Argentina es uno de los pocos países del mundo con capacidades espaciales. Este sector, por su carácter estratégico, ostenta una relevancia para el desarrollo nacional que puede abordada desde múltiples perspectivas. Desde lo económico, tanto por las capacidades productivas, tecnológicas y comerciales que supone como por el dinamismo que genera; desde las relaciones internacionales, en cuanto a la consolidación de acuerdos y aproximaciones diplomáticas que facilita; desde la geopolítica, por sus utilidades en materia de defensa y seguridad para la búsqueda de autonomía y soberanía nacional e, inclusive; desde una perspectiva cultural, en relación a la disputa de sentidos que la producción y difusión propia de contenidos audiovisuales y telecomunicaciones permite.
En términos meramente económicos, esta se trata de una industria de alta tecnología cuya agregación de valor en todas sus etapas productivas y posterior comercialización se encuentra en constante crecimiento a nivel mundial. En cuanto a la generación de ingresos, se estima que a escala global en 2021 la economía del espacio fue equivalente a US $386.000 millones, de los cuales el 72% responde a la industria satelital, mientras que el 28% restante a la no-satelital (presupuestos espaciales gubernamentales y turismo espacial). Con respecto a la industria satelital global, equivalente a US $279.000 millones en 2021 (72% de la economía espacial), esta se compone por equipos de infraestructura terrena como antenas y laboratorios (US $142.000 millones), servicios satelitales (US $118.00 millones), manufactura satelital (US $13.700 millones) y servicios de lanzamiento (US $5.700 millones).
Al mismo tiempo, vale destacar que se trata de una industria que genera externalidades positivas en términos de derrame tecnológico hacia otras actividades económicas de alta complejidad tecnológica. De esa forma, el sector espacial representa una industria estratégica de alto valor agregado y empleo calificado que brinda dinamismo económico a través de: 1) la extensa cadena de proveedores públicos y privados que incorpora; 2) la generación de externalidades tecnológicas hacia otras actividades productivas y; 3) mediante la posible generación de divisas para la - ya conocida por todas y todos - famosa restricción externa.
Espectacular. Bueno, resulta que Argentina forma parte del selecto grupo de países del mundo (no más de quince) con capacidades productivas y tecnológicas en el ámbito espacial. Según el indicador Futron’s Space Competitiveness Index de la Futron Corporation el cual pondera las dimensiones; 1) Gubernamental, 2) Recursos Humanos y 3) Industrial, en 2012, durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, Argentina ocupó la decimosegunda posición dentro de los 15 países del mundo con mayor capacidad espacial y ahora veremos el porqué.
Nuestra gloriosa nación tiene una larga trayectoria en este ámbito que data desde 1960 hasta la actualidad. ¿Cómo surge? Gracias a la existencia de capacidades previas en sectores como la metalurgia, química y petroquímica, metalmecánica y posteriormente industrias intensivas en capital y tecnología como la aeronáutica y lo nuclear, sectores florecidos a partir de la implementación de los planes quinquenales de Juan Domingo Perón entre 1947 y 1955. Con altos y bajos, la industria espacial argentina logró sobrevivir en los momentos más críticos de nuestra historia para la industria, la ciencia y la tecnología. Es decir, las dictaduras militares y el apogeo del neoliberalismo en los años noventa. Sin embargo, el salto cualitativo en términos de tecnología espacial se concretó en 2013, con el lanzamiento del satélite geoestacionario para telecomunicaciones ARSAT-1. Nos suena, ¿no?
El corazón del ecosistema espacial argentino son la CONAE e INVAP. La primera, como agencia espacial, organiza, coordina y proyecta el sector prácticamente en su totalidad mediante el Plan Espacial Nacional, vigente desde 1994. De nuevo la planificación. La segunda, empresa tecnológica perteneciente a la Provincia de Rio Negro, con sede en Bariloche, se encarga de la fabricación de nuestros satélites. Entre 2003 y 2015, bajo la conducción de Néstor y Cristina, se creó tanto ARSAT (Empresa Argentina de Soluciones Satelitales) como CEATSA (Centro de Ensayos de Alta Tecnología S.A) y se financió la expansión y fortalecimiento de la estatal VENG (Vehículo Espacial de Nueva Generación), Sociedad Anónima creada en 1998 a cargo de la CONAE diseñada para la construcción del primer lanzador satelital argentino.
