Política

Murió Alfonsí­n

por La Cámpora
1 abr 2009

Es difí­cil no tener una mirada crí­tica sobre el gobierno de Raúl Alfonsí­n, pero no tenemos la soberbia de analizar las cosas con el diario del lunes. No tenemos la mirada mediática que apenas muerto el caudillo radical los hace querer llevar agua para su molinopolio, ni la actitud   de muchos dirigentes muy distinta a la de los militantes. Militantes que realmente sienten la pérdida de un lí­der polí­tico y no una oportunidad para hacerse ver.

Elegimos un par de anécdotas y un artí­culo publicado en el diario Crí­tica por Eduardo Blaustein para aquellos que pululan frente a las cámaras hablando de crispaciones, diálogos y consensos, tratando de trazar un contrapunto con el proyecto polí­tico que conduce al paí­s. Es verdad que son muchas las diferencias pero no justamente la que ellos quieren mostrar.

Basta recordar que Alfonsí­n, como gran parte de los dirigentes polí­ticos, fue agredido en la entrada de su departamento en la crisis del 2001 por aquellos que creen que el problema es la polí­tica. Quienes militamos en polí­tica sentimos respeto por Alfonsí­n, y sabemos que si el proyecto polí­tico actual hubiera fracasado, muchos de los que hoy hablan, hablan y hablan seguirí­an sin poder caminar las calles.

El homenaje en vida que le brindara Cristina Kirchner en nombre del estado y su pueblo a fines del año pasado son una muestra de la pluralidad, convicciones y proyecto de paí­s que queremos tener y construir. Ojala en el futuro muchos antiperonistas tengan la cabeza un poco más abierta. Vaya también para la juventud radical un reconocimiento por haber hecho su propio homenaje a Alfonsí­n   en el luna park despojados de las veleidades que atraviesan a sus dirigentes actuales.

EL MEJOR ALFONSO, por Eduardo Blaustein.

Descendiente de un gallego republicano, orador brillante de entonaciones bonitamente anacrónicas por sus reminiscencias gauchescas, fue un caudillo polí­tico que supo recoger parte de lo mejor de las tradiciones polí­ticas argentinas y unas cuantas no tan buenas. Intentó implementar un proyecto con rasgos socialdemócratas y krausistas en un paí­s que salí­a del espanto y el Medioevo. Se atrevió a llevar adelante el juicio a las Juntas Militares en condiciones durí­simas, enfrentando no sólo a las Fuerzas Armadas sino a la Iglesia, a las corporaciones mediáticas y a todos los que habí­an apoyado la dictadura más cruel que padeció la Argentina. Terminó cediendo al poder de fuego de las derechas imponiendo las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Renovó y oxigenó la cultura polí­tica y terminó impulsando el Pacto de Olivos, una suerte de reparto de poderes entre ˮ“en palabras de Ricardo Balbí­nˮ“ “viejos adversariosˮ.

Que quede claro: no apuesto a la idea de algún opaco empate histórico. Mucho menos a la de un Alfonsí­n anulado por sus contradicciones. No, me quedo con el mejor Alfonsí­n posible. Por el mejor Alfonsí­n posible nos movilizamos unos cuantos sin ser ni de lejos radicales, acaso “todo lo contrarioˮ. Lo hicimos yendo a curiosear en las manifestaciones radicales del 83, participando de la asunción de gobierno, festejando los Cien Dí­as de la Democracia. Fuimos a apoyarlo en las difí­ciles cuando el Felices Pascuas y cuando la economí­a de guerra.

¿Nos dejó pagando? Sí­. Aun así­, me quedo con el mejor Alfonsí­n posible.

Jódanse foristas sacados de este diario. Me quedo ˮ“en tiempos de arrasar al otro hasta eliminarloˮ“ con un Alfonsí­n con el que tuve broncas pero también afecto y respeto. Me quedo con el potente puñado de paralelismos entre el gobierno de Alfonso y el de los Kirchner. Porque algunas de las buenas intenciones de Alfonsí­n cuentan, aunque fracasara. Porque los mejores gobiernos democráticos que tuvimos fueron los de Alfonsí­n y el de Néstor Carlos, con todas sus burradas. Porque ambos intentaron restablecer una mí­nima idea de un Estado ordenador y reparador de injusticias históricas y sociales. Porque ambos, con sus enormes y diversas macanas, se ganaron la contraofensiva de comunes enemigos despiadados: el statu quo representado por la corporación mediática, la Iglesia, las derechas caní­bales, la Sociedad Rural, los poderosos, los miserables, los pelotudos que hoy se travisten de civilizados hasta que se les escapa o bien la metáfora de “la patota culturalˮ o bien el reclamo de pena de muerte. Porque alguna racionalidad le queda a la historia: no pueden ser sólo malentendidos o subjetividades de época los que ayuden a unificar la ofensiva de esos sectores.

