Política

Carta Abierta a la gobernadora Marí­a Eugenia Vidal

Por Corina Troche Cabaña
por La Cámpora
2 jun 2018
Mi nombre es Corina Troche Cabaña, tengo 21 años y vivo en la Villa 21-24 de Barracas. Vivo con mi mamá, empleada doméstica, con mi papá, albañil y pintor, mi hermana y mi hermanito. Y hoy, gobernadora, quiero contarle algunas cosas. Fui a la educación inicial, primaria y secundaria públicas. Me formé y, a pesar de las dificultades, me permití­ soñar. Soñar que puedo llegar a la universidad. Y lo hice. Hoy soy estudiante de la Facultad de Derecho de la UBA, situada en Recoleta. Pero no quiero dejar pasar un detalle no menor, porque luego de haber escuchado sus declaraciones que me llenan de impotencia, tengo muchas anécdotas que podrí­a haber elegido para contarle. Pero elegí­ una: Mi primera semana en la Facultad. Llegué un lunes a cursar por primera vez en esa casa de estudios. Estoy por primera vez en un aula de la facultad, me siento avasallada por esa jungla de cemento. Todo era muy gigante al lado mí­o. Pero yo estaba ahí­ sentada. Sorprendida, orgullosa, nerviosa. Me sentí­a una privilegiada, pensé en mi mamá y papá, en lo que les costó que yo pueda estar ahí­. Llega el profesor, da una clase, pide un libro y fotocopias. Yo estaba contenta, hasta que vi el precio del libro, 2.500 pesos. La llamo a mi mamá, ella súper contenta, transmitiéndome tranquilidad ya que aseguraba que í­bamos a conseguir el libro. Me pedí­a que no me preocupara. Al dí­a siguiente fui a mi segunda clase, llevé 100 pesos por si querí­a comer algo, pero me encontré con la necesidad de decidir si con esa plata comí­a algo o compraba las fotocopias que me pidieron. Y tuve que elegir comprar las fotocopias, porque querí­a estar al dí­a con la lectura (también me habí­an pedido un libro más, que costaba 2.000 pesos, pero eso ya no se lo quise contar a mi mamá). Mis ánimos decayeron un poco, porque ya tení­a muchas cosas por leer, sumado a la preocupación por saber si iba a llegar a comprar esos libros. Así­ llegaron mi tercera y cuarta clase y me seguí­an pidiendo material. Yo ya no podí­a mirar a mi mamá a los ojos, porque ella estaba llena de orgullo y al mismo tiempo sabí­a que no tení­amos tanta plata para comprar esos libros. Le contaba yo a mi familia lo bien vestidas que iban las personas. Yo estaba esperando a terminar con los gastos en libros para poder ahorrar un poquito y comprarme un jean más, porque tení­a uno solo que lavaba a la noche para ponérmelo al otro dí­a. Así­ de excluida me sentí­. No tení­a ropa, no tení­a plata para los libros y fotocopias. Tení­a, sí­, la compu que me dieron en la secundaria, pero no tení­a Wi-fi ni impresora, entonces buscar una ley o un fallo implicaba una logí­stica que me sacaba mucho tiempo de estudio. Llegué a una facultad en la que los profesores de la corporación judicial nos enseñan a cagar a la gente. En la que buscan que los estudiantes nos olvidemos la razón por la que elegimos el derecho como disciplina ocultando que el derecho es una disciplina emancipadora. Una facultad en la que no quieren que sepamos que el derecho es una herramienta de lucha y de resistencia de las clases populares ante un Estado ausente y opresor, que es una herramienta de construcción colectiva que puede lograr que los pibes de un barrio adquieran una vacante en un escuela a través de un amparo cuando el sistema de educación de hoy los excluye; nos enseñan a usar el conocimiento del derecho para aprovecharnos de los que no tienen educación (por las falencias de un Estado ausente), y por si esto fuera poco nos repiten una y otra vez que el derecho es neutral y objetivo, que los jueces son apolí­ticos. Llegué a una facultad donde hay espacios concesionados a empresas privadas que lucran con nuestra educación. A esa facultad llegué, gobernadora. A una faculta elitista, clasista y patriarcal, que de un lado tiene a Recoleta y del otro a la Villa 31, en la que ni los mismos estudiantes se cuestionan por qué a los de la 31 les cuesta más que a los de Recoleta, cuando la distancia es la misma. Así­, imagí­nese, llegó el viernes y terminé mi primera semana y nunca me habí­a sentido tan excluida en toda mi vida. Nunca me sentí­ tan inferior y tan vulnerada. Entre llanto y llanto le dije a mi mamá y a mi papá que me perdonen, que no iba a poder, que esta carrera era para gente con plata, no para mí­, y lloramos juntos un largo rato, y me dijeron que no, no es así­, "cuesta más pero vas a poder, no le dejes el conocimiento a unos pocos, a los que les es más fácil". Y así­ con el apoyo de mi mamá y de mi papá, y de la visión del derecho que la militancia me mostró, llegué acá y estoy en el segundo año de la carrera. Y también quiero contarle, gobernadora, que no sólo sigo estudiando una carrera universitaria, sino que también milito. Hago polí­tica, como usted, pero estoy parada del otro lado. Estoy del lado de los humildes, de mis vecinos y vecinas, milito y, a diferencia de usted, me involucro para que cada vez más pibes y pibas como yo lleguen a la Universidad pública. Cuando escuché su frase sentí­ que fue un claro posicionamiento desde los intereses que usted defiende, que no son el de los humildes. La solución gobernadora, no es dejar de invertir en universidades públicas. La solución es generar polí­ticas públicas que generen más igualdad en la sociedad, que nos incluyan en un modelo de paí­s. La solución es tener en esta sociedad un modelo de universidad popular, donde realmente se garantice el ingreso, la permanencia, y el egreso de los estudiantes. La solución es dejar de tomar medidas en contra del pueblo. La solución es dejar de militarizar los barrios humildes. La solución es invertir en educacion pública, cultura e inclusión para los pibes y pibas. La solución es dejar de estigmatizarnos. Nos quieren sumisos y sin educación, no nos quieren informados y menos haciendo polí­tica porque nos quieren obedientes, nos quieren pacientes. Pero hoy, gobernadora, le digo que nos tiene rebeldes, inquietos y en polí­tica.
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