En el marco de la crisis socioeconómica que nos azota, vemos en los barrios germinar la huella de Evita en cada compañero y compañera que organiza una olla popular en un barrio o junta lo poco que tiene, y nunca lo que le sobra, para acercarle un bolsón de mercadería a esas familias en situación de extrema vulnerabilidad.
Evita supo construir de la solidaridad una cultura, una forma de vida, diferenciándose desde el primer momento del accionar de las damas oligárquicas de la Sociedad de Beneficencia.
“La felicidad de un pueblo, en cuanto se refiere a sus medios de vida, se logra con una adecuada legislación en materia de justicia social y una equitativa distribución de la ayuda social, porque resulta innegable que ésta es complemento de aquella. La ayuda social que llega, que se suministra racionalmente, previo examen de las condiciones de vida del que la recibe, protege y estimula. La limosna, dada para satisfacción de quien la otorga, deprime y aletarga. La ayuda social, honestamente practicada, tiene virtudes curativas. La limosna prolonga la enfermedadˮ, remarcaba en tiempos en que se construyeron derechos ante cada necesidad del pueblo y se dejó de lado la cultura de la caridad.
Trabajaba incansablemente hasta quince horas diarias para llegar a entregarle su primer juguete a un niño o niña, para que una familia conozca el mar o para que una mujer pueda tener un empleo a través de la máquina de coser que Evita, en nombre del Estado, le entregó. Esas historias que escuchamos en las mesas familiares, en los barrios, en las casas de quienes accedieron por primera vez a algo que era reservado para las clases más pudientes, para los oligarcas, hicieron de Evita un mito; traducido en esa foto sepia en algún rincón de muchos nuestros hogares.
Su lucha les garantizó a las mujeres la igualdad real respecto de los hombres, permitiendo salir de la esfera privada a la vida pública, pudiendo votar y ser votadas.
Creó el Partido Peronista Femenino, que conservaba la tercera parte de los cargos legislativos que obtenía el peronismo, el mismo porcentaje les correspondía a los sindicatos y a los hombres; lo cual se vio plasmado en las elecciones legislativas de 1951 donde por primera vez hubo mujeres candidatas, la gran mayoría en la lista del peronismo. El resultado fue el ingreso de 23 diputadas y 6 senadoras nacionales, lo cual si se suman las legislaturas provinciales, da un total de 109 mujeres peronistas ocupando bancas a lo largo y ancho del país.
La Escuela de Enfermería dejó también un legado imprescindible en estos tiempos: se profesionalizó esa disciplina a la par que otorgó una salida laboral a muchas compatriotas. Fundada en 1948, logró en apenas tres años la graduación de más de 5 mil enfermeras. En la Escuela, ellas manejaban ambulancias, autos, motos y jeeps e, incluso, conformaban un grupo de paracaidistas para casos de emergencia donde fuera imposible llegar por tierra al lugar donde hubiera que prestar atención sanitaria.
Evita vive en las doñas de los barrios populares que son las primeras en tender una mano solidaria a quien se está cayendo, en cada militante que sabe a la política como la única la herramienta para transformar la realidad, en la convicción de que podremos lograr, una vez más, construir una patria con independencia económica, soberanía política y justicia social.
Por Evita, militamos.