Son las fotos y los afiches de las Unidades Básicas, con los recuerdos de conquistas y hazañas, con las caras de los que no están pero siguen estando en nuestras banderas y en nuestros corazones. Es el feliz cumpleaños que entre todas y todos le cantamos a un pibe de apoyo escolar, que pronto pone los dedos en V. Es el problema que pudimos solucionarle a una vecina y el cariño que nos devuelve, con su olor a jazmín. Es el cansancio después de una larga jornada de sábado que rindió frutos, esas que dejan la satisfacción de haber hecho cosas que valen para el barrio, para la escuela, para la gente. Es el respaldo al compañero o la compañera que no puede más, que quiere llorar, que piensa en dejarlo todo y al que le damos un abrazo y le decimos que no afloje, que estamos acá.
El tiempo es lúgubre, es verdad, pero hubo peores. La militancia es ese lugar donde el fuego abraza, da calor para aguantar una tormenta de mierda que rompe todo al pasar. Porque cuando el fuego crece, la escarcha cede, el hielo se derrite y de la tierra salen flores. Otra vez.
Ser militantes hoy es tender puentes contra la soledad propia y de los demás. Hacer patria es preguntarle a un vecino como está y escuchar. Porque está todo roto: la familia, la escuela, el trabajo, la comunidad. Y como en nuestras jornadas solidarias, lo que hay que hacer es reparar.
Ser militantes hoy es ser guardianes de lo común, favorecer el encuentro de los cuerpos, restituir el valor de la palabra.
La palabra militante es de aliento y esperanza, lo contrario al griterío efusivo de estos que gobiernan ahora, que en su verborragia ocultan que en el fondo tiene nada para decir más que un derroche de amargura. Cólera vacía y decepcionante. Que sigan gritando. Nosotros en los barrios escuchamos, hablamos, reparamos, construimos.
Porque la militancia es un buen lugar, un lugar que nos hace mejores. El mundo es inmundo hasta que en algún rincón abrimos una unidad básica y lo reinventamos. Y aunque nos quieran convencer de que todo lo que hacemos no sirve para nada, quien milita sabe que dar la vida vale. Para el régimen, la militancia es imposible, no tiene razón de ser. Damos entonces el ejemplo de lo contrario. Cada militante que se suma es un milagro que emociona y un motivo para continuar. Nosotras y nosotros seguimos, ellos persiguen. Los que odian, los que matan. Y sin embargo, acá estamos. A pesar de las bombas y los fusilamientos, de los compañeros muertos y los desaparecidos. Porque otros militaron, militamos para que otros militen. Es la gloriosa herencia. Pesada para ellos.