El fin de semana pasado, en Chapadmalal, hubo un encuentro de jóvenes mutualistas nucleados alrededor del Consejo Federal de Juventud, una creación relativamente reciente del Congreso argentino. En una carpa gigante, los más de mil participantes se reunían en plenarios y después se iban a trabajar en unos veinte grupos. El edificio en el que se alojaban olía a jóvenes. Por las ventanas colgaban las remeras puestas al sol y banderas con los nombres de las organizaciones. Los participantes tenían entre 21 y 35 años. Sobre las peñas nocturnas no hablo porque no estuve, pero sé que no se durmió, digamos, mucho.
Yo estaba alojada en otro edificio, a la sazón ocupado por una decena de contingentes de jubilados del PAMI de varias provincias del país. No lo tomé como nada personal. Cuando llegué era de noche. El comedor ya estaba cerrado pero el ruido era considerable. Los jubilados estaban bailando salsa de-senfrenadamente.
Durante esos tres días, fue una experiencia peculiar ir de un edificio al otro. En uno los mutualistas se esforzaban por llevar las ideas a lo concreto, debatían, hablaban al micrófono o a la cámara que lo registraba todo. Ellos buscan dejar constancia de lo que hacen. En el otro, los jubilados confraternizaban de lo lindo, saboreaban el fernet de la tarde, hablaban sin parar: muchas historias de vida flotaban en el aire.
Tanto en un edificio como en el otro los termos y los mates circulaban de un lado al otro. El mate nunca faltaba. Los había en todas las direcciones. Las jubiladas son muy conversadoras. Y algunas son sorprendentes: existe una jubilada muy conocida en una zona del conurbano que organiza, parece, las mejores fiestas. Hacen hasta el baile del caño. Me enteré de esos pormenores inevitablemente, a través de las carcajadas de las señoras.
Los chicos, por su parte, trabajaban. Eran más de mil militantes que quieren brindar servicios mutuales en sus barrios. La formación de las mutuales del Bicentenario se vino trabajando todo este último año. Ahora los jóvenes tienen que terminar de organizarse y articularse entre ellos. Sacar todo el provecho posible de cada iniciativa. Y las iniciativas son un párrafo aparte.
No quise interferir en los grupos, de modo que me tiré a tomar sol. Del otro lado de un arbusto, una voz con un acento muy dulce explicaba que su pueblo está ubicado a unos 200 kilómetros de San Juan. En su mutual hay un abogado, y lo que ellos quieren es brindar un servicio de gestoría para los vecinos más pobres de los barrios porque, entre otras cosas, les cuesta mucho tramitar sus jubilaciones. Quiero decir: es bueno que sepamos que hay gente pensando en estas cosas.
Después del grupo sushi vino la década de los jóvenes cool. A esos jóvenes producidos que son las imágenes de todas las marcas, se le contrapone el otro joven. El trapito. Los jóvenes pobres pertenecen al lado oscuro de todas las cuestiones. No hay ningún relato social que los contenga dentro de parámetros valorados por el resto.
Es incompleta la lectura de la realidad si no se abre la mirada a esos otros jóvenes, los militantes, que en partidos políticos, organizaciones sociales y sindicatos vienen puliendo su inserción activa en las cuestiones que los incumben. El militante siempre es el que está cortando la calle, el increíblemente sospechoso de obvias “intencionalidades políticasˮ. La mirada social nunca lo encuentra discutiendo en los barrios, en asambleas, en trabajos voluntarios, dando servicio. Pero las cosas suceden aunque no se las relate. Y lo cierto es que vivimos una época vertiginosa que vuelve a dejar en carne viva lo argentino y su estigma. A la reaparición de viejos gérmenes, como el pedido de represión al que son tan afectas las estrellas del espectáculo que si no viven en Barrio Parque adorarían hacerlo, se le suman otras reapariciones que sin embargo son ocultadas. La militancia, por ejemplo. En varios partidos. Esos jóvenes configuran un tipo de argentinidad que no conocemos y que será bueno ver alumbrar: una militancia de jóvenes nacidos y criados en democracia. No como aquellos de los ˮ™70 que surgían como una respuesta a la proscripción y los golpes de Estado. Esta es una generación con otra escuela y es la política el instrumento lógico que encuentran para involucrarse.
Prefiero hablar de esperanza en un momento en el que este país vuelve a mostrar su horrible hilacha de siempre. Prefiero subrayar la esperanza en un momento en el que una vez más este país parece larvado con ese veneno incomprensible. Quizá desde las bases, donde están esos militantes de los sectores populares, venga la sensatez de articularse. Necesitarán de esa articulación para resistir la ofensiva que ya es obvia.
Prefiero la esperanza, que son los militantes de todos los partidos democráticos. La materia prima de lo único nuevo posible. La garantía.
(*) Periodista y escritora.