Se emitió un nuevo capítulo en la serie de embestidas mediáticas contra Cristina y su familia, en el canal de propiedad de Julio Saguier. Como hace 20 años, se amplifica y valida la violencia política hacia la dirigenta de la principal fuerza política del país. No todo vale. La libertad de expresión no ampara el ejercicio de la violencia de género en su faz política y mediática. Alguien debe hacerse cargo.
Como dijo Cristina, jugar del lado de los intereses del pueblo y las grandes mayorías no es gratuito. La historia del peronismo está plagada de agresiones y estigmatizaciones, donde las corporaciones mediáticas jugaron un papel fundamental en la propagación de conductas violentas y antidemocráticas. El fin, generar un clima de odio que legitime la persecución política.
Los gobiernos kirchneristas no fueron la excepción. Sin embargo, la violencia hacia Cristina se basó no sólo en sus convicciones políticas, sino principalmente en su condición de mujer. Fueron miles las tapas de diario, las editoriales y los minutos al aire cuestionando la manera en que Cristina ejerció y ejerce el poder político. Es que cuando esta mujer toma decisiones en favor del pueblo la tildan de loca, de bruja, de mala, de ambiciosa, de enferma. Nada de esto ocurre cuando quien decide es un varón.
El feminismo llegó para cuestionar todo lo que era cómodo para los tipos, pero también, en esta vorágine de ola deconstructiva, debemos visibilizar aquellos discursos de odio que destilan mujeres que, sin una cuota de responsabilidad, siguen reproduciendo lógicas patriarcales. Y le ponemos nombre, no sólo porque lo que no se nombra no existe, sino porque estamos hartas de la impunidad y la irresponsabilidad televisiva que inyecta a la sociedad agujas de antipatía y rencor.
La violencia política no es un sujeto tácito. La violencia política la escuchamos, la vemos y la sentimos. Los ataques planificados y sistemáticos hacia la figura de Cristina son una forma de violencia de género perpetrada por los medios de comunicación. Con un solo objetivo: disciplinar al pueblo en general, y a las mujeres en particular, para que nadie se atreva a representar y defender los intereses de las grandes mayorías populares. La proscripción del siglo XXI comienza en las corporaciones mediáticas y termina en sentencias judiciales con sede en Comodoro Py.
El intento de magnifemicidio en septiembre pasado debió ser una alarma para establecer un límite a los discursos de odio. Nada cambió. Bajo el falso amparo de la libertad de expresión, continúan las descalificaciones personales hacia Cristina y su familia. La garantía consagrada en la Constitución Nacional no es absoluta: el límite deben ser la intimidad de las personas, las falsas difamaciones y las violencias de género.
Cuestionan sin escrúpulos su rol de madre, y diagnostican a mansalva. Atacan a Cristina a través de su hija, como una forma de violencia vicaria. ¿Qué pretenden? Esperamos dejen las agresiones de lado y ayuden a los argentinos y argentinas a resolver el endeudamiento al que sometieron al país condicionando nuestro futuro.
En la Argentina de hoy, la perversidad tiene nombres. ¿Hasta dónde quieren llegar Magnetto y Saguier? Nuestro feminismo popular está decidido a construir sociedades más democráticas, donde los medios de comunicación ejerzan su profesión con la necesaria responsabilidad social. Nada sin Cristina.