Editorial

UN SOLO DUEí‘O

por La Cámpora
20 ene 2017
La democracia argentina, débil en su constitución ante la dictadura económica y mediática neoliberal. La democracia argentina, débil por una clase polí­tica que entrega derechos de millones de argentinos que son la base para iniciar la idea de una patria justa en defensa de sus privilegios y visibilidad mediática. Son parte del paisaje inocultable para los que saben que en el individualismo estará la penitencia. Hace unos años el Grupo Clarí­n poní­a los trabajadores delante de sus empresas y montaba un show. Hoy los despide, los manda al tacho, los descome. Cablevisión toma 500 millones de dólares de deuda en el exterior. El gobierno aumenta la pauta oficial en 500 millones de pesos y más aún al Grupo. Pero aparte de cobardes los Ceos, suelen ser ingratos. Bien lo sabí­a Jorge Rafael Videla que murió en un inodoro mientras Héctor Magnetto, a quien parece la justicia nunca llegará y principal beneficiario de la dictadura, vuelve a hacerse del control de la Argentina. Lo cierto es que la Argentina está hoy bajo el pulgar de una secta. Son unos pocos patrones sentados en la mesa a la que invitan a comer de sus migajas a muchos integrantes privilegiados de las clases polí­ticas y sindicales que se sientan pero de rodillas. Lejos, una mayorí­a popular que empieza a comprender que estar de pie es el comienzo para volver a caminar hacia una patria justa, libre y soberana. La secta sacrifica al pueblo. Lo ofrece en los altares de la timba financiera internacional esperando la lluvia. De dólares. De endeudamiento. Más preocupados por cuidar los intereses de quienes cobrarán por lo “prestadoˮ que los intereses de las mayorí­as ciudadanas. Populares. Palermo Chico es una Argentina chica. Y con aires de creerse más que el resto brotan las palabras sobradoras nacidas del desprecio. Vas a tener que descomer para pagar los regalos del gobierno a mineras y petroleras. Luz, gas, lo que se te ocurra. Precios internacionales que pagar, salarios nacionales por cobrar. Si tenés trabajo. Transformar nuestro paí­s en una maquila asiática. Bajos salarios, explotación y si no te gusta palos, balas, desocupación y esperar la caridad de un sol para los chicos en canal 13. Transformarte a vos en un peregrino diario que no deje de pensar en los telegramas   de despido para que sepas que siempre puede ser peor. Y así­ vivir la vida. Resignación por miedo a que todaví­a puede ser peor. Eso termino siendo la revolución de la alegrí­a. La denostación de lo colectivo por cuestiones individuales es el ejercicio preferido de quienes gobiernan y te informan. Ante este reduccionismo el pensamiento chatarra hace pata ancha en vastos sectores que se creen educados. A tragar sin culpa. Intensificar el despliegue territorial, recorrer centí­metro a centí­metro todos los ámbitos de desarrollo, sumar a un concepto de patria y no a una organización en particular como acción principal. Extender la mano al que la extiende y dejarla extendida al que pronto lo hará. Ponerle el cuerpo a aquello que comprobamos es posible y nos decí­an que era imposible. La certeza de ir por aquellos que nos buscan convencer de la eterna imposibilidad. Ir por lo que falta. Profundizar, corregir y avanzar. Como sociedad estamos comprobando que cambiar por cambiar es la alegrí­a de unos pocos que hacen del odio bandera y de las decisiones de gobierno, puñal artero. Como militantes también sabemos que estar por estar es lo mismo que nada. A buscar. Que quedarse quietitos parece ser seguro. Solo parece. Hacer de la costumbre y el posibilismo no está, no estuvo, ni estará en la agenda de lo que nos conduce al futuro. Hay un pueblo que espera. Dí­a a dí­a iremos transformando la realidad asumiendo que debemos ser mejores. Trascender nuestros miedos, que lo bueno fue bueno y puede ser mejor.   Que si nos los proponemos este amor no es un sueño. Que nuestra patria tiene un solo dueño y es su pueblo.  
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