En el Senado, escondidos tras las cortinas del solemne Salón Azul, legisladores electos por el voto popular intercambian firmas para un dictamen que no han leído por alguna concesión del sciolista Guillermo Francos. Negocian como casta. Lo había advertido Cristina en sus 33 páginas de febrero: hay que evitar que el parlamento caiga preso de “una lógica de mercado persa o de toma y daca indigno por cargos, recursos y vaya a saber qué otra cosa”. Lo que suceda en el Congreso en las próximas semanas tendrá efectos por 30 años. Y los responsables tendrán nombre y apellido.
En una entrevista a El País de España, Máximo puso las cosas en su lugar. Las coincidencias bajo la conducción de Cristina, el hilo que une el acuerdo con el FMI con la derrota electoral de 2023 y nuestra tarea central en esta etapa: que no avancen sobre derechos de la sociedad. Al caracterizar a Milei lo hizo de forma precisa y contundente: "Milei es un conservador. Si corremos las luces, apagamos las cámaras y lo bajamos del escenario lo que queda es un viejo conocido. No hay nada nuevo: ajuste, privatizaciones, entrega de recursos y tres flexibilizaciones: la laboral, la impositiva y la ambiental. No es necesario volvernos colonia para salir adelante".
Detrás del showman extravagante, del hombre que grita e insulta en público, que vende una imagen protestataria y de “incorrección política”, nos encontramos nada más que con un señor anticuado, que sirve muy obedientemente los intereses de los mismos sectores de poder de siempre y cuyo propósito inconfesable es el de restablecer las jerarquías sociales que el peronismo sacudió y transformó el 17 de octubre de 1945, y que ni siquiera la dictadura pudo terminar de quebrar. Al final, sus recetas “novedosas” e “infalibles” para solucionar el flagelo de la inflación se demostraron tan viejas y obsoletas como sus ideas culturales, que huelen a todo menos a liberal. Provocar una fenomenal disparada de precios con una de las devaluaciones más abruptas de nuestra historia, licuar los ingresos y los ahorros de los trabajadores, deprimir el consumo y arruinar nuestras industrias… Nada de esto tiene ningún mérito “científico”, aunque Daniel Osvaldo quiera darle el Premio Nóbel. Muchos economistas “ortodoxos” lo hicieron antes. Todos nos condenaron al fracaso.