El primero de septiembre del 2022, un jóven llamado Fernando Sabag Montiel se mezcló entre una marea de militantes congregados frente a la casa de la entonces vicepresidenta de la Nación. Cristina bajó del auto y, como era habitual, caminó entre los presentes. Les acarició las manos, los abrazó y firmó varios ejemplares de Sinceramente, mientras niños a cocochito, jóvenes y personas mayores de distintas partes del país la saludaban, le agradecían, cantaban y se sacaban fotos emocionados. De pronto, un brazo, un arma, el deseo de matarla y la bala que milagrosamente no salió.
Hay gran cantidad de videos que reproducen el atentado desde distintos ángulos. Todas y todos vimos la mano del sujeto empuñando el arma, sus tatuajes y su rostro antes y después de gatillar. Y también a Cristina en el preciso momento en el que se agachó para recoger un libro que se había caído al piso, casi en simultáneo a la reacción de la militancia para retener a Sabag Montiel.
Hasta este punto es lo que se está juzgando actualmente en el Tribunal Oral N°6. Lo que todos y todas vimos: a los autores materiales del hecho que conmovió al país y el sospechoso accionar de la Justicia ante el atentado.
En audiencias orales, que se pueden seguir cada miércoles, faltan los responsables intelectuales del intento de asesinato de Cristina. El libro de Hauser nos permite dimensionar lo que falta. Numerosas pistas y vinculaciones que conducen a los posibles autores intelectuales del intento de magnicidio que son omitidas por la jueza María Eugenia Capuchetti, quien evita investigar en profundidad impidiendo que sepamos quién mandó a matar a Cristina.
El título y la voz
Desde septiembre del año pasado, Irina presenta su libro en distintos lugares. Sin embargo, afirma que cada presentación es distinta a la otra: siempre aparece algo diferente. En esta ocasión, luego de nuestra entrevista, dará una charla en el piso de abajo, en el PJ porteño. Llega apurada y, más tarde, se irá apurada también (debe ir a la “tevé”) aunque no deja a nadie sin saludar o firmar su libro.
Irina se sienta tranquila, pero antes de que hagamos la primera pregunta, advierte: “El tema es complejo y desordenado”. Sin dudas lo es, pero si hay algo que logra su libro es ordenar fechas, hechos, pruebas, información.
“¿Por dónde empezamos?”, pregunta ella, sin dejar de lado su oficio. Decidimos comenzar por el título. Muchos sabemos que remite a una frase de Cristina, pero insistimos en preguntarle por qué eligió ese título, por qué ese y no otro. Irina se acomoda y respira profundo, anticipando una respuesta extensa. Y comienza, literalmente, por el inicio de todo: “La violencia dirigida a Cristina Fernández de Kirchner, como mujer, como dirigente política, como líder, como la líder más importante del país, como la dos veces presidenta y como vicepresidenta, no arrancó ni una semana antes del atentado, ni dos meses antes, ni ese mismo año”.
En ese marco, Irina habla e hipotetiza sobre el “estado de posibilidad” en el que ocurre el atentado, una combinación explosiva de discursos odiantes por parte de jueces, políticos y medios de comunicación hegemónicos que plantean la “erradicación” explícita del kirchnerismo en distintos términos. Señala: “Con tan solo reconstruir la trama discursiva de dirigentes de la política incitando que hay que eliminar al kirchnerismo, exterminarlos, sacarlos de la faz de la tierra porque son ellos o nosotros, que quieren un país sin Cristina, más todos los sinónimos de matar que puedan existir, ya ahí con eso tenés un montón”. De hecho, ese odio más explícito aparece en palabras de Sabag Montiel, cuenta Irina “Cuando Ariel le pregunta por qué lo había hecho, él dijo que por el odio generalizado, que es lo que repite en el juicio”.
Retoma el interrogante y decide poner el foco en el fin del segundo mandato de Cristina y los meses posteriores en los que se decidió juzgarla (con el juez Bonadio a la cabeza) en numerosas causas sin pruebas, y advierte: “Esas causas judiciales generan un efecto demoledor en los medios”. Entre estas causas, la periodista menciona la causa conocida como “Vialidad”. Recuerda que “fue un juicio que empezó sin la prueba, o sea que fue irregular desde un comienzo y en el que se implementó, además, una estrategia de parte de la fiscalía que, ante la orfandad de pruebas, utilizó el canal de YouTube para hacer su alegato en tono de show. Eso fue lo que hicieron Diego Luciani y Sergio Mola”. Irina recuerda, entonces, que veinte días después del atentado, durante su defensa y luego de que la fiscalía pidiera los simbólicos 12 años de prisión, Cristina dice “me quieren presa o muerta”.
