Un 20 de noviembre de 1845 la conducción de Juan Manuel de Rosas, la comandancia de Lucio Mansilla y el heroísmo de nuestros soldados opusieron en Vuelta de Obligado una férrea resistencia ante la agresión de las dos flotas más poderosas del mundo y las forzaron a negociar y retirarse. Pero también estaban los que especularon con una victoria de los europeos para destituir a Rosas y permitir la recuperación del poder por parte de los viejos unitarios exiliados, que habían fracasado con las incursiones de Juan Lavalle y la revuelta de Gregorio de Lamadrid, con las mentiras que vomitaban desde la prensa y los atentados contra la vida del Restaurador.
Adictos a la guerra civil, por temor a todo lo que oliera a pueblo, algunos necesitaban sacar a Rosas del medio para poder aplicar sus doctrinas aprendidas en las obras de Adam Smith y Montesquieu; otros, sencillamente, para hacer buenos negocios contra el interés nacional. Su consigna del momento era la libre navegación de los ríos. Que suena bonito pero, a falta de una marina mercante y de una economía sólida y dinámica, significaba que aquellos que tuvieran barcos con mercaderías y con cañones podrían inundarnos de manufacturas baratas, arruinando todas las industrias artesanales de las provincias mediterráneas y condenándonos al pobre papel de exportadores de materias primas. Como dijo Cristina en Santiago del Estero: nuestros liberales elogian la Revolución Industrial que hicieron otros y que despliegan a costa nuestra.
A fin de cuentas, consiguieron sus objetivos unos años más tarde. Justo José de Urquiza abandonó a Rosas y se alió con el Imperio esclavista del Brasil para derrotarlo en Caseros, pero también con los unitarios sedientos de sangre y venganza. La libre navegación de los ríos fue incorporada como un principio constitucional y sucedió lo que por lógica debía suceder: todo lo que se había levantado gracias a la Ley de Aduanas se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos. El ferrocarril, que tenía que llevar integración y prosperidad a los pueblos, los insertó desfavorablemente en el mercado mundial, donde no podían competir sin sumirse en la miseria. Los gobernadores que, con buenas razones, renegaban del monopolio porteño del comercio exterior, pronto descubrieron que la dictadura unitaria no tenía mejores intenciones y las montoneras rurales fueron masacradas en una larga y cruenta guerra de policía, que devastó todo lo que se vistiera de federal, con el rosismo proscripto y su líder muriendo en el exilio, igual que San Martín, que le había regalado su mítico sable en agradecimiento por la honorable y patriótica hazaña de la Vuelta de Obligado.
De manera que no podemos rememorar los acontecimientos que llevaron a Cristina y al Congreso argentino a establecer el Día de la Soberanía Nacional sin reparar luego en cómo la soberanía fue ultrajada de forma sistemática, hasta que Hipólito Yrigoyen y Perón volvieron a reconstruir sus bases con industrialización, desendeudamiento, tercera posición en el plano internacional y ampliación de derechos para nuestro pueblo. Tanto Yrigoyen como Perón, sin embargo, sufrieron el mismo trágico destino que Rosas. Fueron perseguidos, fueron víctimas de atentados, fueron detenidos—y entonces Perón tuvo su 17 de octubre—, fueron proscriptos—y entonces Perón tuvo su Luche y Vuelve.
Pero entre el exilio y el retorno de Perón muchas de las conquistas fueron desmanteladas, aunque no como lo serían después de su muerte, porque la conciencia popular era fuerte y no se dejaba avasallar con facilidad. Fue necesario el Terrorismo de Estado para quebrar y disciplinar esa conciencia, porque la conquista del país por los intereses oligárquicos e imperialistas va siempre de la mano de la conquista de la conciencia del pueblo. Cuanto más líquida es esa conciencia, más rápida y feroz es la destrucción del país por parte de las clases dominantes. Y de más abajo arrancamos la epopeya de la reconstrucción.
