Aún causa estupor que tras ocho años de discusión, se sigan buscando los culpables de todo en aquellos a los que se los excluyó, de todo. La Argentina de hoy convive con dos ejes muy profundos que desde el 2003 marcan el rumbo de la vida nacional: la recuperación paulatina de aquellos sectores que habían sido devastados por el abandono liberal (sectores de la producción, clase media, trabajadores, excluidos, etc.) y la discusión ideológica de fondo que se va dando en paralelo a esa recuperación y tiene que ver con comprender de manera definitiva que nos llevó a aquella situación y que es lo que nos sacó.
En este trajinar, las recaídas y las nostalgias de la derecha en todos sus matices, nos pretenden hacer trocar los esquemas poniendo como soluciones, por supuesto aberrantes e inaceptables, sus viejas recetas de exclusión y exterminio. A esta altura de los acontecimientos ¿Alguien puede creer, verdaderamente, que la demonización de los sectores que aún pugnan contra décadas de oprobio, aquellos jóvenes que no vieron a sus padres trabajar por la fría combinación de tecnócratas y cipayos, sean los culpables de algo en esta Argentina?
La reconstrucción de este país tiene, entre otros pilares, dos elementos claros: la recomposición del sistema productivo y redistributivo a través de la regulación estatal, así como también el cese de toda violencia contra el pueblo, en el sentido amplio que implica la palabra violencia: económica, simbólica y, por supuesto, material.
El gobierno se debe al pueblo, representa al pueblo, debe velar por sus intereses, gestionar día a día para mejorar su calidad de vida, no transformarlo en su enemigo, estigmatizarlo, perseguirlo, culparlo vaya uno a saber de qué. En todo caso, este razonamiento corresponde al liberalismo que en aras de la fantasía del mercado regulador, entiende que todo atisbo de intervención, de organización, de participación solo son elementos que distorsionan el funcionamiento del mercado como regulador de la vida.
La aplicación de estas ideas plagaron nuestra Patria de excluidos, prácticamente medio siglo de políticas cuánto menos eclécticas, siempre orientadas por el faro liberal, sembraron odio, postergación, muerte y tantas cosas que un día decidimos dejar atrás muñidos de un Proyecto Nacional que destruyó el fatalismo liberal a base de realizaciones y nos devolvió la convicción, las ideas, las batallas verdaderas.
Pero aquello que queremos dejar atrás aún se resiste, desde muchas cuevas en todos los estamentos. Por eso, cada vez que el pasado atine a ofrecerse como banal solución de problemas de alta complejidad como los que siempre ha encarado este Proyecto, las nuevas generaciones y toda la militancia que respalda la transformación de nuestra Patria, deben erigirse como celosos custodios de una Democracia que no se queda en formalismos vacuos, si no que va al fondo de las cosas para cortar de raíz y sembrar la nueva Argentina, en todos los ámbitos, que va a ser la única forma digna de vivir.
La vida es lo que inspira a este Proyecto, por eso la muerte no tiene ninguna cabida en esta nueva realidad y el Estado jamás puede estar asociado, en ninguna de sus instancias, a la muerteˮ¦ por la memoria de los que cayeron, por la memoria de quien fundó esta doctrina de amor hace menos de una década y, fundamentalmente, por todos los que desde el futuro nos reclaman una Patria Justa, Libre, Soberana y digna de ser vivida por todos los que pisen este suelo.