“Ella dijo me quieren presa o muerta, yo uso muerta o presa porque para mí es algo doloroso. En esa frase yo encuentro algo muy doloroso porque creo que todos nos quedamos con el corazón en la garganta cuando vimos la escena de Sabag Montiel disparando. Y esa frase de Cristina sintetiza la historia de su persecución”. Irina invierte la frase, poniendo por delante el “muerta”, lo cual no es un detalle ni un dato menor. Desde su portada, el libro denuncia lo gravísimo de la situación y demuestra que, como ya no les alcanza con armar causas, buscan el daño físico en su literalidad, evocando las épocas más oscuras del país. Casi 70 años después, hay una fusilada que vive.
La violencia dirigida a Cristina como mujer, como dirigente política, como la líder más importante del país, como la dos veces presidenta y como vicepresidenta, no arrancó ni una semana antes del atentado, ni dos meses antes, ni ese mismo año”.
(Irina Hauser)
La autora explica que “lo que se buscaba era su muerte a como dé lugar, y su muerte política era suficiente. Me cuesta decirlo porque no es algo deseable para mí. Es horrible verlo, es horrible pensarlo, porque además esto tuvo efectos. Yo creo que el peso del atentado aún está, el efecto buscado fue logrado. Pero no su muerte política”. El acto de invertir esas palabras refleja eso, un clima de época, un país que bajo la premisa de la libertad se encuentra en una anomia permanente.
La investigación y el libro como denuncia
El libro reconstruye la escena dentro de un mapa mucho más grande, dentro del espacio de posibilidades, aquello que la autora denomina “caldo de cultivo”, y pone en relieve -fundamentalmente- todo aquello que no se investigó. Desde el periodismo, como una herramienta esencial en esta y en todas las épocas, construye una voz desobediente, contrahegemónica, en busca de justicia.
“Desde el primer día lo supe porque fue un hecho bisagra, porque cuando decimos que hubo una ruptura del Pacto Democrático no estamos diciendo una frase hecha, sino que realmente se rompió, sino no estaríamos viviendo lo que vivimos ahora”, responde cuando le preguntamos por qué escribió sobre el atentado.
A continuación, hablamos sobre las irregularidades en la investigación. Lo que devela el libro y omite el juicio. Suspira, se acomoda en la silla y dice “Uf, hay tantas, ¿por donde empezar?”. Inmediatamente, señala como primera irregularidad el daño del celular de Sabag Montiel, un daño irrecuperable -al momento- y que no se entiende siendo que el teléfono había ingresado en perfectas condiciones a la oficina de Capuchetti. ¿Por qué la jueza no investiga qué pasó allí siendo que es un elemento clave?. Algo de esto remite a “La carta robada” de Edgard Alan Poe, un cuento en el que toda la plana policial da vueltas sobre la casa de un Ministro en busca de una carta: no la encuentran, aunque dan vuelta todo. Sin embargo, basta con que el detective -Dupin- revise en el lugar más sencillo y la encuentre. Como en esa historia, aquí todo está sobre la mesa, aunque las miradas quieran desentenderse. El teléfono de Sabag es el primer interrogante que denuncia la periodista y que aún queda en el tintero.
Otra irregularidad es lo ocurrido con Gerardo Milman, actual diputado nacional y mano derecha de la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich. Sobre ello, Irina Hauser señala que “la pista Milman” surge cuando un testigo, que se llama Jorge Abello, se presenta en el juzgado de María Eugenia Capuchetti y pide dar su testimonio para contar que, dos días antes de que se produjera el atentado, había estado en el bar Casa Blanca, en la esquina del Congreso en el que trabajaba, y lo vio a Milman con dos mujeres diciendo que ´cuando la maten yo voy a estar camino a la costa´. La querella comprueba, mediante cámaras, la veracidad del testimonio. Sin embargo, la jueza Capuchetti se niega a investigar los teléfonos de Milman y de las dos mujeres que lo acompañaban.
La periodista agrega que “recién en diciembre les incautan los teléfonos por orden de la Cámara Federal. Nos enteramos, recién en mayo del año siguiente, que fueron a las oficinas de Patricia Bullrich en el Instituto de Estudios de Seguridad, sobre la Avenida de Mayo, y los estaba esperando un perito (que todo indicaría que es ahora un funcionario del gobierno). Por un lado, Ivana Botsiewicz -una de las asistentes- dice ‘a mí me borraron el contenido de mi celular para proteger mi intimidad’. Por otro lado, a Milman le manipularon el teléfono y a Carolina Gómez Mónaco la mandaron a comprarse un iPhone nuevo y que cambie la clave para que no se pueda acceder a la información anterior”. Aunque parezca la trama burda de una telenovela de bajo costo, todo sigue sin investigar y, más grave aún, sin siquiera mencionarse en el juicio.