Después de décadas de amargura, tristeza y desazón, llegaron Néstor y Cristina a devolvernos la dignidad y la soberanía. En 2015, en su última cena de camaradería de las Fuerzas Armadas como presidenta y Comandante en Jefe de las mismas, decía Cristina:
“Soberanía [...] va a ser la palabra que va a definir el devenir de este siglo XXI. No estamos hablando de la soberanía territorial o la soberanía que implica cantar con orgullo el himno o izar la bandera. La soberanía que debe darse en todos y cada uno de los ámbitos: en la producción, en la industrialización, en la ciencia y en la tecnología. [...] Es una soberanía que define a un país que quiere tener identidad propia y que quiere tener, fundamentalmente, autonomía razonable en un mundo que sabemos interdependiente, pero que necesitamos imperiosamente reconstruir con mucha fortaleza, para que las variables externas, cuando se producen en forma desfavorable a nuestros intereses, tengamos la fuerza suficiente para amortiguar los daños que se pueden hacer”.
El mundo no es el de 1845, la economía es completamente interdependiente. Defender la soberanía nacional en el Siglo XXI no se trata de enarbolar frases rimbombantes como “Dios, Patria y Familia” o vestirse cual Rambo o Martín Fierro para sacarse fotos y subirlas a las redes: se trata de construir una inserción inteligente en ese mundo y en esa economía, desde nuestros propios intereses.
Soberanía es por ejemplo la recuperación de YPF, que significó que el Estado argentino pudiera orientar la actividad de la empresa y su vinculación con capitales extranjeros en función de los intereses nacionales: así se descubrió y empezó a explotar Vaca Muerta. Soberanía es el Gasoducto Néstor Kirchner construido con fondos obtenidos del Aporte Solidario y Extraordinario para las Grandes Fortunas, que le permite a nuestro país tener superávit energético, es decir, no solo dejar de gastar dólares en importar energía sino también incorporar dólares a través de la exportación. Soberanía también es haber puesto una computadora en la mano de cada pibe y cada piba, asegurando que nuestro pueblo tuviera las herramientas educativas y tecnológicas para entrar a este nuevo siglo.
Reivindicamos el Día de la Soberanía Nacional con la conciencia de que soberanía es decidir por nosotros mismos cómo queremos vivir, y sobre todo con la conciencia de que, cuando son los dedos ajenos los que se entrometen para doblegarnos y oprimirnos, para explicarnos qué tenemos que producir y a dónde tenemos que exportar, cuánto podemos consumir y qué culturas debemos asimilar, es porque existen criollos interesados en que eso pase, en que la patria sea solo un himno y un escudo, mientras se contaminan nuestros ríos y se deforestan nuestros bosques, mientras queman nuestras tierras y desplazan nuestras poblaciones, mientras toneladas y toneladas de soja se guardan a la espera de la próxima devaluación o señores con traje y corbata aprueban un RIGI que permitirá que nuestros recursos del subsuelo sean extraídos a cambio de casi nada, mientras los trabajadores formales sobreviven por debajo de la línea de la pobreza y a nuestros pibes les cuesta cada vez más ir a la universidad, mientras el país sigue sometido a una deuda criminal que anula cualquier posibilidad de desarrollo autónomo y soberano.
Hoy, los argentinos y las argentinas nos encontramos nuevamente frente al avasallamiento de nuestra soberanía nacional. Pero la soberanía es del pueblo y los pueblos siempre vuelven. Recuperaremos nuestra soberanía cuando volvamos a poner en valor el trabajo de nuestra gente, cuando el sudor y la pelea diaria no se rifen en Wall Street, cuando en cada mesa de hogar se coman las cuatro comidas y con toda la familia reunida, cuando nuestras expectativas, nuestros sueños y nuestros deseos no sean manipulados por aplicaciones de entretenimiento y sí se rijan de acuerdo a un proyecto de vida, en el marco de un proyecto nacional que nos incluya y nos potencie a todos y a todas. Esa es la batalla que nos toca librar en la hora actual. Nuestra Vuelta de Obligado. Es difícil, pero no imposible. Tenemos la historia de guía y el recuerdo de lo que hemos hecho. Tenemos a Cristina para conducirnos, más vigente que nunca. Y tenemos a nuestro pueblo para vencer.