Sus cartas con el General a lo largo de una década constituyen un riquísimo tesoro y siguen siendo una formidable escuela de formación política. Más allá de las diferencias de criterio y estrategia, Perón reconoció en Cooke a alguien que podía discutirle de igual a igual y le confió desde el exilio responsabilidades de enorme magnitud.
John William Cooke
El desmitificador de la correlación de fuerzas
El 19 de septiembre de 1968, fallecía en Buenos Aires una de las figuras más descollantes de la historia de nuestro movimiento: John William Cooke. Un cuadro perspicaz e infatigable, que siempre llevará el honor de ser el único dirigente al que Perón validó como eventual sucesor en caso de muerte, cuando apenas comenzaban los duros años de la proscripción.
En aquel tiempo, el “Bebe” Cooke supo ser un referente intelectual y político para muchos jóvenes revolucionarios que luchaban contra la dictadura gorila. Su acercamiento al marxismo, sobre todo después de la revolución cubana, en ningún momento lo llevó a renegar de su identidad peronista ni de la conducción de Perón, como sí hicieron los denominados “neoperonistas” que predicaban el “peronismo sin Perón”, cuyo nombre más famoso es el de Augusto Timoteo Vandor. Frente a tamaño oportunismo, Cooke se definía como “ortodoxo”. Ortodoxia no es obsecuencia. Tampoco abusar de los ritos y la liturgia. Ortodoxia es, fundamentalmente, llevar el peronismo hasta sus últimas posibilidades, sin aburguesarse, sin perderse en el confort de la burocracia, sin encolumnarse detrás de la negociación con el régimen como manera de durar. No era eso el peronismo para Cooke.
El peronismo es el síntoma de una crisis y la hipótesis de una solución. Es el hecho maldito del país burgués. Lo que significa que la integración es imposible, que por mucho que nos esforcemos en ser asimilados por los dueños de la Argentina, nunca seremos parte de su país semi colonial y oligárquico. Porque lo que el peronismo le ha dado al pueblo argentino es imborrable e imperecedero. Porque esa memoria siempre podrá ser recuperada por un militante leal, por un trabajador o trabajadora que no se conforma con una “vida” sin dignidad ni derechos.
Porque lo realmente catastrófico no es la derrota parcial, sino claudicar en las convicciones y comenzar a hablar en el mismo idioma que habla el enemigo, pensar bajo sus mismos parámetros, buscar respuestas a los problemas que él nos plantea, como si fueran nuestros problemas. El aporte decisivo de Cooke será argumentar que para superar la crisis argentina, el peronismo tiene que superar su propia crisis. Para derrotar al enemigo, debemos derrotarnos a nosotros mismos.
“Un sistema en crisis puede subsistir mucho tiempo; no hay ninguna garantía de que se derrumbe por sí mismo, o por acciones espontáneas que esa crisis desate. Caerá cuando lo volteen; cuando el movimiento de masas oponga a esa crisis -que es total- la superación de su propia crisis -que es superable-, a esa anarquía, su acción orgánica, coherente, ordenada”, supo decir.
En ese sentido, Cooke fue un desmitificador de la “correlación de fuerzas”, que el “realismo burocrático” mantiene intocable, ante el temor de quedarse sin ninguna migaja. Nada estaba más lejos para el autor de “Apuntes para la militancia” y “Peronismo y revolución” que la aceptación pasiva de una realidad determinada.
Dedicó su vida a organizar la fuerza militante capaz de transformarla. Por eso concebía todos sus informes a las bases como aportes destinados a la formación de una nueva generación de cuadros dispuesta a enderezar el rumbo del Movimiento.
“Hay que terminar la Organización para cumplir la primera de las condiciones del éxito: encontrarnos en el óptimo organizativo cuando la Tiranía descienda al nivel mínimo”, escribió una vez. De modo que la disciplina teórica y práctica, el desarrollo del punto de vista, eran tareas ineludibles si el peronismo quería seguir siendo la representación de las grandes mayorías. No se trataba para Cooke de combatir individuos, sino las líneas que ellos defendían o encarnaban y que tendían a debilitar la estrategia del movimiento popular.
Concebía todos sus informes a las bases como aportes destinados a la formación de una nueva generación de cuadros dispuesta a enderezar el rumbo del Movimiento.
“Incluso militantes que con su acción han contribuido a la causa del pueblo suelen repetir consignas que son parte del régimen que ellos se proponen destruir. Esos errores conceptuales no desmerecen el mérito de sus conductas peronistas, rectificarlos no es un ejercicio de vanidad para solaz de censores infalibles, sino un deber revolucionario, tarea de comprensión y compañerismo. La negligencia teórica trae desastres prácticos. No desarrollar la conciencia revolucionaria de las masas es abdicar de una cualidad en lo revolucionario. Porque esa falta de desarrollo no es que deje un vacío, sino que prolonga la hegemonía de formas de pensamiento que son burguesas, antirrevolucionarias. No hay ‘tierra de nadie’; lo que no es ocupado por la teoría revolucionaria permanece ocupado por los mitos del régimen imperante”, expresaba.
En síntesis -y aunque los contextos históricos sean muy diferentes-, el estudio de la obra de Cooke, de la evolución de su perspectiva en un período de reflujo y resistencia, es de una actualidad insoslayable. Porque con Cooke aprendemos que el avance del discurso antagonista sobre nuestro propio campo jamás debe tomarse como un error de principios, ya que de hacerlo nos llevaría a aggiornarnos dentro de los limites impuestos por el enemigo.
Con Cooke reivindicamos la importancia de sacar lecciones de una derrota sin volvernos derrotistas. Con Cooke reconocemos que la mejor defensa frente al terrorismo ideológico al que permanentemente somos sometidos, es recordar una vez más por qué y por quién nos sumamos a militar. Y que ser peronistas es seguir siendo fieles a ese llamado, actualizando sus consecuencias.
*Militante de La Cámpora.