Cuando en el viejo Congreso de los 80 el Chacho Jaroslavsky era el gran disciplinador de la tropa radical nadie hablaba de “la escribaní­aˮ. Cuando los legisladores radicales votaban “con náuseasˮ, según dijo alguna vez Freddy Storani, no existí­a un Cobos a la vez opositor y gobierno. Nadie hablaba de hegemoní­as, de locuras, de Hitler y Ceacescu, cuando Alfonsí­n confrontaba, y eso sucedí­a seguido. La derecha no habí­a aprendido a decir “Repúblicaˮ cuando a Alfonsí­n se le reprochaba “no contribuir a la pacificación nacional. Y cuando un peronismo realista, “enterrando el pasado en sus propias desintegraciones y derrotas ideológicasˮ, según escribió Nicolás Casullo, diagnosticaba que el problema de Alfonsí­n fue “pelearse con todos al mismo tiempoˮ, ése, precisamente ése, fue el comienzo de la destrucción de las utopí­as democráticas, el mejor triunfo de los cí­nicos.

ANECDOTAS

“Muera Alfonsí­n, entregadorˮ, “Abajo la sinagoga radicalˮ, “ ¡MM, MM, MMˮ o sea “Muchos Másˮ, en alusión macabra a los NN. Con estas lindezas gritadas por militares, familiares de militares y hasta por curas de misa debió enfrentarse Raúl Alfonsí­n en su gobierno. El hombre, sin embargo, era conocido por lo temperamental y hasta por lo cabrón. De hecho, fue precisamente subiendo hasta el púlpito de una iglesia, cuando salió a responderle con el dedo alzado al vicario general de las Fuerzas Armadas, Miguel Medina, un jueves 2 de abril de 1987, a 96 horas de la llegada del Papa y en plena misa por los caí­dos en la Guerra de Malvinas.

[caption id="attachment_463" align="aligncenter" width="434" caption="Alfonsí­n con Ronald Reagan"]Alfonsí­n con Ronald Reagan[/caption]

Otra intervención recordada del caudillo radical se produjo nada menos que en los jardines de la Casa Blanca y ante las narices del presidente Ronald Reagan. Ocurrió en agosto de 1985. Reagan insistí­a por entonces en su Guerra de las Galaxias y sus modos inamistosos de solucionar los conflictos de Centroamérica. Cuando el norteamericano terminó de hablar, Alfonsí­n, pasando por alto las sagradas reglas del protocolo, cazó el micrófono y se puso a exponer sus divergencias. Alguna vez fue también celebérrimo el intercambio de chicanas entre Alfonsí­n y el lí­der sindical Saúl Ubaldini, que se le plantó con 14 paros generales. “Mantequita y llorónˮ, le dijo el entonces presidente. Pero el secretario general de la CGT no se achicó: “Mentir es un pecado ˮ“dijoˮ“, pero llorar es un sentimientoˮ.

[caption id="attachment_462" align="aligncenter" width="462" caption="Alfonsin abucheado en la Rural en el año 1988."]Alfonsin abucheado en la Rural en el año 1988.[/caption]

Tiene resonancias más vigentes otra anécdota en un escenario muy distinto. Año 1988. Alfonsí­n va de visita a la muestra de rutina de la Sociedad Rural, un sector con el que nunca se llevó bien. La pelea, como hoy, era por la rentabilidad. La rechifla de “la gente del campoˮ fue sonora y durante dí­as ocupó páginas y páginas en los diarios. De nuevo, firme en las tribunas del así­ llamado predio de la Rural, Alfonsí­n no se bajó del caballo: “Algunos comportamientos no se consustancian con la democracia. Es una actitud fascista no escuchar al oradorˮ.