Son tiempos de tic-tac efímero: las noticias, las palabras, los reels y las tendencias duran segundos y pasan. Pero la militancia apuesta siempre a vencer al tiempo y sus velocidades. La acción política requiere decisión y coraje, pero también meditación, debate y formación. Para eso, entre tantas cosas, está Cristina.
En febrero, mientras sucedían los primeros efectos de la mega-devaluación del ministro Luis “Toto” Caputo y el gobierno de Milei desplegaba un espectáculo lamentable en el Congreso con la primera versión de la Ley Bases, Cristina publicó un documento de 33 páginas titulado “Argentina en su tercera crisis de deuda”. El texto permitió darle un marco a la situación nacional, clarificando que el problema central no era el déficit fiscal o la emisión monetaria, sino el carácter bimonetario de nuestra economía y su agudización producto del terrible endeudamiento externo que heredamos de la catástrofe macrista de 2016-2019. Planteaba la necesidad de un acuerdo parlamentario opositor, fijaba límites que había que ponerle a Milei y proponía una serie de temas sobre los cuales el peronismo debía repensarse.
Hace unos días Cristina, nuevamente, acomodó los melones con un texto deslumbrante de ocho páginas, que pone los puntos sobre las íes en cada una de las cuestiones que forman parte del relato con el que el gobierno pretende sortear su mala praxis económica y financiera. Contra el mantra anarcocapitalista del mercado sin ataduras, el gobierno interviene los precios centrales de la economía, regulando el dólar y aplastando los ingresos de asalariados y jubilados. Un ajuste que no cierra sin represión. Solo el precio de los bienes y servicios está “liberado”, con algunas excepciones donde se continúan sosteniendo los subsidios, porque si el mercado definiera todos los precios de bienes y servicios, la vida de las grandes mayorías sería todavía más intolerable que lo que ya es. Todo está muy mal.
La realidad se impone: el problema central de la Argentina no es el déficit fiscal ni la emisión monetaria sino la falta de dólares y el masivo endeudamiento en esa moneda; lo cual impidió una dolarización temprana. Por mucho que el presidente se autocongratule de los aplausos que recibe en el exterior, los likes y retuits no se canjean por dólares, que nadie parece estar dispuesto a prestarle a su gobierno. La tarea central de la política debería ser, por el contrario, abordar el problema del dólar: lo que Cristina llama la “economía bimonetaria”, que es una característica única de nuestro país. Sin una moneda fuerte, no habrá soberanía política ni independencia económica.
El dogmatismo extravagante se mezcla en una ensalada de antipolítica cuyos resultados serán indefectiblemente catastróficos. La tarea del peronismo entonces no es solo oponerse y ponerle límites al ajuste, sino reconstruir la política, enderezar su propio rumbo y revisar sus propios diagnósticos para volver a ser una alternativa de verdad para el pueblo argentino.
Para los sommeliers de autocríticas, atención. Cristina plantea que el peronismo torció su rumbo; que se desvió de premisas y postulados de orden doctrinario, desoyendo banderas rojas gigantes durante la última experiencia de gobierno. Cinco descarrilamientos peronistas para acomodar:
- La convalidación del endeudamiento con el FMI y sus condicionantes.
- La aparición de trabajadores registrados pobres que no alcanzaban la Canasta Básica.
- La incapacidad de reconstruir políticas sociales universales.
- La mala administración de los dólares del comercio exterior.
- La desunión entre la palabra y la acción con la violación personal del presidente de las restricciones sanitarias que imponía a la población.
Los catadores del martilleo en los dedos ajenos dirán que todas estas críticas fueron formuladas en tiempo real por Cristina durante el gobierno de Alberto ¡y tendrán razón! No se hicieron con el diario del lunes, sino cuando podían ser corregidas. Algunas, incluso, se plantearon preventivamente. Ahora es fácil criticar al FMI, bienvenidos todos y todas. Que no nos vuelva a pasar.
Pero hay más. El futuro del peronismo no se agota en no cometer los errores del Frente de Todos, sino en recalibrar la brújula para pensar nuevas soluciones a nuevos problemas.
Para ello, Cristina nos arranca de los consignismos defensivos y nos propone reconstruir nuestra mirada sobre:
- Las relaciones laborales en este nuevo siglo y su impacto en las representaciones sindicales.
- El rol del Estado como organizador de la comunidad más que una omnipresencia que fue por momentos burocrática e ineficiente.
- El sistema impositivo actual, injusto y excesivamente complejo, donde las exenciones impositivas y los gastos tributarios requieren ser revisados.
- La educación pública, que requiere una revisión y una reforma profunda.
- La seguridad, una deuda de la democracia que se resuelve con planes integrales -no con consignismos-, donde hay que atender el avance del narco donde el Estado se retira.
- La productividad y las obligaciones que acompañan a los derechos que se conquistan.
- Las nuevas formas de comunicación social que han generado una revolución en los tiempos recientes.
Si alguien buscara el punto de partida para la construcción de un programa del peronismo, algo de lo que el Frente de Todos careció en su totalidad en 2019, ahí lo tiene.
Hoy pululan infinidad de analistas que diagnostican la enésima crisis terminal del peronismo. Sean muy felicitados, sus opiniones serán consideradas adecuadamente. Pero la militancia, con Cristina en la conducción y de cara al pueblo, quiere hacer algo más que señalar los problemas de nuestra fuerza política. Los quiere resolver. No se trata solo de resistir: se trata de construir.