“A los ojos de los jóvenes no los miro porque en ellos me miro yo”.
Cristina Fernández de Kirchner, 9 de diciembre de 2015
Se cumplen nueve años del histórico último discurso de Cristina como Presidenta en Plaza de Mayo. Más de 700.000 personas fuimos a abrazarla para agradecerle por habernos regalado los mejores años de nuestras vidas. Ella, sin intermediarios, le habló a su pueblo con el corazón en la mano.
“A los ojos de los jóvenes no los miro porque en ellos me miro yo”.
Cristina Fernández de Kirchner, 9 de diciembre de 2015
Cristina está de blanco. Un vestido caladito. Una estética que acompaña una expresión de calma, de serenidad. De aquellos que terminan una tarea con la tranquilidad de haber cumplido. Cristina cumple. Y esa plaza colmada así lo confirma. El 9 de diciembre de 2015, más de 700.000 personas fueron a abrazar a una líder.
Una definición política sobre qué elegir mostrar, qué tono o sentido perpetuar para la historia, y para el devenir.
El 9 de diciembre de 2015, más de 700.000 personas fueron a abrazar a una líder. A entrar en un diálogo con ella. Un arrebato de ternura antes de sumergirse en la certeza de que estaba a punto de acontecer un período difícil. Y ese diálogo desde la ternura que se produjo entre una multitud y Cristina fue habilitado también por una serie de decisiones sobre cómo se iba a producir ese acto. Un escenario modesto, chiquito, un sonido acotado. Allí arriba estaba acompañada por su hijo Máximo, su nieto, y su mamá, Rocío. No había funcionarios, ni dirigentes. Tampoco había banderas de organizaciones políticas. Ella y un mar de cabecitas que se emocionaron, que le respondieron, que le cantaron. Un despliegue ciudadano que quizás sería el preámbulo del armado que pensó e impulsó dos años más tarde.
Hubo entonces una definición de despedirse de una etapa con una mirada a futuro, con la perspectiva de dimensionar lo conquistado, lo logrado, para resguardarlo. Una tregua momentánea con el miedo y la preocupación por lo que venía, con esa sensación de abatimiento. ¿Cuál es la función del líder si no es esa? Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida.
En todo momento hubo una apelación a seguir fortaleciendo y consolidando nuestro sistema democrático. “Este es el imperio de la voluntad popular. Aprender a respetar.” Cristina nos habló con el corazón en la mano, y nosotros le agradecimos por habernos regalado los mejores años de nuestras vidas. Nos hicimos presentes en esa plaza para que ella se fuera con la certeza de esa gratitud y esa lealtad.
Cristina miró a los ojos a su pueblo e hizo un largo racconto del país que legaba, de las medidas y acciones políticas que acompañaron y potenciaron a cada uno de los sectores que conforman nuestro país, habiéndoles dado una respuesta categórica a sus demandas. “Podemos mirar a los ojos de las Madres, de las Abuelas de Plazo de Mayo, de HIJOS, que hemos dado respuesta al reclamo histórico de memoria, verdad y justicia; podemos mirar a los ojos de los trabajadores para decirles que nunca los traicionamos, para decirles que siempre tuvieron paritarias libres, que nunca les reclamamos ningún pacto social de salarios; podemos mirar a los ojos de los científicos, de lo que volvieron y de los que se quedaron para hacer el aguante y decirles que les hemos reconocido sus derechos, sus haberes, sus conocimientos como nunca nadie lo había hecho antes”. Sigue y sigue, en uno de los discursos más extraordinarios que dio y al que conviene volver cada tanto y revisar.
Cristina nos habló con el corazón en la mano, y nosotros le agradecimos por habernos regalado los mejores años de nuestras vidas.
Poder sostener la mirada implica un acto de valentía y de confianza, de credibilidad. Ya lo dijo Tony Montana, interpretado por Al Pacino, en la película Scarface, “los ojos, chico, ellos nunca mienten” (the eyes, chico, they never lie). Cristina puede mirarnos a los ojos porque es tal la contundencia de lo construido, de su arrojo y su entrega para, como ella misma sostuvo, lograr el empoderamiento popular y ciudadano, de las libertades y los derechos, que puede estar tranquila.
En determinado momento, mientras avanza en el repaso de los años de gobierno, alguien le grita “¿y a los ojos de los jóvenes?”. Entonces ella, en este diálogo sin intermediación entre una conductora y su pueblo, contesta: “A los ojos de los jóvenes no los miro porque en ellos me miro yo”. Cristina nos dió, a los que hoy ya coqueteamos con los cuarenti, la posibilidad de atravesar una juventud sin violencia estatal, sin represión, con proyectos, con una identidad, y con un sentido de pertenencia que nos impulsó a formar parte de algo más grande que nosotros mismos. Siempre apostó por los jóvenes, y dio cuenta de esa apuesta con decisiones materiales y palmarias. Nos sentó en la mesa del poder para permitirnos dar la discusión, y ahí fuimos, respaldados y acompañados. Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese.
Cristina puede mirarnos a los ojos porque es tal la contundencia de lo construido, de su arrojo y su entrega para lograr el empoderamiento popular y ciudadano, de las libertades y los derechos, que puede estar tranquila.
Un discurso premonitorio que anunció muchos de los centros de ataque que vendrían. Pero no porque Cristina tuviera la bola de cristal que le mostraba el futuro, sino por una capacidad de análisis político que le permitió adelantarse a muchas de las cosas que terminaron por pasar. Ya lo había dicho el 1ero de marzo en la apertura de las sesiones legislativas, en una hilvanación de sentido y acción política: “Dejo un país cómodo para la gente e incómodo para los dirigentes”.
La Plaza de Mayo rebalsaba de gente que se aglomeraba por Diagonal Norte y Sur, que seguía por Avenida de Mayo, que en las esquinas compartía radios o celulares para poder escuchar el discurso porque el sonido no alcanzaba. Un silencio hondo, respetuoso, que se prolongó aún después de que sonara Juguetes Perdidos y Cristina se despidiera de todos. El silencio de la conmoción, de haber vivido una escena histórica, el silencio de la melancolía por lo que se estaba yendo. No fue un acto festivo, ni celebratorio. Con el fin de esos años de gobierno, le tuvimos que dar lugar a otra instancia, que conllevó el peso de la responsabilidad y el mandato de cuidar lo conquistado, y de cuidarnos. Pero cuánto más fácil fue ejercer esa responsabilidad y enfrentar al macrismo después de esa Plaza repleta.
Después de esa demostración de fuerza y amor popular. Hoy nos encontramos frente a un proceso quizás más dañino, más abrupto y atropellado, y sin ese antecedente directo que funcionó como una malla contenedora. Pero siempre siempre con la voluntad de, como nos pidió Cristina aquel 9 de diciembre, agarrar nuestras banderas y ser los dirigentes de nuestro propio destino y los constructores de nuestras vidas.