Tipo olvidadizo, Enrique, como olvidó durante diez años decir algo de las gestiones privadas de Aerolíneas. Eran tiempos difíciles, es cierto, donde filmar películas era complejo, y todos sabemos que una denuncia que no tiene su película no sólo es poco efectiva, sino que tampoco genera ingresos. ¿Por qué iba Piñeyro a opinar sobre la desastrosa gestión privada?, ¿por qué no se iba a escuchar su voz respecto a los avances en políticas de derechos humanos, de redistribución de la riqueza, de recuperación del patrimonio nacional? Simplemente por el diagnóstico respecto de los males del país, que por suerte comparte con el medio donde publicó su nota y que dice así: (textual)
“Acá hay un grandísimo responsable de todo esto que es el peronismo. Yo, como votante, quiero una explicación, una autocrítica y quiero que me digan quiénes son. ¿Son los que privatizaron, son los que reestatizan, o son los que eran estatistas antes? No puede ser que un partido haga estas cosas, porque un partido tiene un staff, y después cambia su dirigencia y varía su política 180 grados. Quiero que me expliquen qué clase de ideología está defendiendo un partido así. La verdad que no se entiende. Yo quiero algo más que las tibias autocríticas que empezaron por ahíˮ.
Por suerte a veces Piñeyro tiene arrebatos de memoria, como cuando criticó la ley de estatización de Aerolíneas Argentinas a la que calificó de “decepcionanteˮ porque no tocó “ningún punto sensibleˮ. Se ve que tampoco tuvo tiempo ni la venia de Clarín, en ese momento, para escribir alguna nota sobre la diferencia entre recuperar una línea de bandera que garantice la conectividad de los argentinos y haber entregado a la competencia las rutas y el patrimonio de la empresa.
Las torres de marfil no sólo albergan en su interior académicos que viven alejados del mundo, sino también una serie de expertos en determinados temas. Expertos que cuando se los convoca a sentarse sobre una silla para intervenir en la gestión de la cosa pública, huyen despavoridos por temor a mancharse. Por temor a perder el cómodo e intrascedente oficio de decir lo que hay que hacer sin movilizar los recursos necesarios para hacerlo. En 2003 recuperamos la política discusión política y, le guste a quien le guste, las disputas se resuelven allí: ni en el cine, ni en la tele, ni en las columnas del Grupo Clarín. PD: Lo de Mercedes Moran era innecesario.