi compañera cuando puedan verla. También les digo, compañeros, que de nada vale este sacrificio nuestro si ustedes no siguen peleando por mantener viva la memoria popular; por eso, cuéntenle a nuestro pueblo por qué nos asesinan y por qué decidimos morir de pie. Chau, compañeros, cuídense. ¡Libres o Muertos, Jamás Esclavos!”.
Levantó los dedos en V y se alejó con una sonrisa.
* Militante de La Cámpora y secretaria de la Juventud Peronista de Chaco.