“Somos conscientes de estar transitando un momento histórico fundamental y estamos decididos a ser protagonistas de este cambio de época. Nos han educado durante mucho tiempo para la impotencia, para el ‘no se puede’, nos quieren hacer creer que lo nuestro nada vale, que no tenemos la capacidad o la constancia para valernos como nosotros, como país. Nos quisieron meter en el alma la certeza de que la realidad es intocable, nos quieren convencer de que son tan grandes las dificultades que es mejor que nada cambie. Quieren hacernos creer que no hacer nada nuevo es la única opción realista”, dijo Néstor Kirchner al anunciar el pago adelantado al FMI, el 15 de diciembre del 2005.
Las palabras de Néstor al anunciar el pago reflejan la decisión y el coraje con el que se encaró la responsabilidad de conducir los destinos de la Nación. Se acababan los días de la humillación argentina, de la impotencia frente a un orden que establecía que nuestro país debía abrazar las políticas neoliberales, aumentando año tras año su endeudamiento mientras se entregaban nuestros resortes estratégicos, nuestras industrias y nuestra soberanía, condenando a millones de compatriotas a la pobreza y la desesperanza. Con esa decisión, Néstor no sólo puso fin a la deuda con el FMI: también decretó el fin del posibilismo y la resignación a la hora de gobernar la Argentina. Ante el mundo y con la mirada firme elevó a lo más alto la bandera de la independencia económica, fundamental para la consolidación de nuestra soberanía política.
En un país atravesado por las consecuencias de la peor crisis de su historia, Néstor y Cristina recuperaron el valor de hablar de cara a la sociedad con la verdad. Esto permitió construir la fortaleza necesaria para negociar con los acreedores extranjeros y para distribuir los frutos del crecimiento económico en favor de los trabajadores. En enero del 2004, Néstor decía: “Asumiendo que nuestra deuda es un problema central mantenemos una posición que nos interesa aquí reafirmar: no podremos pagar de un modo que lesione las perspectivas de crecimiento económico y la gobernabilidad generando más pobreza, hambre, exclusión y conflictividad social. Esto ya se hizo y el resultado fue poner al país al borde de la ruptura institucional y la desintegración social.”
De esta manera, la independencia económica conquistada a partir de la cancelación de la deuda con el FMI implicó recuperar la libertad para que las políticas económicas sean conducidas por la política desde la Casa Rosada.
A partir de entonces, el gobierno nacional pudo trazar una política soberana de desarrollo, manejando sus finanzas, su moneda, su comercio y sus relaciones internacionales de acuerdo al interés nacional. Se acabaron los días donde los funcionarios argentinos recorrían las oficinas de Washington mendigando deuda, consultando qué medidas podrían adoptarse y cuáles no a burócratas que nada conocían de la realidad argentina, obligando a importar planes económicos que no se condecían con las necesidades de sus habitantes.
Así concluía el año 2005, que había iniciado con la reestructuración de la deuda con los acreedores privados, proceso fundamental para mantener dentro del país la riqueza que día a día producen las y los argentinos con su trabajo. Esta implicó una reducción en el endeudamiento externo por 47.787 millones de dólares, contando los intereses acumulados desde el default del 2001 que no fueron reconocidos.
La conjunción de estas dos medidas son centrales para explicar el proceso de desarrollo económico de la Argentina por aquellos años. La reestructuración permitió disponer de una creciente cantidad de recursos al servicio del desarrollo nacional que antes se enviaban al exterior, mientras que el pago al FMI permitió diseñar la política económica en forma autónoma. Esto permitió poner en marcha el proceso de crecimiento económico con inclusión social más importante en medio siglo, mejorando la calidad de vida de los trabajadores y trabajadoras, que por primera vez en décadas no serían los perdedores en la distribución del ingreso.
El gran perdedor de este proceso, el poder financiero internacional, buscó tomarse revancha de la derrota que le propiciaron los argentinos. El permanente ataque de los Fondos Buitre -aquellos capitales especulativos que no habían ingresado a los canjes de deuda de 2005 y 2010- sobre el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner implicó una nueva disputa por la soberanía de las decisiones económicas. En ese marco, un juez del distrito sur de Nueva York -área donde opera Wall Street-, Thomas Griesa, quiso obligar al país a pagarle a los capitales que no habían adherido a los canjes, aceptados por más del 92% de los acreedores. La defensa de la soberanía argentina llevada a cabo por Cristina fue histórica, impulsando y aprobando en la Asamblea General de la ONU un marco legal para la reestructuración de deudas soberanas, destacándose el derecho de los países a reestructurar sus deudas; la inmunidad soberana, para evitar los embargos como el que sufrió la Argentina con la Fragata Libertad; y el trato equitativo a los acreedores.
Lamentablemente, a fines de 2015 asumió la presidencia de la Nación Mauricio Macri. El pago a los Fondos Buitres por 9.926 millones de dólares en abril de 2016 fue la inauguración de un nuevo ciclo de endeudamiento externo que permitiría al poder financiero y a los grupos económicos enriquecerse brutalmente a costa del futuro de los argentinos y las argentinas. Paradojas de la “Argentina circular”, el monto comprometido en la operación fue casi el mismo que Néstor utilizó para pagarle al FMI 10 años antes. Sin embargo, las consecuencias de ambos pagos fueron diametralmente opuestas: mientras que la cancelación de la deuda con el FMI puso fin a la auditoría constante sobre nuestras decisiones, el pago a los buitres fue el inicio del camino que culminó nuevamente con el Fondo Monetario Internacional en la Argentina en el año 2018.
