Política

Sub versión

por La Cámpora
23 ago 2011
Son setentistas. Viven hablando del pasado. Tergiversan la historia, la cuentan a su manera, reivindican unos personajes, ocultan otros. Discuten sobre cosas que ya sucedieron, que no vale la pena volver a recordar. Mezcle esas frases, barní­celas con un par de “acusacionesˮ que van desde “trabajar en el Estadoˮ hasta “no hacer la revolución como los militantes de los setentaˮ (pasando por “ser setentistasˮ, nótese la paradoja) y recí­base de analista polí­tico sobre La Cámpora del mainstream. Es La Cámpora la que habla del pasado, se infiere, por el nombre de su agrupación. Es el Gobierno el que habla del pasado, se supone, por volver sobre las heridas del pasado que no habí­an cerrado, por buscar cerrarlas con Justicia. Por creer que para hablar del presente y del futuro, habí­a que saldar esa deuda. Cuando dejamos de hablar del pasado, cuando seguimos adelante con esos juicios, pero ahora con los pies en el presente y los ojos en el futuro, aparecen los nostálgicos del pasado. Las fichitas pesadas de este juego, las que no quieren mover al casillero siguiente, las que a pesar nuestro nos obligan a volver a discutir el pasado. Y no son, ojalá lo fueran, intelectuales de los márgenes de la discusión. Es el mismí­simo ex-presidente Eduardo Duhalde, el que hace un par de dí­as nomás, quedaba tercero ˮ“ aunque lejos del primer lugar ˮ“ en las elecciones, el que escupí­a la frase: “cuando veo flamear las banderas subversivas no veo al peronismoˮ. Banderas subversivas. Es difí­cil no caer en la tentación, es un desafí­o enorme no darse vuelta cuando te toca la espalda el fantasma de los nostálgicos. ¿Vale la pena la discusión?, ¿cuántos, como Duhalde, todaví­a piensan en términos de “subversiónˮ? Las urnas dicen que bastante menos de lo que parece. La tarea es no caer en la trampa de los que quieren retroceder a los casilleros de los debates saldados. Es una buena época esta por la posibilidad de darnos debates nuevos. Porque estos debates nuevos tienen su condición de posibilidad ahí­ donde las discusiones anteriores, si necesarias, están siendo resueltas en el mí­nimo común denominador compartido por la mayorí­a de la sociedad: donde el Estado cometió un delito, la obligación es sancionar a sus responsables. Luego podrán venir las interpretaciones, respetables todas ellas. Respetables en la medida en que sus emisores estén de acuerdo en condenar la salvaje represión de un Estado. Las otras interpretaciones, las sub-versiones, versiones menores que consisten en seguir responsabilizando a las ví­ctimas de un crimen por los crí­menes cometidos, siguen siendo minoritarias. Ganar un debate cultural es establecer un piso común de acuerdos: ya no hay demasiados, en la Argentina, que sigan comprando sub-versiones. El desafí­o sobre el presente y sobre el futuro es tan grande, los debates que nos faltan son tantos, que habrá que evaluar costos y beneficios de responder a una polémica estéril, un manotazo de ahogado que busca construir un salvavidas de resentimiento y nostalgia. Paradójico, viniendo de un ex-bañero. Quien deberí­a saber que, a la larga, semejantes materiales no flotan. Acá no hay nadie dispuesto a hundir el potencial transformador de esta época en una discusión falsa que ya hemos saldado.