“No se pueden esperar resultados distintos haciendo lo mismo de siempre” y “no se puede tener un país distinto con los mismos de siempre” fueron dos frases que escuchamos hasta el cansancio en campaña de boca de Javier Milei. Pareciera confirmarse la gran estafa electoral a quienes lo acompañaron con su voto al ver que Argentina no solo entra nuevamente en un ciclo de endeudamiento, sino que lo hace con los mismos actores que endeudaron al país en gobiernos anteriores, en un insólito reciclaje de personajes y ex funcionarios.
El más preocupante es el de Luis Caputo, artífice del endeudamiento serial del gobierno de Mauricio Macri y del retorno del FMI a la Argentina en el 2018. A él se le suma la reaparición como figura estelar de Federico Sturzenegger, ex presidente del BCRA durante el gobierno de Macri y protagonista del “Megacanje” de la deuda externa junto a Domingo Cavallo en el gobierno de De La Rúa.
Estos mismos personajes que intentaron imponer entre los más de 600 artículos de la Ley Ómnibus la modificación a la Ley que establece que un nuevo endeudamiento tiene que ser aprobado por el congreso para que no vuelva a suceder el desastre que hizo Mauricio Macri, cuando entre gallos y medias noches tomó la decisión unilateral de endeudar a la Argentina en 45 mil millones de dólares con el FMI, financiando la fuga de capitales, con las terribles consecuencias que sufren los Argentinos hasta el día de hoy y sobre las cuales aún no le dieron explicaciones ni a la justicia ni al pueblo argentino. Pero la sociedad ya los ha juzgado.
¿O acaso nos olvidamos que Mauricio Macri no pudo siquiera ser candidato y su fuerza política quedó tercera lejos en las elecciones de octubre pasado? Incluso fue derrotado de forma abrumadora por Juan Román Riquelme, en el único lugar que pudo mostrar algún éxito en el pasado.
¿O acaso nos olvidamos que Mauricio Macri no pudo siquiera ser candidato y su fuerza política quedó tercera lejos en las elecciones de octubre pasado?
La deuda es el vértice de la restricción externa, de la inestabilidad cambiaria y del déficit financiero y condiciona la posibilidad de desarrollarnos como país. Pero lo peor de todo es que existe la posibilidad, si uno se toma en serio lo que dice el Presidente Milei, de que este nuevo endeudamiento sea la estocada final para dolarizar nuestra economía, lo cual llevaría hasta el paroxismo la dependencia y el alineamiento con sus intereses que, claro está, no son los del común de los argentinos y argentinas.
De concretarse la dolarización, el conjunto de los argentinos nos vamos a encontrar en una situación similar a la de los trabajadores de las grandes estancias de finales del S.XIX y comienzos del S.XX donde éstas emitían sus propias monedas (vales o pagarés) como medio de pago de los jornales de trabajo obligando a sus empleados a gastar la totalidad de esas “chapitas” o papeles pintados en los almacenes y pulperías propiedad de las mismas familias dueñas de la estancia generando así deudas impagables que garantizaban la sumisión de la mano de obra por tiempo indefinido.
La comparación no es antojadiza sino más bien sencilla. Es un verdadero viaje de ida, una trampa de la que no hay salida. Ni siquiera los grandes grupos económicos de capital nacional estarán a salvo cuando el valor del patrimonio neto de sus empresas sea una verdadera bicoca al alcance de la mano de las grandes transnacionales. Imaginemos entonces las penurias que sobrevendrán sobre nuestros trabajadores, jubilados y PyMes.
Los dólares se emiten en un solo país que, vaya novedad, es el país donde éstos son su moneda nacional, los Estados Unidos de Norteamérica. Hablamos de un país que ha entrado en una espiral de déficit y deuda que se originó en la Gran Recesión, se agravó con la pandemia y no se ha solucionado después. Lo que sucede en el país emisor de la moneda que ambiciona imponer Milei en Argentina sería escandaloso en cualquier otro lugar del mundo. La falta de disciplina fiscal -que exige Milei- no se refleja en Estados Unidos. El desfase de las cuentas públicas se duplicó en el ejercicio fiscal 2023 y el endeudamiento va camino de batir el récord de la Segunda Guerra Mundial.
El Fondo (organismo controlado por ese mismo país) es en este caso el intermediario entre el Tesoro de los Estados Unidos y nuestro país. La Argentina pasará a depender para la totalidad de sus transacciones de los U$D estadounidenses y por consiguiente las condiciones en las cuales se desenvuelve nuestro país serán determinadas por los intereses de Estados Unidos.
Insistimos, “un país donde el déficit se duplicó con creces, hasta los 2 billones de dólares (el 7,5% del PIB), sólo superado en los dos años de la pandemia. La principal causa fue la caída del 9% en los ingresos, que el Tesoro atribuye que el año anterior había sido inusualmente alta por la recuperación de la pandemia y las ganancias patrimoniales. Lo que ha sorprendido a los analistas es que el déficit se dispare en una etapa de crecimiento y creación de empleo, cuando lo habitual es lo contrario”.
Pero en lo que quisiera detenerme e intentar hacer un llamado de atención es en un fenómeno peculiar que tiene que ver con la, al menos aparente, tranquilidad con que el asunto de la deuda es vivido por el argentino y la argentina común.
