Argentina es un país que solo con un mes de diferencia celebra el “Día de la Lealtad” y el “Día de la Militancia”. Son los hitos de nuestro movimiento. Los momentos definitorios que hicieron que la historia girara en una dirección y no en otra. Desterrar de nuestro vocabulario la palabra “traición” sería desconocer el significado de estas fechas memorables. Hablamos precisamente de “lealtad”, como afirmación de nuestra existencia política, porque lo que se cocinó aquel miércoles de 1945 fue el rechazo de la traición como posibilidad mezquina y amarga de la vida.
Repasemos: Perón había sido traicionado por los militares del gobierno, sus antiguos camaradas, que desconfiaban del vínculo que había generado con los sindicatos y los derechos que desde su modesta función le había reconocido a los trabajadores y trabajadoras. La Revolución de Junio de 1943 vino a establecer lineamientos de soberanía política e independencia económica, pero no podía permitirse la justicia social, que irritaba profundamente a los sectores dominantes. Con su audacia y su inteligencia, Perón modificó esa realidad. Desde su punto de vista, poco servía la “grandeza de la Nación” sin la “felicidad del pueblo”. Una cosa sin la otra era un sinsentido. De modo que le propuso al pueblo argentino un horizonte de justicia social hasta entonces censurado y prohibido.
Ahi es donde el pueblo entra en escena. Porque si el pueblo traicionaba, si el pueblo no se presentaba aquel día en la Plaza de Mayo, si dudaba, si especulaba, si se mantenía indiferente, Perón jamás hubiese sido Perón y el peronismo no hubiera existido. La lealtad se pone a prueba en los momentos difíciles, cuando dar la cara no sale gratis, cuando pronunciar un deseo y un nombre resulta peligroso. Queremos a Perón, gritaban las multitudes. Ninguno de los dirigentes que oficiaron de voceros de Perón, que pretendieron hablar en su lugar en aquellas horas de incertidumbre estuvo a tiro de calmar las ansias de esa Plaza. Tuvo que aparecer Perón; igual que el 17 de noviembre de 1972, traído de vuelta luego de diecisiete años de lucha militante contra la proscripción, de lealtad inclaudicable, cuando lo sencillo era traicionar, como muchos lo hicieron; cuando estar con Perón parecía ser una causa perdida y más práctico resultaba hacer un peronismo sin Perón, hacerle un monumento de bronce, evocarlo en las canciones y los discursos, pero forzarlo a retirarse ante la persecución y la adversidad. En rigor, fue así desde el kilómetro cero, desde la jornada fundacional del peronismo, que la declaración de lealtad venció los momentos más oscuros.