Pagarle a los buitres implicó nuevamente la posibilidad para la Argentina de acceder al mercado internacional de crédito. Esto constituyó una verdadera tragedia para nuestro futuro, debido a que el endeudamiento no fue utilizado para hacer rutas, puertos, trenes, gasoductos, escuelas u hospitales; sino que fue enteramente utilizado para poner en marcha un nuevo ciclo de valorización financiera. La misma receta impulsada por Martínez de Hoz y los militares, por Menem y Cavallo, esta vez llevada a cabo por Mauricio Macri y el actual ministro de Milei, Luis “Toto” Caputo. El resultado fue que entre 2015 y 2019 el aumento neto de la deuda pública en moneda extranjera fue de 103.808 millones de dólares, mientras que la fuga de capitales alcanzó los 93.667 millones en el período.
El Fondo Monetario Internacional fue el otro protagonista de esta estafa al pueblo argentino, realizando un préstamo por 57.000 millones de dólares, de los cuales llegaron a desembolsarse 44.000 millones. Este fue el mayor préstamo en la historia del FMI, violando su propio Estatuto constitutivo, al mismo tiempo que ignorando la imposibilidad de la Argentina de hacer frente a esta deuda.
Para tomar dimensión de esta imposibilidad basta ver que los vencimientos de deuda únicamente en moneda extranjera para el año 2020 eran de 29.688 millones de dólares, mientras que en dicho año (caracterizado por un nivel muy bajo de importaciones producto de la pandemia) el superávit comercial fue de 12.094 millones de dólares. No había forma de que los funcionarios del FMI ignoren la imposibilidad de la Argentina para hacer frente a la deuda que estaban entregando, ni cual sería el destino de los fondos: facilitar la salida de los capitales que participaron de la bicicleta financiera. Fue un préstamo político que buscaba sostener al gobierno y financiar la reelección de Mauricio Macri.
En 2019, el pueblo argentino expulsó al macrismo del gobierno. Sin embargo, dejó tras de sí un país más parecido al del 2003 que al de 2015, con un empeoramiento brutal en las condiciones de vida de la mayoría de la población, una crisis de deuda y nuevamente la presencia del Fondo Monetario Internacional en la Argentina. El Frente de Todos fracasó en resolver la crisis de deuda y selló con el FMI un acuerdo que se demostró ruinoso para una economía bimonetaria como la Argentina. Quienes negociaron dicho acuerdo quisieron convencer a los argentinos de que era la única alternativa posible, llegando al punto de que el entonces Presidente afirmó que el acuerdo “no contempla restricciones que posterguen nuestro desarrollo”. Lamentablemente, no se imitó el ejemplo de Néstor Kirchner.
Hace pocos días, el compañero Máximo Kirchner recordaba el pago de la deuda al FMI en un discurso pronunciado en la Cámara de Diputados, invocando otro pasaje de Néstor al anunciar el pago:
“A la sombra de esos programas hemos visto concentración de ingreso en unos pocos. Y chocado contra la imposibilidad de combinar crecimiento macroeconómico con desarrollo social y pleno empleo. Hoy podemos decir que cada vez que nos endeudábamos, no solo nos debilitábamos ante el mundo, sino que fuimos perdiendo nuestra capacidad de resolver. Esta lógica, siempre defendida por adalides locales de modelos que no tienen en cuenta ni las necesidades ni las realidades de los pueblos llegó a consolidar una verdadera adicción al endeudamiento, en la que cada vez más nuestros acreedores encarecieron sus intereses, endurecieron su auditoría, su control y sus exigencias. La más reciente experiencia argentina ha dado prueba suficiente de que ese organismo internacional respaldó primero verdaderos fracasos políticos y luego no aportó ni una moneda de ayuda para la superación de la crisis ni para la reestructuración de la deuda”.
Pasaron diecinueve años de ese discurso, pero las consecuencias de los programas del FMI siguen siendo las mismas. Tras el acuerdo firmado por Alberto Fernández, desoyendo la postura de quien entonces era presidente del bloque oficialista en la Cámara de Diputados, la economía argentina se vió obligada a realizar devaluaciones permanentes de la moneda y sostener una tasa de interés creciente, que condujeron a una aceleración inflacionaria que empobreció a los trabajadores y las trabajadoras. La postura de Máximo y todos aquellos que se opusieron al acuerdo fue coherente con nuestra historia y nuestra doctrina. No se debía engañar al pueblo, vendiendo como positivo un acuerdo firmado a punta de pistola.
Aprender de nuestra historia debe servirnos para no repetir los mismos errores pero también para repetir las virtudes. Hoy nuevamente nos enfrentamos a un modelo de saqueo. Recordar las hazañas del pueblo argentino, como fue la cancelación total de la deuda con el Fondo Monetario Internacional, debe servirnos para tener la certeza de que siempre podremos levantarnos. Como lo hicieron Perón y Evita, como lo hicieron Néstor y Cristina, como lo vamos a volver a hacer: convocando al pueblo argentino a ser protagonista en la construcción de su destino.
*Militante de La Cámpora.