Durante este periodo el Estado argentino invirtió en proyectos espaciales más de US$ 3400 millones, lo cual se materializó en la puesta en órbita de los satélites SAC-D (Observación climática y oceanográfica), en 2011, y los satélites geoestacionarios de telecomunicaciones ARSAT 1 y 2 en 2014 y 2015, respectivamente, además del lanzamiento exitoso del vehículo experimental VEx1A/B, clave para el desarrollo del lanzador satelital nacional Tronador, el cual, una vez finalizado, le permitirá a la Argentina concluir el ciclo de actividades espaciales.
Por otro lado, este sector estratégico contribuye al desarrollo Federal de nuestro país por su fuerte presencia industrial y de infraestructura en Córdoba (CONAE/ Centro Espacial Teófilo Tabanera), Rio Negro (INVAP y CEATSA), Tierra del Fuego (Estación Terrena TdF) y Provincia de Buenos Aires (ARSAT, Centro Espacial Punta Indio y Centro Espacial Manuel Belgrano), además de las aproximadamente 40 PyMES espaciales distribuidas a lo largo del país. El funcionamiento de todo este entramado sectorial es posible y se sustenta gracias a que Argentina cuenta con sólidas capacidades en investigación, desarrollo y formación de profesionales en el ámbito espacial, lo que asegura una educación de alta calidad sin necesidad de recurrir a estudios en el exterior. En cuanto a I+D, destacan instituciones como el Instituto Gulich (UNC), el Instituto Colomb (UNSAM) y el CIEE (UNLP), que son referentes en la región. En formación académica, el país ofrece carreras de grado especializadas, como Ingeniería en Sistemas Espaciales en la UNSAM e Ingeniería Aeroespacial en la UNLP, que preparan a futuros profesionales para enfrentar los desafíos del sector espacial.
Pero, ¿de qué nos sirve la información satelital que producimos? En concreto, nos ayuda a mejorar la producción agropecuaria y alimenticia, provee informaciones esenciales para sistema meteorológico nacional y también posibilita la conectividad y las telecomunicaciones a lo largo y ancho del país. Es decir, tiene un impacto directo de todos los días en la calidad de vida de todos los argentinos y argentinas.
Sin embargo, no todos los gobiernos y signos políticos poseen esta comprensión. Mucho menos el interés. Bien por el contrario, durante el siglo XXI, únicamente la alianza de Cambiemos y el actual presidente Javier Milei desfinanciaron y extranjerizaron este sector estratégico. Estrictamente en lo que respecta al gobierno de Macri, todos los esfuerzos se focalizaron en la desregulación del sector de telecomunicaciones y en la paralización proyectos tales como la instalación de antenas para TDA (Televisión Digital Abierta), el desarrollo de medios de acceso al espacio (Tronador) y la fabricación tercer satélite geoestacionario, el ARSAT-3, el cual se sustituyó por el satélite alquilado ASTRA-1H de la empresa SES S.A de Luxemburgo por un costo de 7 millones de dólares. Hoy, el actual gobierno de LLA mantiene desactualizadas y subejecutoras las partidas presupuestarias de los organismos públicos que hacen al funcionamiento del sector como un todo y, en el caso específico de ARSAT, no respetando las paritarias negociadas por sus trabajadores a comienzos de este año, fomentando así su vaciamiento. No será la primera ni la última vez que este tipo gobiernos, al servicio de intereses económicos concentrados, busquen limitar y desmantelar nuestras capacidades. Pero a los que nos proponen una Argentina chica, de enclave, sin aspiraciones más allá del entre piso primario-exportador, les respondemos que nuestro techo son las estrellas.
* Militante de La Cámpora.