Fue un hecho bisagra, porque cuando decimos que hubo una ruptura del Pacto Democrático no estamos diciendo una frase hecha, sino que realmente se rompió, sino no estaríamos viviendo lo que vivimos ahora”.
(Irina Hauser)
La decisión de Capuchetti: no investigar
Luego del atentado, la mayor parte de los medios de comunicación se abocaron a una tarea: crear un perfil de loco suelto para Sabag Montiel. Sin embargo, Irina -en colaboración con el periodista Ariel Zak- revela la trama de una autoría mucho más compleja. El libro contextualiza el clima de persecución y violencia política y señala los vínculos de organizaciones fantasmas como Nueva Centro Derecha y Revolución Federal, esta última financiada por la firma Caputo Hermanos. Por si fuera poco, el último pago se produjo dos días antes del atentado, luego de lo cual desaparecieron de la escena social. Sobre esto último, señala Irina: “Sí, Revolución federal dejó de actuar pero no perdió efecto. Al contrario, hay una parte que se está potenciando, legitimada por todo el aparato comunicador de este gobierno”.
La periodista también devela relaciones con varios políticos e influencers: “Brenda hablaba con ‘el Presto’, el youtuber libertario que fue preso y además condenado por amenazar a Cristina. Brenda estaba obsesionada con él y hacía gala de las virtudes de esta persona frente a Montiel. Y Sabag Montiel, de alguna manera, termina admitiendo que da un paso más para demostrar que puede más que él”.
Como este, hay muchos más vínculos que deben ser investigados, como la firma Caputo Hermanos, las pistas que llevan a Bullrich y a Milman, la relación de Brenda con Delfina Wagner y de Sabag Montiel con Hernán Carroll. Es imposible desentenderse de la gestación política de este atentado. Aunque la jueza Capuchetti insiste en investigar por un lado el hecho material y por el otro el surgimiento de las organizaciones fantasmas, sigue sin atender los vínculos que tienen las mismas con el atentado. De esta manera, logra negar a Cristina como una víctima política.
Ciertos poderes y medios de comunicación quieren encasillar a Sabag Montiel como el único responsable. Su discurso odiante funciona a la perfección, encaja con lo que los medios repetían sin cesar, Brenda y Sabag, dice Irina “son lo que hicieron de ellos”. En ello está la trama violenta, y allí el rol de un periodismo diferente, dice: “Cuando Clarín y la Nación sacan una nota, imponen su forma de contar, su versión, su registro, sus personajes, sus fuentes, porque así funciona el combo. Nuestro rol es desarmar lo que dicen y contarlo como lo vemos”. Ese rol, tiene un costo, como dice Irina: “Es una decisión profesional que además te requiere saber que la mitad de Comodoro Py te va a dejar de hablar o más, que te van a bloquear. Yo estoy bloqueada por varios jueces y por varios fiscales porque digo lo que veo y porque me busco otras fuentes”.
Un libro necesario
“La idea del libro justamente es en parte descubrir ese silencio, que fue premeditado e intencional de quienes estuvieron a cargo de la investigación. En este caso, de la jueza María Eugenia Capuchetti y del fiscal Carlos Rívolo que, en un tramo de la elevación a juicio dice que él retira su idea de que esto fue un hecho de violencia de género, pero que sí es un hecho de violencia. Lo dice después de muchos meses de tratar el caso como si fuera un evento de homicidio más. A Cristina no se le da el lugar de víctima de violencia política en la causa”, afirma Irina Hauser al finalizar la entrevista ya que, a pocos metros, la está esperando un auditorio repleto.
Cuando hablamos de la importancia de la investigación periodística frente a la negativa de la justicia por hacer su labor -investigar-, le preguntamos a Irina por los efectos sociales y culturales que trae esta impunidad. Irina nos responde de forma contundente: “Que hoy no hay límite para nada, directamente no hay límites. En realidad, el único que pone límite es Milei, que dice no, no quiero que me pidan información sobre mis perros”, ríe, tal vez para encontrar una mejor forma de procesar la etapa que nos toca atravesar a las y los argentinos.
Irina baja las escaleras, se acerca al escenario y el auditorio inmediatamente abandona el bullicio. Mientras se sienta, se hace un silencio. Un silencio distinto, que espera la palabra, que busca la información, que anhela justicia contra otro tipo de silencio, de los más peligrosos; el de los encubrimientos, el de la impunidad, el de la no-investigación.
Irina saluda y, así, inicia un acto político fundamental para el periodismo en democracia: rompe el aislamiento, volvemos a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad y derrotamos el terror, circulando la información.