Pelusa se acerca a un pequeño escenario. Está concentrado como antes de entrar a la cancha a jugar un mundial. Porta la casaca de Boca que le regaló Riquelme, la misma con la que ese año el xeneize salió campeón de la Libertadores, dejando en claro que la 10 de Boca siempre va a ser de él. Miles de almas, como en una misa, lo miran emocionadas y expectantes. Están por escuchar al futbolista que más alegrías le regaló al pueblo argentino. Diego Armando Maradona pronunciará sus palabras de despedida como jugador profesional.
Se para frente a la multitud. Conmovido como ese niño de Fiorito que tenía claro que “su sueño era jugar un mundial y salir campeón de octava”. El Diego cruza los brazos (se abraza a sí mismo) como tomando fuerzas. Y en pocos minutos parió, tal vez, una de las frases más inolvidables para el pueblo, y la mejor que haya dicho alguna vez un jugador.
El país entero lo escuchaba atentamente. Se frenaron el tiempo y la pelota, entre cada bocanada de aire mezcladas con lágrimas. Desde allí, conceptualizó el sentir popular con una profundidad digna de los distintos. Fue ahí cuando muchos pibes dejamos de obnubilarnos solamente por sus gambetas, y nos atravesó para siempre.
Humano. Reconocer los errores no lo achicaba, pedir que no lo dejen de amar no lo convertía en débil. Líder, orador y arengador como pocos.
El Diego sembró la idea de que las individualidades no pueden comerse lo colectivo, algo esencial explicado con la sencillez que lo caracterizaba. Y finalmente exclamó la frase más épica de la historia del fútbol: “La pelota no se mancha”.
El Diego es un hombre que quedó en el corazón de todos los que amamos a la Argentina para siempre. El futbolista que trascendió el césped y se jugó por cada cosa que pensó como justa. El Pelusa, ese gran bailarín y cantante, desbordado de amor, sensible y solidario. Y sino basta recordar la foto donde consuela a los pibes a los que les ganó la final de los juegos Evita en el 73’.
Le apasionaba competir. Era un ganador nato pero, como bien sabía de derrotas, nunca se lo vio burlarse de alguien que sufría el dolor de haber perdido.
El pibe de oro tres años después debutó en Argentinos y un año más tarde en la selección argentina. ¿Ficción? Casi. Sin dudas tuvo una vida de película. Una película bien argenta.
Maradona consideraba que era fundamental impartir justicia desde donde le tocase. Así fue como frente a los ingleses se tomó una revancha fugaz e inolvidable por los caídos de la guerra de Malvinas. O en la declaración a favor de los futbolistas y contra la mercantilización del deporte más popular del mundo. O cuando se subió a un tren con los líderes latinoamericanos para gritar No al ALCA y sacar a patadas a Bush y a su acuerdo de miseria y hambre.
Jamás esquivó el pecho a las balas y a las injusticias del mundo. Contra los milicos, contra los mismos de siempre que ajustan a los jubilados, contra el mismísimo imperialismo.
Es una brújula inalterable, con una valentía que habita solo en patriotas, que son los que no especulan.
Nuestro Dios más humano, tal vez el peor de los dioses o el mejor de los humanos nacido en un hospital público de Lanús. Incontrolable, peleador, generoso. Contradictorio.
Diego tenía sangre guaraní, la sangre aguerrida del norte argentino. Algunos incluso dicen que sus ancestros acompañaron a San Martín.
Ni los medios, ni la fama, ni los aduladores lograron apagar la humanidad de Diego. No permitió que la oscuridad de una vida difícil conduzca su ser, que brillaba en la bondad de un corazón sin dimensiones.
Polifacético, Peronista y Cristinista hasta los huevos. Jamás sus detractores podrán perdonar que no haya sido modosito con los poderosos y que no se haya hecho el distraído cuando descreía de algo.
Adorni piensa que haciéndose el gracioso y no nombrándolo va a poder borrar la huella y el camino que dejó el Diego marcado a fuego. Se le “escapa la tortuga” y “le toma la leche al gato”, diría él.
El Diego incomodó siempre, como siempre sucede con los hombres y mujeres que se la juegan. En cambio, éstos showman de turno nunca serán bandera o tatuaje, ni habitarán en la memoria de nuestro pueblo.
Hoy se cumplen 4 años desde que la noticia que ningún argentino o argentina de bien quería escuchar, irrumpió en nuestras vidas. Ya no más declaraciones desde Dubai, Ezeiza o la Bombonera. Ya no más videos épicos cuando más lo necesitábamos.
El 25 de noviembre del 2020 se transformó en uno de los días más tristes que tuvo el pueblo, comparable solamente con la muerte del General, de Evita o de Néstor.
Tarea compleja la de llorar sin lamentarnos, si todavía esperamos que aparezca en algún lugar, burlándose de los arqueros, de los ingleses o de Mauricio Macri.
Se queda entre nosotros, no se va. El Diego venció al tiempo y a la muerte. Y, parafraseando a Joaquín Areta, por sobre todo venció al olvido, “que será el más duro castigo por no haber cumplido con mi papel de hombre”. Su papel de argentino.
Hoy vamos a llorar bastante viendo sus videos, contándole a los más chicos quién era, qué hacía, cómo era y cómo nos hizo sentir. Mañana habrá consuelo y seguiremos, como siempre. Porque lo único que no nos van a perdonar es no seguir luchando.
Nos queda por imitar su ejemplo, ser solidarios, defender al pueblo a capa y espada, nos queda la rebeldía de no sabernos menos que nadie, ni más que ninguno. Nos queda la alegría que nos regaló. Nos queda de Diego Armando Maradona dejar a la Argentina lo más alto posible. Y ser los mejores compatriotas, porque no hay nada mejor que un Diego Maradona para otro argentino.
*Militante de La Cámpora.