El presidente y sus socios han logrado inculcar la idea, al menos en una porción importante de los argentinos y argentinas, de que la emisión monetaria para financiar el gasto público es el principal causante de la inflación. La pregunta que creo que debemos hacernos es ¿Por qué, habiendo tanta evidencia, no logramos un consenso sobre las consecuencias que trae la deuda? Porque hay que decirlo: entre tantas características singulares de nuestro país y especialmente de las y los argentinos, hay una que llama poderosamente la atención y que por contexto y urgencia debiera convocarnos a la reflexión.
Se trata del “desacople” que existe entre nuestra historia reciente con la deuda externa (y particularmente con el FMI) que constituye sin ningún lugar a dudas uno de los condicionantes negativos más fuertes y regulares para el desarrollo del país a lo largo de por lo menos los últimos 70 años y el poco espacio que este ocupa en la conciencia y la opinión cotidiana del hombre y la mujer de a pie que parecieran darle escasa o nula trascendencia y cuya valoración no aparece especialmente ponderada en el plano de las ideas y la opinión.
¿Por qué, habiendo tanta evidencia, no logramos un consenso sobre las consecuencias que trae la deuda?
No hace falta hacer aquí un repaso exhaustivo de la historia de las recurrentes crisis de deuda; que hace unas pocas semanas la expresidenta Cristina Fernández describió en un documento de 33 páginas que, contrastando la hipótesis que sostiene el presidente Milei para explicar las causas de la inflación, explica pormenorizadamente el peso determinante que tiene en el fenómeno inflacionario de nuestro país la deuda y las políticas del FMI.
En síntesis: el excesivo endeudamiento en dólares afecta el patrón de acumulación económica del país, agrava la restricción externa, profundiza el carácter bi-monetario y es en definitiva un condicionante insalvable para el desarrollo de la economía argentina.
Pero hagamos un ejercicio: supongamos por un momento que ni la expresidenta ni el actual presidente tienen toda la razón y que en definitiva ambas explicaciones (las crisis de la deuda por un lado y el déficit fiscal con emisión monetaria por el otro) deben ser equilibradas para comprender el que es sin dudas el mayor flagelo de los argentinos que no es otro que la inflación.
¿Cómo es posible que, aun bajo ese supuesto, el endeudamiento externo y la relación con nuestro prestamista de última instancia no estén más presentes en la agenda cotidiana de la gente que sufre la inflación a diario? ¿Por qué entonces no se escucha hablar de esto? En la calle, en los lugares de trabajo, en las peñas de los amigos y amigas, tan habituales en nuestro país, y, a decir verdad, escasea el asunto también en el temario de las reuniones de la militancia, los sindicatos, la prensa y hasta entre la propia dirigencia política.
Y acá nos encontramos con un problema mayúsculo porque se deja esta discusión en manos de los “eruditos” de siempre en un momento donde se está utilizando a conciencia la supuesta erudición del propio presidente de la Nación quien con verdaderos tintes autoritarios plantea sin más que quienes no comparten su delirante visión de la economía, simplemente “no la ven” y entonces parecemos entregados a lo que aparece frente a nuestros ojos como el único camino posible.
Lo que no quieren que veamos es que una porción importante de nuestra sociedad ha caído en una nueva gran estafa electoral, traicionando la esperanza depositada en un cambio, voluntad popular que tenemos que reconocer y respetar, endeudándonos de la misma manera que siempre y con los mismos de siempre.
El excesivo endeudamiento en dólares es en definitiva un condicionante insalvable para el desarrollo de la economía argentina.
Por eso es tan importante parar la pelota y levantar la mirada para ver la cancha entera. Porque si hacemos ese ejercicio y apelamos a nuestra honestidad intelectual vamos a ver que existen alternativas más creativas, menos dolorosas y sobre todo más justas. Pero para eso es condición que el conjunto de los argentinos y argentinas nos aventuremos en esta discusión y lo hagamos desde el respeto y la tolerancia, sin anteojeras ideológicas ni desde posturas y doctrinas inamovibles. Lo que está en juego es ni más ni menos que el destino posible de nuestro país y de la familia argentina.
Es increíble que a esta altura del siglo XXI, un discurso anacrónico nos haya llevado a discutir capitalismo y socialismo, como lo hizo el presidente en Davos. La discusión no es sobre el capitalismo, cuando quedó a las claras que es el modo de producción de bienes y servicios más eficientes. La discusión no es si “capitalismo si o capitalismo no”, la discusión tiene que ser quien conduce los procesos de producción garantizando crecimiento, pero con equidad, para que cada argentino y argentina se vea beneficiado.
No necesitamos que el FMI conduzca ese proceso, que nos llevó a reiterados fracasos. Necesitamos argentinos y argentinas, empresarios, políticos, sindicalistas, dirigentes, argentinos, que pongan los intereses de la patria por delante a los propios. “Si nosotros no logramos que ese programa que el FMI impone a todos sus deudores sea dejado de lado y nos permita elaborar un programa propio de crecimiento, de industrialización y de innovación tecnológica, va a ser imposible pagar la deuda”.
Lo que necesitamos es un salto cualitativo, con articulación entre lo público y lo privado, con una alianza estratégica entre capital y trabajo para un desarrollo nacional integral y de largo plazo, donde quienes tenemos alguna responsabilidad de conducir asumamos de una vez por todas la responsabilidad que nos toca, y tengamos el coraje de hacer las transformaciones que nuestro país necesita para salir adelante.
*Militante de La Cámpora y Diputado Nacional por la provincia de Buenos Aires